Le escuché decir a un periodista español que los nuevos analfabetos son los que saben leer y escribir, pero no ejercen, que incluso hay quienes se sienten orgullosos de no haber leído ni un solo libro en sus vidas. Vivimos en una sociedad y en un tiempo donde se buscan toda clase de atajos para no pensar y evitar que se note. Donde todo se nos da digerido y donde el pensamiento mágico se vende como lógico y racional. La fascinación con noticias cada vez más rápidas, con llegar antes que los demás a obtener la información, ha generado un vacío de contenido y una incapacidad para comprender lo que sucede en la propia vida y en el mundo que habitamos. A la hora de resolver problemas se recurre de modo ingenuo a toda clase de recetas mágicas que siendo persuasivas, solo son puras falacias que no conducen a nada.
Cuando nadie repara en la cantidad de afirmaciones de pensamiento mágico, incluso entre profesionales de las más diversas disciplinas, es un signo claro de la pereza mental en la que nos encontramos. Cuando se cree que las habilidades de alguien para algo, lo hacen un genio para todo lo que se proponga, o cuando un producto es bueno para todo, o lo cura todo, tenemos un problema para pensar. Que alguien sea buen director técnico de fútbol o haya sido un gran general en el ejército, no lo hacen automáticamente un gran ejemplo del Management para todos los rubros. Ejemplos de este tipo se encuentran a montones, incluso en cursos de capacitación empresarial. Ante cualquier situación compleja tendemos a simplificarla y buscarle una sola causa o una descripción simplista, que por ello suele ser siempre reduccionista.
Cuando se habla de soluciones a problemas sociales o económicos, que generalmente son muy complejos y dependen de múltiples factores, se crea la ilusión que todo se arreglaría con una sola acción.
Los anaqueles de las librerías están repletos de manuales de autoayuda que prometen la fórmula definitiva para adelgazar, para ser exitoso o para dirigir una empresa. Conferencias repletas de gente escuchando a gurús del éxito que cuentan su testimonio como la fórmula de validez universal, parecen resolverle la vida a la gente por unas horas. Sin embargo, a los que aplicaron tan exitosa “fórmula” nadie les pregunta cuánto les duró el éxito, ya que normalmente van detrás de un gurú tras otro, de una receta tras otra.
¿Pensar rápido o despacio?
Daniel Kahneman, psicólogo judío, “Premio Nobel” de economía, ha publicado hace ya diez años, un libro[1] donde advierte sobre los sesgos e ilusiones que se derivan de la estructura y dinámica de nuestro pensamiento. El autor afirma que tenemos dos sistemas de pensamiento, uno más rápido y uno más lento. El rápido es automático y reactivo, involuntario y se dispara desde las emociones. Aquí se generan los prejuicios, el pensamiento mágico y conclusiones fáciles e irreflexivas. Por otra parte, el sistema de pensamiento lento, es reflexivo, está concentrado en una cosa a la vez. Ambos están en nosotros pero no funcionan de manera simultánea.
Muchos están convencidos que hay que ir cada vez más rápido en todo, en dar las noticias, en buscar soluciones a los problemas, pensando que es un signo de mayor inteligencia el pensamiento veloz. Sin embargo, poco se repara en que la atrofia mental en la que muchos están sumergidos y la falta de perspectiva, profundidad y visión presente en tantas instituciones, tienen más que ver con el abandono del pensamiento reflexivo, que con la complejidad de los problemas.
Pensar con detenimiento exige tiempo y esfuerzo. Pensar en forma crítica, no quedándose en las apariencias o en conclusiones fáciles, incomoda y trae conflictos. Salir de la masa para pensar por uno mismo, discernir las propias decisiones y no quedarse en lo que dice la mayoría o el poder de turno, exige coraje y determinación.
Para pensar reflexivamente no solo hay que leer titulares o libros de autoayuda con “tips” para lograr nuestros objetivos. Para pensar en profundidad hay que leer clásicos de la literatura y la filosofía, obras que expandan nuestro horizonte mental y nos saquen de la banalidad, hay que incluir en nuestras conversaciones temas más profundos, atreverse a hacerse más preguntas y no querer tener respuestas rápidas para todo.
Cuando el contenido no importa.
A pesar del creciente uso de internet y las redes sociales, la Televisión sigue siendo un medio masivo de comunicación que modula costumbres, creencias y conductas. Cuando cada vez más lo que importa es mantener cautiva la audiencia a cualquier precio, el costo es fomentar la huida del pensamiento. Un medio donde no importa el contenido de lo que se dice, sino la forma, lleva a que en cualquier diálogo se usen frases simples, cortas y superfluas. Varios críticos de los medios explican lo difícil que es expresar una idea clara y coherente en veinte segundos antes de ser interrumpido por el conductor o por un panelista incapacitado para escuchar. Y antes que se caiga el rating hay que cortar al entrevistado y buscar la frase efectista, que, aunque no diga nada, tenga impacto emocional. Pensar exige esfuerzo y puede cansar, por lo tanto, no parece rentable.
