Los débiles no luchan. Los más fuertes quizás luchen una hora. Los que aún son más fuertes, luchan unos años. Pero los más fuertes de todos, luchan toda su vida, éstos son los indispensables.
Esta célebre frase de Bertold Brecht moldeó la cabeza de buena parte de la juventud que se tragó la tarea del héroe, a la edad en que los héroes pueden reunir en sí mismos toda la convicción del mundo de que es necesario, imprescindible, impostergable, para cambiarlo todo, aquí y ahora. Se siente un ansia distinta, no hay pausa, no hay resquicios para que entre la duda. Cuando la duda entra en la enorme fortaleza que se necesita edificar para arremeter, incluso, contra el peligro de perder la vida, esa vida amenazada vibra, tal vez sea la última señal incomprensible que nos envía nuestra individualidad para intentar que nos detengamos, que lo pensemos mejor, que escuchemos mejor.
Pero, así como Brecht afirmó, con tanto énfasis, que los que luchan toda la vida son los indispensables, se puede concluir que ese es el tipo de sociedad que se aconseja construir sobre las cenizas de la otra. “¡Alabad el árbol que desde la carroña sube jubiloso hacia el cielo!!” ¿A qué carroña se refiere? ¿Será esa que sube de los campos de batalla, jubilosa, por el árbol hacia el cielo, y que tanto a Artigas como a San Martín rondarían en sus pesadillas tras largos años de autoexilio?
Frases usadas hasta el hartazgo para exaltar el alma distraída de la juventud. Pero hay más: “Desgraciado el país que necesita héroes”. De un mazazo, Brecht destruye el mito del héroe, si en su borrachera ideológica destruye el mito fundamental de la guerra. Entonces, ¿para qué luchar toda la vida si con su esfuerzo sólo podrá construir “un país desgraciado”?
Hay frases que suenan muy bien, tiemplan el corazón para las cosas inmensas, pero que, tarde o temprano, nos lleva a esa otra afirmación de Brecht en la que vuelve a desdecirse: “Las revoluciones se producen en los callejones sin salida “. Allí está el nudo de las frases grandilocuentes, las canciones grandilocuentes, los propósitos grandilocuentes, que suelen menospreciar a los seres comunes, sin firmes convicciones, a los débiles que no luchan, a los que sólo aman o, simplemente, sobreviven sin comprender demasiado el sentido de sus vidas.
Es remota, pero existe la posibilidad de que la vida humana se salve de esta hecatombe y consiga hacer de la Tierra nuestro mejor hogar. Trump habló con mucho entusiasmo sobre la posibilidad de poblar Marte antes que colapse el mundo en que vivimos. ¿Para cuántos es la solución en que Trump estaba pensando? ¿Quizás para su familia y algunos más? Sería una insensatez pensar en montar toda la logística y desarrollar la tecnología necesaria para vivir en una tierra desierta, sólo recorrida por inmensos vientos, y desprovista de la atmósfera que todavía tenemos aquí, y que podemos reconstruir.
¿Es lógico y justificable, que un país invasor, que ha llevado el mundo a una situación lindera con la guerra nuclear, integre el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? No parece prudente darle de comer con la mano a un león hambriento. Lo extraño es que los demás integrantes permanente del CS no tengan la lucidez de ayudar a resolver esta situación sin más demoras. Rusia está echando abajo cuanta estación de generación eléctrica existe en Ucrania, cuanto edificio civil existe, cuanta infraestructura para purificar y transportar agua, y todo ese desastre en el comienzo del invierno. ¿Cómo se le llama a eso, cuando la propia ONU destina buena parte de su presupuesto a asistir a países en situación de calamidad? ¿Cuánta gente más va a morir en Ucrania por la propia guerra que desató Rusia, integrante del Consejo de Seguridad, y como consecuencia de ella? ¿Es Putin el héroe que reclamaba Brecht, o Rusia es el “país desgraciado” que necesita héroes? ¿Este es el resultado inevitable del poder sin frenos?
Mientras una serie de países periféricos hicieron un alto en la guerra para escuchar el llamado de Rosemary Di Carlo, Secretaria General Adjunta de Asuntos Políticos y de Consolidación de la Paz, para proteger al mundo de la pandemia, Rusia ha hecho oídos sordos a su apelación en favor de la paz. Por el contrario, ha concentrado su potencia de fuego en objetivos civiles, con el obvio propósito de usar el invierno como un arma de aniquilación civil.
Hoy es sólo un sueño conseguir que los actuales miembros permanentes del Consejo de Seguridad estén obligados a detener las acciones militares, y volver a la situación anterior al inicio de la guerra. No lo permite la actual Carta de la ONU, pero esta no es la organización que interpreta, cabalmente, el espíritu de su creación. En cuestiones de la guerra o la paz, la ONU debe repensarse. Un integrante del Consejo Permanente no puede ejercer violencia sobre alguno de los países miembros de la ONU. Debe ser, siempre, la garantía de que una apelación a la paz deba ser cumplida. Un país agresor, que busque la conquista y destruya la infraestructura civil no puede integrar el Consejo Permanente de Seguridad de la ONU, y debe ser apartado, al menos provisoriamente, hasta que la agresión cese. Esta guerra, además de atroz, está desviando uno de los objetivos decisivos para el futuro del mundo: combatir el cambio climático.
Para millones de personas esto es urgente. Uruguay está en condiciones de solicitar la aplicación de los Artículos 7, 8, 9 y 10, referidos a PERÍODOS EXTRAORDINARIOS DE SESIONES DE LA ASAMBLEA GENERAL, para solicitar que el Consejo de Seguridad de la ONU encamine una reforma de la Carta en cuanto a la participación de sus miembros permanentes en acciones bélicas, que no cuenten con el voto unánime del Consejo de Seguridad.
Dos enmiendas a Bertold Brecht: Ni José Artígas, ni José de San Martín, considerados los héroes máximos de Uruguay y Argentina, acabaron sus días luchando, tal como lo exige Brecht. Artigas se negó a volver al país donde había iniciado la guerra de independencia, y San Martín murió, 36 días después que Artigas, en Boulogne Sur Mer, Francia. Ninguno de los dos explicó su decisión de acabar lejos, y tras largos años de autoexilio, de sus patrias de origen cuando aquellos territorios coloniales ya eran países independientes. ¿Cómo lo explicaría Bertold Brecht?
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