La declaración del gobierno uruguayo considerando “ilegítimas” las elecciones de Nicaragua en las que el presidente y líder histórico sandinista Daniel Ortega ganó por demolición, constituye un nuevo testimonio de la obsecuencia oficialista con los mandatos del imperialismo norteamericano.
El manifiesto coincidió con la visita oficial a nuestro país de la Secretaria del Estado Adjunta de los Estados Unidos, Wendy Sherman, quien mantuvo sendos encuentros con el presidente Luis Lacalle Pou y con el Canciller de la Republica, Enrique Bustillo, en los cuales se abordó una variada agenda de temas de interés bilateral. Obviamente, la situación de Nicaragua no estuvo ausente en los coloquios.
La declaración, que condensa la postura del gobierno pero no la de la totalidad del pueblo uruguayo, considera “ilegítimas” las elecciones celebradas en Nicaragua, acusando al sandinismo de “violentar las garantías de transparencia, inclusión y verificación, esenciales en todo proceso democrático”.
Concomitantemente, reclamó a la administración encabezada por el reelecto Daniel Ortega, la “liberación de los presos políticos, asegurando el respeto a la libertad, la integridad personal y el derecho a su participación política”.
La coalición multicolor, un contubernio integrado por partidos de derecha neoliberal incluyendo al pro-golpista Cabildo Abierto, ha demostrando, desde su instalación, que es y será funcional a los intereses hegemónicos y geopolíticos del imperialismo yanki.
No en vano, en la reciente cumbre de la CELAC, el presidente Luis Lacalle Pou atacó duramente a Cuba, Nicaragua y Venezuela, que, para la más reaccionaria derecha uruguaya, es una suerte de eje del mal. En esta oportunidad, el mandatario vernáculo ni siquiera contempló los equilibrios geopolíticos y el apoyo de China a estas tres nacionales americanas, en momentos en los que se está negociando un tratado de libre comercio con el gigante asiático.
Esta postura es consecuente con la ofensiva de la agresión norteamericana contra esos tres países hermanos, lo cual corrobora que quienes nos gobiernan siguen aferrados a los caducos paradigmas de hace más de medio siglo.
Hoy, la realidad es totalmente diferente a la de 1961, cuando Cuba fue expulsada de la Organización de Estados Americanos por mandato de Estados Unidos y con el apoyo del colegiado blanco de la época. En efecto, tras el descongelamiento de la Guerra Fría y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, nació una nueva bipolaridad cuyas potencias rectoras son ahora Estados Unidos y China.
Al igual que Cuba y Venezuela, Nicaragua está padeciendo sanciones internacionales diplomáticas y económicas promovidas por Estados Unidos y la Unión Europea, que se arrogan el derecho de intervenir en los asuntos internos de otros países, violando el principio de no intervención que prescribe la Carta de la Organización de las Naciones Unidas.
En este como en otros casos, el doble discurso del gobierno uruguayo responde únicamente a su alineamiento con la voracidad imperialista de los amos de la Casa Blanca de ayer y de hoy, quienes han conspirando recurrentemente para derrocar a los gobiernos cubano, nicaragüense y venezolano, aduciendo que se trata de dictaduras.
Sin embargo, jamás cuestionó a China, que, como es público y notorio. es un país socialista –en el cual conviven la economía de mercado con una fuerte presencia interventora del Estado- y no rige un sistema republicano como el que todos conocemos y valoramos.
El oficialismo también reveló sus contradicciones cuando no invitó a Cuba, Venezuela y Nicaragua al acto de asunción de Luis Lacalle Pou como presidente y, en cambio, si convocó a la dictadora boliviana Jeanine Áñez, cómplice del Golpe del Estado contra el presidente constitucional socialista Evo Morales y hoy encausada en su país por la comisión de delitos durante el ejercicio de su mandato autoritario e ilegal.
Obviamente, antes de las elecciones nacionales de 2019, la derecha jamás condenó ese acto deleznable ni tampoco el derrocamiento de la presidenta constitucional de Brasil Dilma
Rousseff. En el presente, naturalmente no cuestiona el terrorismo verbal del fascista mandatario brasileño Jair Bolsonaro, quien insinuó que no entregaría el poder si pierde las elecciones.
El gobierno también hizo causa común con el autoritarismo sionista de Israel, nunca cuestionó la invasión, ocupación y anexión de territorios en Oriente Medio y menos aun el genocidio perpetrado contra el pueblo palestino.
Si bien el contexto político que atraviesa Nicaragua es complejo y de él poco o nada sabemos, se requiere escuchar todas las campanas: las que afirman que hay presos políticos y las que aducen que los opositores encarcelados son autores de “delitos de conspiración contra la patria”.
La coalición multicolor es obsecuente a los mandatos de Estados Unidos que, durante décadas, sostuvo a la dictadura del tirano nicaragüense Anastasio Somoza, hasta que éste fue depuesto por la revolución sandinista. Incluso, la Casa Blanca luego financió a un ejército de mercenarios, en el marco de la operación de venta de armas clandestina conocida como Irán-contras.
Si la derecha mandadera del imperio nos quiere convencer de sus convicciones democráticas –que para mí en lo personal son dudosas por sus contradicciones del pasado y del presente- que empiece a medir contextos históricos similares con el mismo rasero y no contamine sus posturas y declaraciones con su visceral fobia anti-izquierdista.
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