El escritor y periodista argentino Sergio Sinay lo expresa con claridad y dureza: “La Televisión está hecha de programas de entretenimientos que dejan al desnudo la ignorancia terminal de participantes dispuestos a cualquier degradación a cambio de cinco minutos de fama… o noticieros donde gran parte de los informativistas ignoran lo elemental acerca de los personajes, los países y las situaciones sobre las que informan…”. Y se pregunta: “¿la televisión es causa o efecto del vacío de pensamiento? Es causa y efecto”. Entiende que lo que se ve en la pantalla es reflejo de la sociedad en que vivimos y al mismo tiempo la televisión incentiva aquello que muestra, amplificando la esterilidad del pensamiento, como un círculo vicioso. “En una sociedad mediatizada, los que piensan pierden”.
Pensar es peligroso.
En varios países se está quitando la filosofía y las letras de los programas de secundaria, justamente por no pensar y para que nadie piense demasiado. La mentalidad mercantil y tecnocrática cree que hay que formar a las nuevas generaciones en vistas a los intereses de crecimiento económico y para conservar ciertos niveles de bienestar y consumo. La mentalidad instrumental que coloniza cada vez más aspectos de la vida, impulsa a los estudiantes a buscar carreras que sean más rentables y útiles al mercado competitivo, con lo cual, la historia, la literatura, la filosofía y las artes, quedan en el ámbito de lo inútil y de lo que se puede prescindir. El prestigio del “intelectual” ha decaído en la cultura de masas y “ser importante” es igual a ser “famoso”, es decir, si se sale en Televisión o si se es tiene millones de seguidores en las redes sociales. Aunque sea gente que no aporte una sola idea al desarrollo humano. Por otra parte, el valor del conocimiento en la era digital, donde la mayor parte de la información tecnológica queda perimida en pocos días para ser sustituida por una nueva, hace que se desprecie todo conocimiento del pasado y se viva en una compulsiva búsqueda de novedades, donde la palabra mágica es “innovación”.
El estilo de formación que se busca es el que conlleva menos sacrificios y mayores ganancias, en lo posible a corto plazo. Esto muestra el creciente interés por carreras cada vez más cortas, de carácter técnico y de rápida inserción laboral. Incluso los cursos de posgrado han caído en este pragmatismo devastador.
Las humanidades son las que ayudan a pensar críticamente y a desarrollar habilidades fundamentales para la convivencia y el desarrollo humano. No es casualidad que muchas empresas ahora estén preocupadas por brindar formación humana a su personal y contratan a filósofos y psicólogos para que los ayuden a conocerse a sí mismos, a comprender mejor el mundo en el que viven, a ser más empáticos, a tomar mejores decisiones, etc.
Una crisis silenciosa.
Una filósofa y ensayista norteamericana, Marta Nussbaum, publicó un libro en el año 2010, titulado: «Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades», donde afirma que hay una crisis más grave que la económica, una crisis silenciosa, de la que no se habla, pero que es mucho más devastadora que las que aparecen en los titulares de prensa. La autora escribe que «estamos en medio de una crisis de proporciones gigantescas y de enorme gravedad a nivel mundial, pero pasa inadvertida, como un cáncer: la crisis en materia de educación».
Según Nussbaum en la medida en que se recorta el presupuesto a las disciplinas humanísticas, se produce una grave pérdida de las cualidades esenciales para la vida misma de la democracia. Las personas que cultivan una formación humanística desarrollan una visión más profunda de la vida, más sensible a los demás y por lo tanto capaz de pensar en forma independiente y crítica, así como de comprometerse con el bien común.
Hoy en día los expertos en “Gestión de personas”, reconocen que hay gente muy capacitada técnicamente, pero hay grandes carencias en cuestiones que antes eran un presupuesto obvio. Hay grandes dificultades para comunicarse, para relacionarse con otros, para tener empatía y comprender a los demás, para trabajar en equipo, para pensar por sí mismos, para tomar las riendas de su vida. ¿Por qué? Creo que es un síntoma de lo que afirma Naussbaum: formamos maquinitas que prefieren no pensar demasiado ni muy profundamente, ni mirar al de al lado, cuando deberíamos preocuparnos por formar personas con una mente amplia y un corazón abierto. Eso nos lo dan los poetas y escritores, los pintores y escultores, los filósofos y los músicos de todas las épocas. Si queremos un mundo más humano y democracias más estables, deberíamos empezar por no arrinconar a las humanidades en la educación y darles un mayor protagonismo en los espacios donde se forma opinión. Para tener debates más constructivos en sociedades plurales se requiere de habilidades que ayuden a salir de las simplificaciones y la polarización emotivista de los discursos. Estamos en problemas cuando el respeto por el otro, la escucha receptiva, la diferencia entre ideas y personas, sean cosas que hay que aprender en un curso intensivo de coaching.
Creo que en estos últimos años y especialmente durante el comienzo de la crisis del Covid19, hay un mayor interés y presencia de las ciencias y de las humanidades en los medios de comunicación, lo cual es una muestra positiva de cuanto se puede aportar en tiempos de crisis cuando se sale de la superficialidad para pensar con un poco más de profundidad y análisis crítico sobre las cosas que más nos preocupan.
[1] Kahneman, D. (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Buenos Aires: Debate.
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