En la columna del pasado 30 de setiembre, Hoenir Sarthou nos sorprende con una visión simplista del verdadero significado de la pandemia que hoy asola a todo el mundo. Defiendo su derecho a expresar lo que piensa, pero no puedo dejar de plantear mi posición acerca de un tema que puede tener efectos sobre la salud de las personas. El tener acceso a un medio de prensa, nos plantea la responsabilidad de entender que lo que escribimos, puede impactar de forma totalmente desconocida en quienes nos leen.
Seguramente Sarthou sabrá que hay en nuestro país, al día de escribir este artículo, más de 40 familias que han perdido a un ser querido por Covid-19, y algunas, más de uno. Estas situaciones y la de aquellos que han padecido la enfermedad y que pueden quedar con secuelas de acuerdo a nuevos estudios, merecen toda nuestra consideración. Cuando resta importancia a las medidas que los científicos proponen (uso del barbijo, evitar a toda costa las aglomeraciones, mantener una distancia mínima de 2 metros), está propiciando condiciones ideales para la aparición de brotes que derivan en enfermedad y en algunos casos, la muerte. Existen hechos totalmente comprobados en base a los cuales deberíamos analizar la situación. Nadie puede negar la existencia del virus, independientemente de su origen y de la intencionalidad de su aparición. Nadie puede negar su alta contagiosidad la que genera una enorme cantidad de casos que a su vez afecta fuertemente a personas con problemas prevalentes para quienes se vuelve una situación grave. Nadie puede negar que este hecho (la cantidad de casos), ha colapsado los sistemas de salud de muchos países. Estos son hechos científicamente probados, queramos o no aceptarlos. El propio Sindicado Médico del Uruguay (insospechado de querer infundir miedos), el 17 de marzo de este año reclamaba públicamente una cuarentena general debido a la situación de emergencia sanitaria. Pero como siempre, aparecen las teorías conspiratorias. De acuerdo a la definición de la RAE, conspirar es “unirse para hacer daño”. Las conspiraciones siempre han existido, desde tiempos inmemoriales y con diferentes objetivos. Son reflejo de la parte más oscura de la naturaleza humana. Pero también la misma fuente nos ilustra que una teoría es “una hipótesis, un conocimiento especulativo”. Dicho en forma simple: algo que hay que demostrar. La mayoría de las teorías conspiratorias, son humo, no tienen sustento y no pueden ser demostradas. Y eso pasa con las que plantean que esta pandemia no existe, que no es mortal y que podemos volver alegremente a vivir sin cuidarnos.
Cada vez que hay situaciones de vulnerabilidad o inestabilidad en la sociedad, hay grupos y personas que lucran y que intentan sacar el mayor provecho. Pero si pensamos que estos grupos o personajes poderosos pueden prolongar la situación de pandemia “a piaccere”, estaríamos insultando la inteligencia de decenas de miles de científicos que trabajan cada día en busca de entender mejor este virus y encontrar una solución, y lo peor de todo, los estaríamos haciendo cómplices. Y yo, creo en nuestros científicos. Lógicamente que la industria farmacéutica va a ganar mucho dinero, no es nuevo, ya lo hace desde hace mucho. No por eso vamos a proponer a los gobiernos que no les compren las vacunas de la hepatitis, el sarampión, el tétanos y dejen así de proteger a la gente. Es una falsa oposición. Como al pasar, Sarthou se pregunta con ironía: “A propósito, ¿cuántos argentinos conocen que hayan muerto por coronavirus? Es raro, ¿no? Ningún político, ninguna estrella de cine o TV, ningún futbolista. Todos los muertos son anónimos. En fin, caprichos de los virus…”
En mi forma de ver el mundo, cada vida vale igual que otra independientemente de su fama o anonimato. Pero además, con un poco de conocimiento de probabilidad, se puede deducir que la cantidad de famosos de un país, es un porcentaje ínfimo del total de la población. Parece ser que para validar la letalidad de la enfermedad, se necesita de algunos muertos famosos. Le aviso que el mundo está formado en un 99% por gente anónima.
Otro punto que cuestiona el artículo de marras, es la modificación del Artículo 224 del Código Penal. La modificación apunta a introducir por un lado el concepto de prevención, cambiando en la redacción la frase “causare daño” por “pusiere en peligro efectivo” y por otro, agrega el agravante en caso que esta acción se de en un marco de emergencia sanitaria. Además de no ser cambios sustanciales a un artículo que ya está vigente, me pregunto: ¿es mejor prevenir o lamentar?, ¿es mejor esperar a que la acción egoísta, descuidada o incluso voluntaria de una persona o grupo de personas cause daño, a que se eviten esos daños con antelación, cuando hablamos de la salud de la gente?
Las pandemias asolan al mundo desde siempre, aun cuando no existían los medios para “crear” nuevos virus. La Peste Negra (1347-1353) dejó, entre 75 a 200 millones de muertos en Europa (Wikipedia). La mal llamada Gripe Española (ya que no surgió en España) mató entre 1918 y 1920 a más de 40 millones de personas en todo el mundo (gacetamedica.com). Por encima de los intereses que existan, los juegos de poder y las elucubraciones sobre la intencionalidad de generar la pandemia, ésta es una realidad. La “gripezinha” de Bolsonaro parece que no da tregua. Es algo muy serio y que por lo mismo, hay que tomarlo en serio. Por favor, cuidémonos.
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