La Asociación Médica Mundial, en su Asamblea del 2019 volvió a pronunciarse condenando la eutanasia y el suicidio asistido. Algo que se reafirma en el campo de la ética médica desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Son muy pocos los países en el mundo que se han atrevido a despenalizar la eutanasia, generando graves consecuencias sobre la protección de los derechos de los más vulnerables. Si bien la situación actual y los proyectos contemporáneos no son comparables con la biopolítica de la Alemania nazi y sería exagerado y anacrónico hacer un paralelo exacto con sus programas de eutanasia, me pareció interesante repasar los argumentos que se esgrimieron en los años 40 para convencer a los alemanes de eliminar las vidas “indignas”. Cada vez que se discuten estos temas, se olvida la razón más honda de por qué los Derechos Humanos se sostienen en el valor indiscutible de la dignidad de todo ser humano, más allá de su condición o situación. Ninguna vida humana puede ser considerada menos digna que otra, so pena de legitimar el desprecio y el abuso de determinadas personas por el hecho de considerarlas “vidas menos dignas”. Revisitando la historia podemos tomar conciencia, de hasta qué punto la manipulación del lenguaje y los eufemismos nos hacen indiferentes a graves violaciones de los derechos de los más vulnerables.
Una historia olvidada
El historiador, politólogo y periodista Götz Aly publicó en 2013, fruto de una investigación de más de treinta años, un libro sobre el programa de eutanasia nazi. Su objetivo fue hacer visible un horror que tiende a no recordarse. El autor ha creado polémica al exigir la recuperación de los nombres de los miles de desaparecidos cuyas familias no tienen cómo acceder a su memoria, incluso algunas ni siquiera saben de la existencia de tíos o hermanos que fueron arrojados al olvido. Su libro más conocido es Cómo Hitler compró a los alemanes (2006), pero su obra más reciente, Los que sobraban: historia de la eutanasia social en la Alemania nazi, está basada en cartas de familiares y documentos oficiales, que dan cuenta del exterminio de 200.000 discapacitados física o psíquicamente. Las justificaciones de este proceder se fundamentaron en la “compasión” y el “acto humanitario” de “librar a las familias de las cargas económicas de vidas sin sentido”.
Aly muestra en su trabajo que el programa de eutanasia nazi no estuvo primariamente apoyado en una cuestión “racial”, sino en una visión pragmática y materialista de la vida humana, donde la lógica de fondo era económica. Las “vidas que no producen”, “que no tienen sentido” ni siquiera para sí mismas y “que son una carga para sus familiares”, deberían eliminarse para no prolongar un sufrimiento innecesario para sí mismos y los demás. Ese era el argumento central del programa eutanásico.
Los argumentos de la propaganda
La argumentación que apoyó estas prácticas consistió en instalar en la opinión pública tres tesis: Primera, había algunas vidas que carecían de valor, ya sea porque sus sujetos no eran conscientes de sus actos o porque se hallaban en una situación considerada por debajo de los estándares de una “vida digna”. Segunda, ante vidas indignas, carentes de valor social, el hecho de eliminarlas podía ser un acto compasivo, el acto humanitario de “ayudarlos a morir”. Joseph Goebbels hizo realizar una película en 1941 (“Yo acuso”) donde una enferma de esclerosis múltiple pide a su marido que ponga fin a su vida. Tercera, acabar con la propia vida, cuando por alguna razón se consideraba que perdió su sentido, era un legítimo ejercicio de la propia razón y “un derecho de su autonomía” como sujeto.
Escribe Aly: “Para referirse a sus crímenes, los muchos implicados utilizaron eufemismos como redención, interrupción de la vida, muerte de gracia, muerte asistida o precisamente: “eutanasia”… Muchos alemanes aprobaron la muerte forzada de “bocas inútiles” y las propias familias no querían saber detalles del destino de sus familiares entregados…” Los consideraban un lastre social porque requerían cuidados constantes y eran una gran carga para sus seres queridos. La mejor decisión para ellos mismos y para sus seres queridos era “terminar con ese sufrimiento”.
Advertencias olvidadas
Entre 1920 y 1940 la comunidad médica alemana debatía el tema. Una influyente publicación de los profesores Karl Binding, un especialista en jurisprudencia constitucional y criminal y Alfred Hoche, un prestigioso psiquiatra, titulada “Permitir la destrucción de la vida sin valor” presentaba la eutanasia y el suicidio asistido como una respuesta compasiva y humanitaria a aquellos que la pidieran. La obra fue profundamente debatida y rechazada en la Conferencia de la Sociedad de Psiquiatría Forense de Dresden en 1922. Algunos críticos argumentaban: “Una vez que el respeto por la vida humana haya sido disminuido con la introducción de la muerte piadosa voluntaria para los mentalmente sanos, pero con una enfermedad incurable e involuntaria para los enfermos mentales, ¿quién puede asegurar que las cosas van a parar aquí?” (Dr. M. Beer). En una crítica del Dr. E. Meltzer se lee: “es mucho más heroico aceptar a esos seres hasta el máximo de nuestras capacidades para llevar solaz a sus vidas y de este modo servir a la humanidad, que matarlos por razones utilitarias… El altruismo es un aspecto distintivo de la humanidad…” Pero al llegar los nazis al poder, se terminó el debate y la ideología eugenésica que promovían la esterilización y la eutanasia fueron ampliamente propagadas a través de la educación y los medios.
