Se ha hablado bastante sobre el acto de asunción del Presidente Luis Lacalle Pou, y se ha hablado, igualmente mucho, de la gente que llegó a Montevideo a caballo, partiendo de todos los puntos del país. Entre 3 y 4 mil jinetes esperaron sobre sus caballos a que acabase la proclamación. Fue un hecho inédito. Lacalle Pou, con posterioridad, ya como Presidente, recorrió la extensa formación, en un acto de agradecimiento. Se puede especular entre el valor simbólico que tiene el caballo en el escudo del país, y la importancia que el Presidente Lacalle Pou le dio a la libertad, en su discurso inaugural. Puede adivinarse un hilo entre el énfasis en la libertad, como valor histórico, reivindicación política y partidaria para el Partido Nacional, y la impresionante caballada que esperaba fuera del Palacio Legislativo.
Sobrevive, como un karma, el viejo conflicto entre el puerto y el campo. Nunca hemos sido un país integrado, y si se rasca un poco, existe un persistente ninguneo desfavorable al Interior. Más allá de las noticias policiales y partidarias, el Interior no existe periodísticamente. Hasta se podría utilizar las palabras de aquel hombre nacido en Paso de los Toros, más tarde, el más montevideano, Mario Benedetti: “El Interior también existe”. Esa llovizna ha calado hondo en la noción de país. La dependencia institucional es casi absoluta. La Universidad de la República ha hecho una tímida descentralización, pero no es una fuerte señal de cambio, si se tiene en cuenta que la mitad de los habitantes viven fuera de Montevideo, y las limitaciones que esto impone son parte del fracaso universitario. ¿Universidad gratuita en un país que no puede garantizar una participación universidad igualitaria para todos los uruguayos?
El nuestro no es un país vacío, inerme. La diversificación productiva está lejos de agotar el repertorio de productos que Uruguay puede elaborar. Se afirma que estamos produciendo bienes y alimentos para 30 millones de personas. Eso es 10 veces más de los habitantes que tenemos, e implica el 63% de la producción del país. Las expectativas van desde las más optimistas a las más conservadoras, en un punto de equilibrio para el período 2004-2020 de un crecimiento del agro de 5.8% anual. El canciller Talvi había advertido, durante la campaña electoral, que la producción agropecuaria uruguaya es nuestro petróleo. Y podríamos agregar: Vale la pena prestarle atención, porque, en términos casi absolutos, la producción del campo descansa en gente que arriesga, y trata de hacer que sus negocios sean cada vez más competitivos en el mercado internacional. Es la única forma de medir la competitividad, en calidad y precios, en un mercado basado en la dura competencia, donde cae el menos preparado. Pero no dejan de oírse quejas cada vez que el gobierno tiene que otorgar a un productor rural un crédito reintegrable para paliar una sequía, olvidando que todos los habitantes de este país, ineludiblemente, tenemos que subsidiar el boleto de Montevideo.
Afortunadamente los 3 gobiernos del Frente Amplio, salvo para el discurso, no partieron de una concepción ideológica, como sí lo han hecho nuestros vecinos kirchneristas, en la forma de gobernar un país muy marcado por el agro. Incluso, nuestro gobierno, tuvo que defender la producción del campo uruguayo en la Corte Internacional de La Haya, frente al reclamo de Argentina, y lo hizo bien. La izquierda uruguaya adoleció de una visión global, al estilo Nueva Zelanda, donde, justamente, desde 1935, en distintos períodos, el Partido Laborista ha gobernado. Partido de centroizquierda, afiliado a la Internacional Socialista hasta 2014, y, desde esa fecha al presente, a la Alianza Progresista. Nada que pueda sonar raro a la izquierda uruguaya, que, en los hechos, ha mantenido definiciones programáticas muy similares.
Pero la izquierda neozelandesa no tiene ese arraigado desprecio a la actividad que le permite crecer de forma sana, que, entre otras cosas, le ha permitido salir con rapidez de las crisis mundiales de las últimas décadas. Tanto la ganadería como la agricultura son los principales sectores económicos con que cuenta Nueva Zelanda, representando el 33% de los ingresos por exportación. En términos generales, en una economía estable, ordenada, y con dos de los rubros (leche y carne de corderos), como referencias mundiales. La izquierda de NZ sabe eso, tiene su diplomacia en línea con esa necesidad de mercados exteriores, y, para ser justos, también los gobiernos del Frente Amplio han contribuido a ampliar mercados de valor, como ha sido la exitosa gestión ante las autoridades de Estados Unidos para entrar a ese mercado con carne ovina con hueso. El problema es que los mercados están abiertos pero el país no preparó su aparato productivo para aprovecharlos. Eso es parte de la desconexión, no se puede hablar de grieta, no se trata de una relación traumática, es el desconocimiento de las capacidades y las peculiaridades culturales de un lado y otro del área metropolitana.
La llegada de esa gente de campo a Montevideo con sus caballos, debió haber sido el augurio de un tiempo de encuentro del país con el propio país. Si la intención de los jinetes que llegaron de todo el Uruguay fuera sólo la intención de saludar a su Presidente, igual hubiese resultado positivo, como cuando las organizaciones sindicales festejan, se manifiestan, y se alinean con el gobierno frenteamplista. Es que el país está vivo, pero necesita reencontrarse, respetarse a sí mismo, limar sus afilados límites. Esa es la tarea de los gobiernos, y del sistema político, sean del signo que sean. Lo demás, es electoralismo puro, poner cáscaras de banana sistemáticamente, para que muy poco cambie en estos cinco años, y en los cinco que llegarán después.
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