La semana pasada, el senador Alejandro Sánchez hizo pública una iniciativa llamativa: “Siembra”. Según sus palabras, son algunas ideas en las que se está trabajando con el fin de crear un espacio junto a gente “de todos lados”, que tengan su mirada puesta en el futuro. Esta iniciativa tiene como objetivo práctico superar “la grieta”, ese término argentino que acabó anidando entre nosotros, y que ilustra un ambiente de “demasiada crispación y poco debate”. Hasta el momento el proyecto reunió a unos 100 frenteamplistas, que adhieren a los criterios fundacionales. A modo de inapiración, se trata de trabajar por un mundo que refleje el pensamiento de Einstein, Aristóteles, Proust y Henry Engler, el promotor y creador del CUDIM.
Lo que se ha dado en llamar “la grieta”, es parte de un proceso para el que la izquierda marxista leninista ha trabajado a conciencia. En el documento fundacional del MLN (al que el senador Sánchez se supone adhiere, o representa a través del MPP) se declara, sin ambigüedad que las condiciones objetivas, en Uruguay estaban dadas para llegar a una situación revolucionaria. La tarea se planteaba, a principios de la década del sesenta, en crear conciencia revolucionaria mediante la lucha armada. La grieta no se ensancha en una sociedad democrática sino, por el contrario, es el objetivo de quienes trabajan por una dictadura de clase, entendiendo que las clases sociales son entidades inalterables, que sólo pueden desaparecer cuando una elimina a la otra, y con ese triunfo, todas las inequidades, todas las injusticias desaparecerían. Para una parte mayoritaria y preponderante de la izquierda, ensanchar la grieta es el quehacer cotidiano. Profundizar la grieta, no le es ajeno. Hasta la década del sesenta, la democracia uruguaya trabajó por la integración social, que se expresó en el predominio absoluto de la educación pública, laica, gratuita y obligatoria; por la gratuidad de los servicios de salud; centros de salud en todas las capitales departamentales; asignaciones familiares, y un ambiente propicio para el ascenso social.
“Demasiado crispación y poco debate” es el resultado de una sociedad democrática que no se ha dado la oportunidad de actuar como si compartiese la aspiración de pactar, acercar posiciones, comprender que este país pasó por un trance terrible y que no se merece que los partidos que han recogido parte del electorado para que los represente en el Parlamento no tengan claro lo frágil que es la democracia. El estudio y votación de las leyes conlleva un proceso lento, que a veces parece incompatible con la urgencia de los problemas a resolver. Pero es el resultado de las ideas no de los caprichos. El Parlamento es la casa de la democracia, y allí están dadas todas las posibilidades de trabajar por todo lo que se anuncia en “La siembra”.
No es Alejandro Sánchez el peor ejemplo de buen talante. Al contrario. Pero suena a una siembra en el mismo cantero que la izquierda ha sembrado desde el 85 para acá. Su convocatoria tiene demasiado apuro por crear algo para lo que la izquierda no ha trabajado. Nada ha dicho sobre lo que pasó en este país desde el día que se asaltó la primera armería para pertrecharse, desde que se formó el Coordinador para unir fuerzas en favor de la lucha armada. Nada ha dicho, salvo haber aplaudido la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas para aplastar la Primavera de Praga, un brote democrático en medio de un régimen que desapareció con más pena que gloria. Es difícil creer en una siembra que sólo habla de las buenas intenciones, sin analizar lo que ha llevado a que en América Latina no acabe de cuajar el desarrollo, la ciencia, la prosperidad de los pueblos, y todo se refiere al cómodo latiguillo del imperialismo yanqui.
Hablar, reflexionar en voz alta y por escrito, sí. En Uruguay se puede. No existe ningún tipo de condicionamiento a la libre expresión del pensamiento, y de hablar en cualquier ámbito público o privado. Es más, Uruguay parece navegar solo en América Latina. Todos los partidos políticos, tradicionales y autodefinidos de izquierda han gobernado del 85 para adelante, y han respetado el derecho a la libertad de expresión, así como ha contado con todas las garantías a elegir y ser electo.
Quedémonos con ese hecho, no si lo hicieron bien o mal. Quedémonos con la constatación que ni unos ni otros estuvieron tentados de apartarse del camino democrático, y respetaron la voluntad de la ciudadanía en las urnas. Quedémonos con que en este país se puede debatir libremente. Comparemos las garantías que existen en nuestro país, con cualquiera de los gobiernos del 85 hasta el presente, con las garantías que hay en Nicaragua, Venezuela o Cuba para elegir y ser electo. Son países que conocemos muy bien, que podemos hablar sin temor a inmiscuirnos en sus asuntos porque hemos dedicado buena parte de nuestras existencias a trabajar en ellos, y conocemos cuáles son las reglas del juego.
Para hablar del futuro primero hablemos del presente, no vale esconderse detrás del argumento de que la autodeterminación de los pueblos, y el derecho a elegir su propio camino está en entredicho. Por el contrario, Uruguay demuestra, con su propia historia y su realidad actual, que ha construido un tipo de sociedad en la que su ciudadanía está protegida por instituciones expuestas a escrutinio. En ese marco de derechos y obligaciones, la siembra ha sido el desvelo de muchas generaciones que nos precedieron.
La virtud del silencio es no entorpecer el lento proceso, tanto de las ideas ajenas, como propias, que necesitan un ambiente más discreto para coincidir en un punto de partida, y no en un anunciado choque frontal.
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