Comienzo por pequeños pasos
Dos investigaciones anteriores (Cleaver – Grant), demuestran que la literatura que circulaba en los ambientes médicos alemanes de la época entendía que eliminar a las personas con “vidas indignas” era un “acto misericordioso”. A su vez defendían también la importancia de un debido control del procedimiento y del necesario “consentimiento” de los candidatos, quienes debían solicitarlo expresamente.
Primero se instituyó un programa de “muerte suave” de “adultos enfermos incurables y enfermos mentales” sobre la base de la compasión, pero en pocos años se extendió la práctica en niños con discapacidad cuyas familias no podían atenderlos debidamente. El número de niños se cuenta en 6.000 en la primera fase del programa. El famoso programa “T4” localizado en Berlín se extendió a varios hospitales y centros de salud, y a los médicos que lo llevaron adelante y que se consideraban expertos en “ayudar a morir”, se les concedió inmunidad legal para ejercer su tan delicada misión.
Luego de instalar el suicidio asistido para ser ayudado a morir, se extendió para quienes por incompetencia para decidir por sí mismos no pudieran solicitar la muerte, permitiendo así que sus familiares ejercieran su derecho. Los pasos del convencimiento eran progresivos, e iban naturalizando el descarte de personas “por razones humanitarias”.
En 1941 “más de 10.000 enfermos mentales” recibieron la “muerte sin dolor” en las cámaras de gas en Hadamar, uno de los más importantes hospitales del T4. Se argumentó que el uso de monóxido de carbono producía una muerte digna sin sufrimientos. Luego esta práctica se extendió a los judíos en los campos de concentración, con herramientas que ya se habían puesto en práctica. Aly sostiene que la naturalización del descarte de los propios seres queridos preparó el camino para la indiferencia ante horrores impensables.
El filósofo alemán Robert Spaemann, que realizó un análisis de los argumentos del programa de eutanasia de los nazis y los proyectos actuales, afirma que el paralelo puede parecer exagerado, pero advierte que en ese entonces se trataba de eliminar ciertas vidas que se consideraban inútiles para la sociedad, mientras que hoy se atiende a la perspectiva interna de los afectados, a que internalicen la convicción de que ellos mismos llevan una vida que no es digna de vivirse y que defiendan su derecho a ser exterminados. La relativización de la dignidad humana busca contar ahora con la propia adhesión de la víctima, para luego darle validez social para los demás. La seducción de que ser eliminado “es tu derecho”, parecería bloquear cualquier sentido crítico sobre el acto en sí mismo.
Los médicos de Núremberg: ¡Nunca más!
La evidencia más fuerte de un cambio de mentalidad sobre la dignidad humana a través de eufemismos que naturalizan el homicidio, son los testimonios de los médicos juzgados en Núremberg. Quienes participaron de esos crímenes alegaban que sus acciones fueron movidas “por compasión y sentimientos humanitarios”, que “no es un crimen tener un acto de piedad con los incurables… y la muerte puede significar liberación del sufrimiento”. Todos los involucrados creían que hay “vidas que no merecen vivirse”.
La enseñanza que dejaron estos testimonios es que cuando se relativiza la dignidad de un solo ser humano, se pone en peligro a la humanidad entera.
Uno de los investigadores norteamericanos concluye que esta es “una lección de historia que ha enseñado que la verdadera naturaleza de la muerte ayudada por el médico es una falsa compasión y una perversión de la misericordia. La historia nos previene que la institución de la muerte asistida amenaza gravemente con minar la ética fundamental de la profesión médica y el principio máximo de igual dignidad y el valor inherente de cada persona humana”.
En la introducción de su última obra, Götz Aly expresa según su parecer el fondo de la cuestión no siempre analizada:
“No basta, por un lado, con lamentar las numerosas víctimas y, por otro, demonizar acerca de quinientos perpetradores nazis y acusarlos de ideólogos sin escrúpulos, malas personas o asesinos de bata blanca. A la larga, lo importante y, quizás, instructivo es examinar el trasfondo social, ese sinnúmero de personas que hubo entre los autores materiales y las víctimas. Por ello me decidí por el ambiguo título Die Belasteten en el original alemán. La palabra no apunta a los asesinos, sino a los asesinados… En ella resuenan conceptos como “molestia”, “estorbo” o “lastre social”, pero también evoca las personas que “son una carga para los demás”, o que -como actualmente se suele decir, dándole la vuelta- “no quieren ser una carga para los demás”.
El historiador alemán dedicó su libro a su hija Karline, nacida en 1979, quien por una infección que tuvo al poco tiempo de nacer, contrajo una encefalitis y sufrió una lesión cerebral grave. “Necesita ayuda, pero ríe y llora, demuestra felicidad y mal humor, le gusta la música, la buena comida, en ocasiones alguna cerveza y recibir invitados. Sin embargo, la vida no es fácil para ella. Fue Karline quien, al poco de nacer, me llevó al tema de los asesinatos por eutanasia en la historia contemporánea de Alemania y en el cual nunca he dejado de trabajar”.
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