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Las olimpíadas, Paris, la libertad, por Juan Martin Posadas

Las olimpíadas, Paris, la libertad,  por Juan Martin Posadas
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Durante este mes de agosto están teniendo lugar en Paris los juegos olímpicos. La ceremonia de inauguración fue espectacular, entre otros motivos porque no se desarrolló en un estadio sino sobre el Sena y añadiendo escenas y espectáculos artísticos no estrictamente vinculados al deporte. Uno de ellos fue una representación de actores reales, cuyos nombres de guerra toda Francia conoce, reunidos en torno a una mesa con un cierto aire báquico.
Vi la escena por televisión –como todo el mundo, aún los franceses- y, con toda franqueza, no lo relacioné con ningún cuadro de la Última Cena. Pero mucha gente sí lo hizo y lo asoció con el famoso cuadro de Leonardo da Vinci sobre ese conocido episodio de la vida de Jesús. Se ve una mesa alargada, con comensales en ambas alas, y en el medio un actor semidesnudo pintado de azul junto a una señora un poco pasada de peso, todo inmerso en un aura bacanal. Aunque en un primer contacto yo no haya visto relación con el episodio evangélico, si tanta gente lo vio, admitamos que hay una base para la asociación. Y esa mucha gente, junto con Obispos franceses y autoridades eclesiásticas, se sintió ofendida, objeto de burla y sarcasmo y los medios se han llenado con sus protestas.
Cuando me fui enterando de esas protestas y comentarios indignados me vino a la memoria otro episodio muy parecido acaecido también en Francia no hace tanto tiempo (año 2015). El semanario satírico Charly Hebdo había publicado caricaturas y dibujos socarrones y salaces sobre el Profeta Mahoma, seguramente muy aplaudidas y disfrutadas por una elite intelectual francesa que festeja la irreverencia religiosa como un sello de superioridad sobre la gente inculta y supersticiosa que todavía creen en brujas o en dioses, como antes los católicos y ahora los musulmanes que habitan los barrios pobres de Paris y pretenden que sus niñas conserven el velo cuando van a la escuela. Es como si dijeran: en la Francia patria del racionalismo y de la libertad nos burlamos hoy de los católicos lo mismo que lo hicimos ayer con los musulmanes y ¿qué? (No hace falta agregar que los musulmanes tomaron a mal el asunto e hicieron una carnicería con el sofisticado personal periodístico de Charly Hebdo).
Pero no deberíamos quedarnos en lo anecdótico: hay mucho para profundizar. También en Francia y no hace tanto tiempo (el mismo año 2015) se publicó un libro que hizo ruido titulado “Soumission”, escrito por Michel Houellebecq. Este libro contiene planteos originales y profundos sobre el mundo contemporáneo que nos toca vivir. Marshall Mc Luhan (el genio que escribió The medium is the message) dice que lo más característico de un pueblo o de una cultura o de la situación de una sociedad en un momento dado no se refleja en las estadísticas, en los informes económicos o en los análisis políticos sino en la producción artística de ficción que genera esa sociedad; por ejemplo, una novela.
La trama de la novela “Soumission” transcurre en la Francia de aquel entonces (2015) y en una Francia proyectada (o imaginada) que el autor coloca unos años para adelante. Houellebecq imagina que se produce inesperadamente una coyuntura electoral en la que, para neutralizar a un partido de extrema derecha que ha ganado la primera vuelta, todos los demás se unen en el ballotage y llevan al gobierno a un partido musulmán moderado.
Primer asunto a notar: el autor no pone al crecimiento demográfico de los inmigrantes ganando el poder a fuerza de fertilidad familiar, como pronostican algunos, ni tampoco son las hordas jihadistas tomando el poder a sangre y fuego, como temen otros, sino una elección legítima en que los franceses votan a Ben Abbes (así se llama el personaje de la novela) como Presidente de Francia. Este Presidente se llevará bien con todo el mundo, católicos y protestantes por igual, y sólo exigirá una cosa: confiar el Ministerio de Educación a una hermandad musulmana.
La religión de Ben Abbes es la musulmana, por supuesto, pero no hay ningún plan de conversiones compulsivas ni nada por el estilo; simplemente proclama o predica la disciplina y la superioridad del orden sobre cualquier otro valor o principio de convivencia social.
Recordemos que, sobretodo Francia, pero toda la cultura europea hija del iluminismo, ha puesto la libertad como valor supremo. Y aquí se revela lo que es el meollo de la novela y también el carozo de la crisis de nuestra época. La valoración de la libertad –que de por sí es noble y dignificante- ¿a dónde ha llevado? Al consumo indiscriminado, a la aceptación fácil de las drogas, al menosprecio de cualquier autoridad, a las madres de los escolares que le pegan a las maestras, a las ciudades grafiteadas, al desvanecimiento de los respetos, a los CEOS de los bancos que crean ingenierías financieras truchas, a las barras bravas en los estadios deportivos, al abandono de las tradiciones, a la disolución fácil y casi instantánea de los vínculos familiares o conyugales, a la sexualidad sin compromiso afectivo y a todo lo demás que el lector de este artículo como los lectores de la novela, ven todos los días.
Houellebecq pinta una sociedad que empieza a asustarse al constatar en qué ha ido a parar el fomento de una cultura jugada a la libertad individual sin limitaciones y una sociedad desentendida de las tradiciones, (lo que los franceses llaman “héritage”) y sin acatamiento de autoridad alguna. Y esa sociedad desconcertada e inerme que describe el novelista, ve en el islam (y según eso vota) orden, disciplina, nada de excesos de alcohol ni exhibicionismo sexual, respeto a la religión y al jefe de familia; todo eso le resulta tranquilizador al francés de la novela. Ese es el libro. ¿La realidad?
La libertad, que es la base de la moral y de la dignidad humana tiene salvedades. Para el racionalismo iluminista típico de los franceses (y que nosotros hemos heredado con fruición) la libertad es romper las cadenas, no sufrir ninguna atadura. Para la filosofía tomista (que para muchos intelectuales franceses es algo medioeval y atrasado) el ser humano solo es libre cuando sus actos se originan en él mismo, cuando él es el origen de su conducta, de lo que hace y de lo que se abstiene: nadie lo arrea ni lo lleva por la nariz.
La libertad es la base de la moral y de la dignidad humana pero no es absoluta, tiene sus límites. No se trata de que cualquier exceso, aún el de la virtud, es malo. Se trata de que la libertad sin límite termina en el desorden, y eso es una falta general de libertad, un caos social que inevitablemente convoca una mano dura como salida necesaria para la convivencia. Una cierta no-libertad es necesaria para que haya libertad. Paradoja delicada.
El libro de Houellebecq y lo que pasó en la inauguración de los juegos olímpicos de Paris aterrizó con estruendo a los pocos días en la realidad política de Francia: muchos franceses votaron por Marie Le Pen en las recientes elecciones. ¿Cómo están viendo esto los uruguayos en la campaña preelectoral?

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