“Pequeños actos pedagógicos revolucionarios para iluminar la conciencia oscurecida del pueblo”, con este “iluminista” y barroco nombre se titula un espectáculo protagonizado por un puñado de personajes algo abigarrados que, a primera vista, no parecen brillar con los watts suficientes para “iluminar” a pueblo alguno. Aunque, paradojalmente, si la educación es “poner luz” en “a-lumnos”, sí son quienes realizan esa tarea.
La obra nos coloca de lleno, sin mayores preámbulos, en medio de un acto de elección de horas de Secundaria. Y aquí vale hacer una precisión, quienes van a elegir horas en esta “elección” parecen ser docentes interinos. La aclaración es relevante porque el carácter interino de un cargo docente se renueva año a año, y quien no pueda elegir horas se encontrará, el 1° de marzo, que además de no tener trabajo tampoco tiene despido, ni seguro de desempleo ni sociedad médica. Los docentes interinos padecen condiciones de trabajo más precarias que la gran mayoría de los trabajadores formales de nuestro país. Y esto es relevante porque vuelve al acto de elección de horas una situación realmente tensa y dramática en muchos casos, con docentes que, año a año, se retiran llorando de la instancia.
A la precariedad de la situación laboral, que atraviesa gobiernos y administraciones, se suma el que en Pequeños actos pedagógicos estamos ante una elección de horas de asignaturas vinculadas a la actividad artística (música, literatura, teatro, artes visuales…), áreas que son las predilectas para “ajustar” presupuestos, lo que reduce la cantidad de horas disponibles para los trabajadores y las trabajadoras de la educación. Y si bien hay algunas “licencias artísticas”, en lo sustantivo la situación del acto eleccionario es recreada de forma que delata conocimiento directo de la misma. Lo interesante del espectáculo, sin embargo, es que presenta esa situación tensa para la mayor parte de quienes la padecen de forma tragicómica, traduciendo angustia y desesperación (literalmente) en acciones descacharrantes para la platea.
La “elección” transcurre en un edificio en obras y los personajes van desfilando mientras se quejan del atraso en el comienzo e intercambian sobre una vida familiar algunas veces tan inestable como la laboral. Los vemos, a partir de su comportamiento, insertos en un horizonte de expectativas acotado como la realidad material en la que sobreviven. Esto será particularmente visible cuando ante irregularidades varias la elección se corte y se continúa de forma virtual. En ese momento veremos a algunos personajes casi asfixiados en su contexto cotidiano (y esto es casi literal en el caso del profe de música).
El derrotero propone un hilarante momento casi “sobrenatural”, que permite explayarse, no sin cierta crítica, sobre el proyecto vareliano, hasta desembocar en una “acción clandestina” que intentará permitir que cada docente acceda a sus horas. En el medio veremos el conflicto entre docentes y personal administrativo, el intercambio sobre la conciencia del abuso que se sufre en esa instancia pero unido a la incapacidad de organizarse colectivamente bajo el latiguillo individualista “yo preciso las horas” y la discusión sobre las formas de lucha que plantea el sindicato. Todo en definitiva confluye en un espectáculo que muestra al colectivo docente, ese que tiene una tarea tan “central” para los bonitos discursos televisivos de las autoridades pertinentes, hundido en la lucha cotidiana por sobrevivir. Y sin embargo sí, los iluministas proyectos acerca de “ilustrar” a la población y “darle herramientas” se apoyan en el trabajo anónimo y precario de miles y miles de personas que año a año corren desesperadas por “sus horas”.
Quizá habría que señalar, como factores contraproducentes para espectáculo, el que la necesidad de tocar una gran variedad de temáticas vinculadas a la educación pública termina forzando algunos diálogos y situaciones (las referencias a lo que se estudia en el IPA, por ejemplo) y alarga otros momentos diluyendo algunas de las situaciones más potentes. También vale señalar que la calidad del sonido en el momento musical del final no está acorde a la calidad de las actuaciones.
Pero las virtudes son muchas. No es lo más común que la escena local se nutra de temas que son centrales en la discusión pública cotidiana como la educación. Además aquí se aborda desde un ángulo no tan obvio, se señala una situación cotidiana que evidencia la precariedad en que viven los protagonistas claves de la educación de forma crítica pero no discursiva. Se puede pensar, (lo pensé), que la situación es muy específica y que puede ser incomprensible para gran parte de la platea. Pero lo cierto es que, sin didactismo, el espectáculo logra tanto ilustrar cómo es un acto de elección de horas para quien lo desconoce como criticar la forma en que se desarrolla nutriéndose de situaciones humorísticas que, en muchos casos, son casi las mismas que se viven en la realidad. Solo cierto énfasis de los personajes y el reunirlos en un escenario hace que muchos momentos vividos de forma cotidiana por las y los docentes se vuelvan un divertido hecho teatral.
Por último estamos ante un elenco que parece divertirse con sus personajes, a quienes les creemos, en particular en las situaciones más cotidianas, que por patéticas no dejan de ser reconocibles. En ese sentido parece claro que hubo un trabajo de dirección con el elenco que permitió a este último familiarizarse con los personajes y aportarles lo que fuera necesario para creer en ellos.
Este es el primer espectáculo que conocemos de la dupla Micaela Fraga y Nicolás Tapia, y el resultado no solo nos alienta a recomendarlo, sino a estar atentos a más espectáculos en que aparezcan sus nombres.
Eso sí, quedan “pocas horas”, así que… ¡no lleguen tarde a llegar a la elección!
Pequeños actos pedagógicos revolucionarios. Dramaturgia: Micaela Fraga. Dirección: Nicolás Tápia. Elenco: Tomás de Urquiza, Matías Borgarelli, María Victoria F. Astorucci, Sara de los Santos, Sebastián Carballido, Cecilia Yáñez, Elsa Mastrángelo, Pablo García Pose y Micaela Fraga.
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