Más allá de los frentes de batalla en la guerra ucranio-rusa, de las presiones que agrupaciones de extrema derecha ejercen contra los diálogos para frenarlos antes que se firmen acuerdos o de las directrices de Washington que alimenta la extensión del conflicto al decidir que la OTAN suministre pertrechos militares a Ucrania, creo que hay que desentrañar en lo posible la función de algunas acciones.
A las fuertes sanciones que han impuesto a Rusia -desde el cierre del espacio aéreo a las aerolíneas rusas hasta la expulsión parcial de Rusia de la plataforma de pagos internacionales SWIFT- se ha sumado la salida del país de numerosas compañías que se han negado a mantener sus negocios allí como muestra de oposición a la guerra. No todas las medidas son igual de efectivas ni todo el mundo puede adoptar la misma posición. Sin embargo, ya han decidido su retiro de Rusia, total o temporal, Apple y Microsoft en el mundo tecnológico; Volkswagen y Toyota en el automovilístico; Coca Cola, Pepsi, Mac Donald’s y Starbucks (dietistas rusos, agradecidos), entre otros.
De igual forma que se desaconseja no hacer dos conflictos con la misma estrategia, en este siglo la innovación entre grandes potencias incorpora nuevas armas: los espacios en los medios de comunicación (ensayada desde hace tiempo) y la económico-financiera, que para estos tiempos asoma como la más eficaz y menos costosa para los agresores.
En el caso que nos ocupa, se habla “bombas atómicas económicas” para referirse a las impuestas -sobre todo- por EEUU y la Unión Europea (UE) a Rusia: se espera que sus efectos entre la población sean devastadores, partiendo de tener un blanco específico (Rusia y sus autoridades) desacreditado, y cercado por su propia población.
Del conjunto de sanciones que en breve lapso se le han aplicado a Moscú por parte de EEUU, la UE, Reino Unido, Japón, Australia, Nueva Zelandia y otros, pienso que lo que más mella pueden hacer son esta quinteta: el cierre al sistema financiero internacional -que le prohíbe hacer o recibir transferencias a través del SWIFT-; limitante a los bancos rusos a créditos -elevando la deuda del país y de las entidades-; presión sobre las empresas de esa nación -con el consiguiente deterioro de las mismas en las bolsas de valores-; bloqueo de activos del Banco de Rusia y otras entidades públicas y privadas y prohibición de cielos europeos a las aerolíneas de bandera.
Es, entonces, cuando surgen las preguntas acerca de las que no se pueden dar respuestas concretas. El estudio del tipo de sanciones adoptadas, en el pasado muestra que ese camino no alcanza los objetivo que se propuso el sancionador. Algunos mínimos ejemplos de trastornos para los sancionados pero fracaso para quienes los impusieron, me asaltaron de inmediato: las sanciones de décadas contra Cuba y más recientes a Venezuela y Corea del Norte.
Los investigadores de la Universidad de Drexel, Filadelfia, dicen que sólo una de cada tres veces las medidas resultan exitosas para quien las impuso, dato coincidente con el que nos da BBC Mundo. Las sanciones actuales contra Rusia se consideran únicas en el alcance y la velocidad con la que se adoptaron; además, apuntan contra una potencia nuclear y a un país que, pese a no ser un gigante económico, tiene un papel geopolítico crucial.
Hasta aquí concluimos con los especialistas que avizoran que estas son sanciones económicas catastróficas, que realmente están perjudicando a los ciudadanos rusos. Pero a pesar de este impacto, Rusia continúa con su ofensiva militar y no se sabe si las sanciones ayudarán a Ucrania. También hay temores de que provoque una profundización de las relaciones con China. Como resumen, las dudas de los pensadores: se preguntan si el presidente Vladímir Putin -y las personas que lo rodean- ¿redoblarán su posición de ataque o si llegarán a algún acuerdo a la mesa de negociación?
En 2021 Rusia exportó casi 230 millones de toneladas de crudo por valor de 110.100 millones de dólares a 36 países. China ha sido el mayor comprador en los últimos cinco años, seguido por Países Bajos (37,4 millones de toneladas con 17.300 millones de dólares), Alemania en tercer lugar con 19,2 millones de toneladas por valor de 9.300 millones de dólares. En total, los países de la UE representaron el 47% de los suministros en 2021: 108,1 millones de toneladas por valor de 50.900 millones de dólares.
Canadá, otro de los que impuso sanciones, fue el primer país que anunció su rechazo al petróleo, pero desde finales de 2019, no lo importa de Rusia y cuando lo hacía eran únicamente productos petrolíferos:132 millones de dólares en 2020 y 277 millones en 2021, según Statistics Canada. EEUU representaba el 4,3% de las exportaciones de crudo y el 8,8% de las de productos petrolíferos, mientras Reino Unido, para finales de 2022, tiene prevee dejar de importar petróleo y productos petrolíferos rusos: para Rusia, menos del 3% de sus exportaciones; no se sabe qué hará Shell.
Los Estados bálticos y Polonia desean un embargo más estricto, mientras Alemania y los Países Bajos están en contra. “El gobierno, como antes, está convencido de que no puede renunciar a las exportaciones e importaciones de petróleo [ruso]”, dijo Steffen Hebestreit, vocero del gobierno alemán. Como consecuencia del embargo a las exportaciones de petróleo, la situación ha provocado la elevación de los precios del petróleo (el Brent de mayo futuro “voló” a 130 dólares por barril (9 de marzo de 2022).
Según los cálculos de JPMorgan Chase & Co, las exportaciones de unos 4 millones de barriles de petróleo ruso al día fueron expulsadas del mercado mundial. “Al mismo tiempo, es imposible sustituir rápidamente el volumen de petróleo ruso en el mercado europeo; se necesitará más de un año y será mucho más caro para los consumidores europeos. En este escenario, ellos serán las principales víctimas… Los precios de las gasolineras, la electricidad y la calefacción se dispararán. Esto afectará a otros mercados, incluido el estadounidense”, añade.
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