La defensa, como preocupación nacional, y las Fuerzas Armadas, como institución, son temas de debate permanente, pero son de esos temas que se podrían guardar en el archivo del gran desgano nacional. Nos manejamos entre los prejuicios y su evocación por el rol que cumplieron durante la dictadura.
Desde que se fundó el Estado uruguayo, el, o los ejércitos que operaron dentro de sus límites, lo hicieron atendiendo a la cuestión del poder político, y salvo contados episodios, las Fuerzas Armadas no tuvieron como misión la defensa del territorio nacional frente a una amenaza exterior. Con su caudal demográfico y los recursos que pudiéramos destinarle a unas FFAA competitivas, ¿sería posible defenderse de un portaviones que eche sus anclas frente a Punta del Este, por ejemplo? Los cazas que caben en un portaviones podrían destruir todos los recursos militares con que cuenta el país en menos de una mañana. Si el ataque fuese de noche, tal vez en un par de horas estaría en condiciones de levar anclas y desaparecer.
El tono irónico usado para ilustrar nuestra debilidad condice con la realidad. Hay algo desajustado en torno a la defensa del territorio, a los recursos, y a la misión que el país le dedica a sus Fuerzas Armadas, que juegan un partido aparte al que juega el resto de la ciudadanía. Si de un día para otro, las FFAA desaparecieran sin hacer ruido, nadie las echaría de menos. Nadie se daría cuenta que quedamos absolutamente indefensos. Nos guste o no, esa es la percepción generalizada. ¿Qué porcentaje de ciudadanos se sienten protegidos por las Fuerzas Armadas? ¿Sienten las Fuerzas Armadas que las instituciones cuentan con ellas, las necesitan, las respetan y las exhiben con orgullo?
A menos que haya un cambio muy notorio esta percepción no va a cambiar. Quienes más defienden la existencia de las Fuerzas Armadas lo hacen utilizando el débil argumento de su labor social, al dar trabajo a una parte de la población que no tiene otra alternativa. Una especie de Mides 2.
El asesinato de los tres infantes de marina, pocos días atrás, dejó al descubierto una penosa realidad. Después que el ministro de Defensa dio la orden que se extremaran las medidas de vigilancia en todas las unidades militares, un ex soldado entra a un puesto de vigilancia, como Perico por su casa, se dirige a la habitación de uno de los guardias, que estaba durmiendo, lo desarma, mata a los dos que, supuestamente, le habían abierto la puerta y, acto seguido, mata al dueño del arma. Pero hay más: el asesino había desertado de la Marina, y los otros tres tenían distintos tipos de antecedentes, que de ninguna manera podrían formar parte de unas Fuerzas Armadas donde existiese un mínimo de exigencia en el reclutamiento, y en el ejercicio de la profesión.
Esto habla muy mal de nosotros mismos, por varias razones, porque viene sucediendo, no es reciente. Habla mal de la oficialidad, que no cumple con lo que le enseñaron en la Escuela Militar, en este caso en la Escuela Naval. Habla muy mal del Parlamento, que lleva 35 años de democracia sin saber qué hacer con las Fuerzas Armadas. Habla mal de los partidos políticos, que no se animan a proponer algo digno de un país que necesita unas Fuerzas Armadas de verdad, con una misión clara. Habla muy mal del tipo de sociedad que estamos construyendo, porque no queremos reconocer que la educación en la que crecimos, con menos recursos, producía ciudadanos mejor equipados intelectual y culturalmente. Habla muy mal de nuestro comportamiento cívico, porque creemos avanzar mirando por el espejo retrovisor. Uruguay necesita, de forma urgente, mirar hacia el futuro. Estas Fuerzas Armadas no son queridas ni respetadas por la población. Son usadas, que es algo muy distinto. Por favor, señores parlamentarios, desarmen y vuelvan a armar estas Fuerzas Armadas, así no les sirven ni a los militares.
Al parecer, el sueldo de los soldados es de unos 18 mil pesos nominales. ¿Cuánto es eso en la mano? ¿Quince, menos de quince? Se dirá que se les da ropa (de trabajo por supuesto), comida y techo, mientras están en la unidad. Una parte de la sociedad razona que para lo que hacen el sueldo está bien. Es no tener idea del papel que las Fuerzas Armadas están dejando de cumplir, y que menos mal el gobierno actual les ha asignado tareas importantes y necesarias. Pero no se las formó para actuar de policía, y mucho menos para levantar basurales.
El país tiene una vulnerabilidad que no queremos reconocer. Tirar ideas es hablar por hablar, de esto hay que conocer, y desde el conocimiento, no sólo conceptual, sino técnico, es que se puede debatir para armar el rompecabezas de unas nuevas Fuerzas Armadas, en las que ellas, obviamente, deben participar.
¿Se puede concebir un cuartel que no tenga una exigencia formativa permanente, tanto desde el punto de vista profesional como ética? Cada cuartel debería ser una escuela de ciudadanía, sin dogmas, sin prejuicios. Se necesita del soldado que tenga una clara noción de qué cosa es un ciudadano, porque él también lo es, sólo que es un ciudadano con armas que le fueron entregadas para defender a quienes no pueden usarlas. Pero el soldado (incluyendo a la oficialidad) también espera que la sociedad abra puertas y ventanas para que entre el aire limpio y fresco. Dejarnos llevar por la desidia es inmoral y peligroso. Con el asesinato a sangre fría de los 3 infantes de marina ya vimos en manos de quién pueden acabar las armas.
Sin dudas necesitamos contar con tropas y oficiales que entiendan lo difícil que es construir la democracia, y que ellos formen parte de esa construcción permanente. No hace falta el paso de ganso para defender lo que más queremos y aspiramos para nuestros hijos. Hace falta soldados que entiendan la disciplina con la cabeza, de forma inteligente y más distendida, como una parte central de su formación, distinta a la de sus compatriotas, pero complementaria, porque igual dignidad debería percibir quien da una vacuna o quien está de guardia a la intemperie, una noche de lluvia.
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