El juego de ficciones “autoconscientes” pero ambiguas que se plantea en El bramido de Düsseldorf de Sergio Blanco en un momento nos devolvió al universo de pliegues y repliegues ficcionales que juega Juan Carlos Onetti en La vida breve. La novela de Onetti tiene como protagonista a Brausen, publicista que intentando escribir un guión cinematográfico da a luz al doctor Díaz Grey y a la ciudad de Santa María, a la vez que se desdobla él mismo para convertirse en el cafishio Arce, quien maltrata a una prostituta conocida como la Queca. Se ha dicho que Onetti en La vida breve pareciera revelar las claves de su escritura, de la creación de su universo literario y de sus indagaciones acerca de la condición humana. Algo similar se puede decir de Sergio Blanco en obras como Tebas Land o la que nos ocupa en este caso, El bramido de Düsseldorf. En esta última obra vemos a Gustavo Saffores interpretando al Hijo, quien ha ido a la ciudad alemana de Düsseldorf, donde morirá su Padre, pero nunca sabremos qué fue hacer. Si fue a colaborar con una exposición artística sobre el asesino serial Peter Kürten, si fue a convertirse al judaísmo o si fue a firmar un contrato para escribir guiones de películas porno.
Una de las claves, tanto de la obra de Onetti como de las de Blanco, es el hecho en sí mismo de la creación artística. Cómo se da cuenta de un objeto (de una historia, de un paisaje) a partir de un determinado bagaje de recursos estéticos es una discusión que tiene sus orígenes en la antigüedad. Mientras que por ejemplo Platón cuestionaba a los artistas que imitaban imperfectamente el mundo sensible (que ya era una copia imperfecta de la “realidad”) Aristóteles daba un giro y ponía el fundamento del arte en el creador, que de todas formas se sometía a una serie de reglas para poner en juego público sus creaciones.
Artistas como Onetti o Blanco participan claramente de la idea de que el artista es el principio del arte, pero además ponen en primer plano sus recursos, sus necesidades, sus razones para crear. No es que Brausen fuera Onetti, pero el autor de La vida breve parece ponernos pistas sobre su propio proceso creativo mientras seguimos el de Brausen creando Santa María. Y esto parece exacerbarse en las obras de Blanco como Tebas Land o El bramido de Düsseldorf, en que uno de los actores representa a un dramaturgo y director teatral que no solo protagoniza una historia sino que parece darnos las claves de su proceso para contar esa historia o las motivaciones que la disparan. Pero si bien la frontera se desdibuja, nunca deja de haber ficción, y eso es uno de los aspectos más estimulantes de estos espectáculos. Sí, el propio Blanco habla de que sus obras son de “autoficción”, pero en el fondo esto ¿Qué significa? Porque Blanco partirá de hechos personales, pero ficcionaliza sobre los mismos, el paso que da es confundir explícitamente a uno de sus personajes con él mismo, pero esto no significa que el personaje que interpreta Saffores sea más “real” que el Brausen de Onetti.
El arte, los mitos y los dioses
Las posibilidades de la representación son uno de los ejes de las obras de Blanco, y si pensamos en el programa de mano de El bramido de Düsseldorf, en que vemos a un hombre-ciervo, tenemos una clave de esto. Acteón era un cazador que vio desnuda a la diosa Artemisa, que lo convierte en ciervo como castigo por ese hecho. Ver lo prohibido, lo que debiera estar fuera de escena, lo “obsceno”, es un castigo de los dioses, y a eso justamente juega la industria pornográfica, una industria en la que el protagonista de la obra tiene la posibilidad de trabajar y esto abre las posibilidades de discusión sobre “representar” lo que debiera estar fuera de escena.
Pero también tiene relación con la exposición artística, con el hecho en sí de generar un hecho artístico a partir de un asesino serial ¿Se puede tener una posición ética al respecto? Aquí pareciera que llegamos al rol simbólico de algunos hechos estéticos como forma de expiar culpas o traumas sociales, pero en tanto estos hechos estéticos se convierten en mercancía en las sociedades capitalistas la situación se complejiza más. Nuevamente podemos volver a los mitos de la antigüedad, que eran una forma de dar cuentas del universo, de ordenarlo. Pero cómo esos mitos operan en sociedades en que hasta los deseos y el horror se vuelven un bien transable en el mercado pareciera ser una de las reflexiones que interesan a Blanco.
Y claro, también está Dios. Si vemos a Dios como la sublimación máxima, como la creación humana más relevante para dar cuenta del entorno e intentar darle sentido, también lo podemos ver como un hecho estético. Un hecho estético que regula los impulsos de muerte y los impulsos del amor, Tánatos y Eros. En la posible búsqueda de Dios podrían condensarse las otras búsquedas, pero siempre como posibilidades humanas ante la conciencia de la muerte, de la vida breve. Cabría preguntarse también si el juego parricida, tan recurrente en la mitología clásica y del que parece haber un nuevo capítulo en El bramido de Düsseldorf, no es en última instancia un intento por librarse de ese dios todopoderoso que no es más que una creación humana.
El teatro es el escenario
Blanco es uno de los referentes máximos de la generación de dramaturgos que empieza a estrenar en el siglo XXI. Esta generación está integrada en su gran mayoría por actores que empezaron a escribir para actuar o por directores que dirigen sus propios textos, y sobre esto Blanco nos decía: “es una generación que escribe desde el escenario. El teatro en la antigüedad o en la época de Shakespeare estaba escrito desde el escenario, pero con el ascenso de la burguesía se separa al autor del ambiente de teatro, se lo deja aparte, no se le permite estar cerca de los actores”. De alguna forma, nos decía Blanco, es saludable que esta nueva generación de dramaturgos también sea una generación de gente de teatro, que escribe desde el escenario. Y agregaba que sus propios textos son una propuesta que se modifica muchas veces en el trabajo con los actores, que son también creadores del espectáculo junto con el equipo de diseñadores y que es desde el escenario que el espectáculo realmente se termina de escribir.
Esta forma de trabajo debe ser una de las razones de lo orgánico del resultado. El elenco invade la historia que cuenta, no parece estar subordinado a ella. Los actores dominan totalmente un juego que modifica las coordenadas de actuación a la que están acostumbrados. Porque los personajes aquí son conscientes de su ficcionalidad, lo enuncian ellos mismos en un juego que borronea las fronteras de la “representación” para discutirlas a la vez que se convierte en un espectáculo que atrapa al espectador, que lo puede provocar, incomodar, pero que nunca lo deja indiferente.
El bramido de Düsseldorf. Texto y dirección: Sergio Blanco. Elenco: Gustavo Saffores, Soledad Frugone, Walter Rey.
Funciones: martes, miércoles y jueves a las 21:00. Sala Zavala Muniz del Teatro Solís.
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