La manifestación de los autoconvocados en Durazno el 23 de enero fue el hecho político más importante de los últimos tiempos. No fue un acto partidario pero indudablemente no fue una manifestación artística. Ya se ha hablado bastante de él pero no se ha dicho todo ni mucho menos. Algunos comentarios ha sido interesantes y otros muchos mera reacción hepática. Lo de Durazno, lo que allí se destapó al sol implacable de ese día de verano y aún camina, fue un suceso polimorfo. Tiene muchas aristas, me ocuparé solo de algunas.
Los partidos políticos –sus dirigencias- no han dado muestras de haberlo calibrado íntegramente. Quien entendió algo más pero, paradójicamente, agarró para el lado de los tomates, fue el Frente Amplio. El Frente vislumbró que la protesta (porque se trata de un movimiento de protesta) golpeaba su flanco. Eso es verdad pero no es ese el objetivo primario del movimiento de Durazno: pega contra el Frente Amplio en tanto éste, por su condición de partido de gobierno y, sobretodo, de ideología dominante, ocupa mayor espacio en el horizonte político. Pero el objetivo es claramente un universo más vasto.
En la medida en que el Frente consideró que el acto de Durazno era una agresión directa, en ese mismo momento hipotecó la posibilidad de entender lo que pasaba en el país y Durazno recogía. De ahí en adelante no hizo más que equivocarse. Hizo todo lo imaginable para indisponerse con los autoconvocados, con las gremiales de productores, con el campo, los comerciantes y todos los que nos abrasamos al sol en aquel día. El gobierno dilató recibirlos, el Secretario de Presidencia los botijeó y en Piriápolis (acto planteado como contraacto desmintiendo que lo fuera) Javier Miranda insinuó propósitos desestabilizadores. En una palabra, buena parte de las caras visibles del Frente Amplio y del PIT-CNT se pusieron agresivamente en contra, convirtiendo a Durazno en un enemigo mucho más ardoroso de lo que sus inspiradores se habían propuesto. Para colmo el Frente Amplio les niega el carácter espontáneo y la condición de autoconvocados (el distintivo más valioso) acusándolos, expresa o tácitamente, de ser marionetas de operadores políticos o económicos ocultos.
Durazno -si se analiza con ganas de entender y no de defenderse- contiene una protesta que abarca a todo el sistema político o, más bien, apunta a un estilo que ha consolidado hábitos políticos indeseables en el correr del tiempo. Si uno repasa los dichos de aquel día la bronca se extiende a situaciones más generales, a viejas concepciones del estado y a formas de concebir la sociedad. Los casos expresamente mencionados no deben ser tomados en sentido literal y al pie de la letra; algunos son muy menores y casi simbólicos. La cantidad de autos oficiales, la partida para diarios de lo Diputados (los Senadores no tienen, no sé por qué la diferencia), son minucias. Pero esas minucias están comprendidas en el torrente oratorio de protesta airada que refieren al gasto público exorbitante, inútil, desprejuiciado y desperdiciado: a las tarifas públicas (en particular el gas-oil que naturalmente está asociado a Sendic, tarjetas corporativas, De León, las aventuras de ALUR , FONDES y etc.), a la multiplicación tropical de cargos de confianza y empleos a parientes y amigos en la Administración Central y en las Intendencias.
No quiero multiplicar los ejemplos para no alargarme: lo que se trasunta es (entre otras cosas, ojo) una especie de confrontación y censura de parte de los que trabajan, producen el PBI y los que lo despilfarran o lo asignan a proyectos políticos personales o partidarios, sustentados por bonitos discursos, mucha burocracia y amiguismo, buenos sueldos y desatención hacia quienes se rompen el lomo para tapar los agujeros del déficit que aquellos dejan.
En el reclamo y la protesta de Durazno hay una reivindicación del trabajo y del derecho a manejar el fruto de ese trabajo sin que una burocracia estatal agrandada año tras año sea quien asigna lo que le toca a cada uno. El recostar en el estado todas las soluciones no es un invento reciente de este gobierno: es el aire que respira el Uruguay hace muchos años; parece que esta gente reclama otro aire. Paradójicamente están pidiendo soluciones al estado y a la vez que les saquen el estado de encima. Todos los partido uruguayos han ido derivando –quizás desde la época de Terra en adelante- hacia una concepción y una práctica que ve la acción política ligada exclusivamente al estado, con una única referencia que es el estado, desatendiendo el viejo y poderoso vínculo que los partidos uruguayos tenían directamente con la Nación, con la construcción de sociedad.[1]
Si se analiza bien el torrente de las expresiones de Durazno también hay una crítica al PIT-CNT como parte de esa dialéctica subyacente entre los que trabajan y los que no lo hacen. En el fondo de la memoria de los productores está el recuerdo del gremio de Conaprole imponiendo paros en defensa del funcionario que fue filmado robando y no lo dejaron echar. Tienen en la memoria el cierre total de la planta de lácteos de Colonia Suiza resultado del malmanejo sindical. Tienen claro que para los empleados de Alas U, disparatado proyecto para “subsanar” el enchastre del cierre de PLUNA, hubo más plata que para el fondo lechero. Tienen claro que los cincuentones fueron atendidos rápidamente (se discute si fueron mil o dos mil millones de dólares) porque Murro aprovechó esa causa para su propósito de arremeter contra las AFAP.
En medio del borbollón de lo que fue Durazno hay una protesta y una defensa, una molestia y una apuesta. Hay una reivindicación del trabajo y un hartazgo del Uruguay estatista con una burocracia sabelotodo y que se mete en todo, que se corrompe en amiguismos o en obstinaciones ideológicas y cuya factura, cada vez más pesada, la tienen que enfrentar quienes son, a la vez, despreciados y vilipendiados: los productores rurales emblematizados en las camionetas cuatro por cuatro.
Lo que antecede son suministros primarios para una discusión más seria de la que está teniendo lugar. Me parece necesario agregar algunas reflexiones finales. Durazno no representa al Uruguay: sólo a medio Uruguay (grosso modo), la otra mitad quiere quedarse como está. Nunca antes, ni en el tiempo de las guerras civiles, estuvo el Uruguay tan dividido y nunca antes hubo una parte tan dominante y tan explícitamente excluyente de la otra. Es legítimo y democrático que haya diferentes visiones de país pero el ambiente se pone ríspido cuando la parte dominante se viene enredando en sus propios errores y pasos en falso. Lo que yo he llamado el ocaso del frente Amplio da lugar, por un lado, a que cobren fuerza y visibilidad las posiciones opositoras y, por otro, a que movimientos como lo de Durazno sean tomado con irritación y desconcierto por quienes se definen (y se sienten) como únicos legítimos representantes del sentir popular. Pero esto es tema para otra nota.
[1] No me puedo extender en esto y tampoco quiero vestirme con plumas ajenas: existe un antiguo estudio de Fernando Henrique Cardoso, ex Presidente de Brasil, mostrando como los partidos políticos de la región fueron abandonando poco a poco sus referencias directas con la nación para quedarse solo con la referencia al estado. En el caso uruguayo es clarísimo. Mientras originalmente el interlocutor de los partidos era la nación y los partidos procuraban incidir directamente sobre ella, pasó luego el estado a ser el interlocutor y la mediación del estado se tomó como único camino de atención al bienestar nacional: poco a poco todos los proyectos, las banderas, pasaron a buscar la mediación del estado.
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