Desde la antigüedad clásica europea los cuerpos de los muertos en una guerra fueron objeto de disputa. El rey de Troya, Príamo, tuvo que rogar a Aquiles para que este le permitiera realizar el funeral de su hijo Héctor. La tragedia de Antígona se basa en la desobediencia de la protagonista, quien contrariando a Creonte da sepultura a Polinices.
El paradero de los cuerpos de miles de detenidos desaparecidos también ha sido utilizado como botín de guerra por parte del terrorismo de Estado en América Latina. La situación de almas cuyos cuerpos no han sido enterrados y por ende están condenadas a vagar sin descanso, es tratada por el dramaturgo colombiano Fabio Rubiano vinculándolo al terrorismo de estado en su país desde una óptica que se sale de todos los cauces conocidos.
En primer lugar, quienes piden aquí para saber el paradero de sus restos no son combatientes, no son ni “héroes trágicos” ni “guerrilleros heroicos”, son campesinos asesinados brutalmente, son “nadies” conocidos como “daños colaterales”. Y como tales el autor los hace aparecer en la obra, como víctimas que no forman parte de ninguno de los bandos en disputa, y por ende ni siquiera guardan rencor, sólo desean ser enterrados y descansar en paz. Ese carácter de pueblo llano de estas almas desarma cualquier posibilidad de encasillar la discusión en la lógica de “dos demonios”. Sus características de campesinos inocentes tampoco son idealizadas, no faltan a estas almas deformaciones físicas o “corrupciones morales”, y todo esto vuelve absolutamente patético el discurso que pretende justificar la tortura y el asesinato sistemático.
Las almas de aquellos campesinos amables y humildes se le aparecen a Salvador Castello, un militar condenado que cumple su pena de prisión domiciliaria en un país neutral, en donde la nieve parece simbolizar la distancia con su país de origen. No hay ningún alegato que pueda justificar que la fuerza represiva del Estado se haya focalizado en víctimas incapaces de ensayar la menor defensa. Solo queda el llamado mesiánico al “orden” y a los “valores morales” para justificarse. Valores morales de jerarquías militares capaces de ordenar decapitar campesinos, pero nunca “jugar al fútbol con esas cabezas”; capaces de violar y torturar niños y adolescentes, pero que se manifiestan en contra de “degenerados” que promueven el aborto.
El tercer elemento que aparece explícito en la obra de Fabio Rubiano es el rol de los medios de comunicación, simbolizado por una periodista frívola, funcional a un régimen que la descarta ni bien deja de ser útil. Pero a partir del rol de los medios podemos detectar otros intereses que están detrás del accionar desbocado de las fuerzas represivas. La sombra de los poderes reales detrás de las fuerzas armadas apenas es mencionada por los campesinos ejecutados, por el estamento militar simbolizado en Salvador Castello, o por las historias frívolas de la periodista, pero si bien esa sombra del poder real no es el eje de Labio de Liebre, no deja de estar presente en el espectáculo.
La obra, que tiene aspectos muy duros, está cargada sin embargo de la ternura de las víctimas, en particular de los personajes que fueron asesinados aún en la niñez, y que no abandonan sus juegos y riñas mientras reclaman por saber donde están enterrados sus restos. El humor es un elemento estructurante de un espectáculo en que los recuerdos asaltan la memoria de ese militar en el ostracismo. Ese “pobre viejito”, utilizado por el poder y descartado luego, no parece sufrir tanto su condena judicial como el asalto de recuerdos de violaciones y ejecuciones de inocentes.
La obra se estrenó en Colombia en el 2015, cuando los acuerdos de paz entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos estaban a punto de refrendarse. Lógicamente el espectáculo no ha pasado desapercibido para la sociedad colombiana. Pero el ángulo desde el que aborda la temática no deja de ser interesante para pensar en nuestra realidad, que siempre intenta polarizar la discusión sobre el pasado reciente entre dos bandos y sus respectivos “héroes”. Labio de Liebre, como las obras de la antigüedad europea, trasciende la situación colombiana, y Lucio Hernández logra realizar una versión que nos permite pensar tanto en la realidad actual colombiana como en la forma en que aquí se tramitó la salida de la dictadura o la actual situación de la memoria respecto a nuestro pasado reciente.
Dentro de un elenco que logra dar vida a esas criaturas simples, que interpelan a su victimario desde la más absoluta transparencia y sin rencor, se destaca la enorme actuación de Luis Martínez que debe caracterizar a ese militar exiliado, que no claudica en sus convicciones para justificar su accionar, pero que tiene en la memoria su condena. Martínez encarna al personaje que se modifica durante la obra, y logra que creamos en esa transformación, y que la vivamos con su personaje.
Por último, que entre tantos autores alemanes, franceses, norteamericanos, británicos o rusos la Comedia Nacional haya decidido estrenar a un autor latinoamericano contemporáneo es algo que celebramos. Esperando que no sea un hecho aislado, no queda más que recomendar ir a ver Labio de Liebre, otro trabajo excelente de Lucio Hernández como director.
Labio de Liebre. Autor: Fabio Rubiano Orjuela. Dirección: Lucio Hernández. Elenco: Luis Martínez, Fernando Vannet, Jimena Pérez, Andrea Davidovics, Stefanie Neukirch y Leandro Núñez.
Funciones: viernes y sábados 21:30, domingos 19:30. Sala Zavala Muniz del teatro Solís.
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