Adelanto del libro de Mauricio Almada
En muchas versiones de prensa e incluso en varios libros se sostuvo que los tupamaros habían robado los planos de las cloacas a OSE. Sin embargo, en las entrevistas que hice para este libro confirmé que los tupamaros robaron los planos de la red cloacal a la Intendencia capitalina.
El estudio paciente de las cloacas por parte del MLN insumió ocho años y llegó al sumun cuando a fines de diciembre de 1971 hicieron el robo de los planos. También en esa oportunidad se hicieron de las fotos aéreas de la ciudad que estaban en el palacio municipal. A partir de entonces pudieron ver los planos en tres dimensiones y planificar mejor sus acciones.
Este robo, ocurrido sin pena ni gloria en medio de la rutina de los funcionarios municipales –acentuada quizá por cierto relajamiento debido a la proximidad del fin de año–, fue sin embargo la frutilla de la torta para el trabajo de quienes ya eran dominadores del mundo subterráneo.
«El robo de los planos de las cloacas era para el MLN una operación muy sencilla para lo que eran aquellos momentos. Estábamos en el 71, donde si decíamos que éramos tupamaros la gente se tranquilizaba y sabía que no iba a pasar nada con eso. Entonces se organizó una operación teniendo en cuenta el horario final de la Intendencia, cuando prácticamente se había ido todo el mundo, estábamos a fin de año, en el medio de las fiestas», relató para este libro el extupamaro Jorge Tiscornia.
Los detalles muestran la facilidad con que hicieron la operación. Apenas bajaron de la furgoneta que los esperaría en el subte de la calle San José, subieron hasta el quinto piso, que era donde estaban los planos de la red cloacal. A esa hora de cierre había muy poca gente en la Intendencia y en el quinto piso unos pocos funcionarios dispersos, así que los partícipes de la operación procedieron a reunirlos en una habitación y les dejaron un custodia armado.
«Sabíamos dónde estaban los planos y cuáles eran, había que juntaros, arrollarlos y prepararlos para la evacuación –añade Tiscornia–. En el medio de eso se sube al noveno piso por las escaleras, cuestión que también estaba planificada, y se sacan todas las fotos aéreas que estaban en unas cajitas. Se baja del noveno al quinto, y en el quinto se le dice a la gente que no llamen a la policía, que no griten, que no corran, y se los deja más o menos encerrados en ese local. Hay que recordar que no había celulares ni nada de eso, y se baja por las escaleras y se llega a las puertas que dan al túnel de la calle San José, ahí se podía estacionar todavía, y se evacúa con un vehículo. No tengo idea de cuántos planos eran, pero eran todos los planos de Montevideo y éramos varios los que cargábamos los rollos, rollos adentro de otros; como eran de papel entraban cinco o seis rollos juntos» .
Todo el robo duró poco menos de media hora. Marcelo Estefanell esperaba con el motor encendido de la furgoneta, con las manos en el volante, estacionado en el subte de la calle San José. «Cuando vi venir a los compañeros no lo podía creer, era una cantidad de rollos, con los planos de las cloacas. Además traían las fotos aéreas de la ciudad, era oro puro» , agregó Estefanell. Resaltó que la organización tenía los lentes con los cuales ver esas fotos aéreas en tres dimensiones, es decir, podían ver volumen. Con ese robo el MLN se hizo de los planos del subsuelo y también de las imágenes aéreas, la superficie y los caños: la ciudad estaba en sus manos.
«Cuando practicábamos rutas de raje, cronometradas, lo hacíamos con fotos aéreas. Yo empecé a conocer Montevideo como si fuera un pájaro, me parecía alucinante. Ahora tenés el celular. Se usaron mucho para mandar datos sobre la fuga de Punta Carretas, de todo el entorno, de la casa por donde salimos, de la casa de atrás. Y pila de cosas que no se llegaron a hacer. Y por supuesto que después con todos los planos de las cloacas y sabiendo dónde estaban los caños importantes determinamos cuáles eran las casas más adecuadas para comprarlas o alquilarlas» , dijo Estefanell.
Con todo ese material robado se conformó un grupo de arquitectos que trabajaban proporcionando información operativa. El local donde lo hacían fue bautizado como «Planimetría» y estaba ubicado en el tercer piso de la calle Maldonado 1752, casi Gaboto. Se trataba de un apartamento que pertenecía al arquitecto Santiago Coco, donde tenía su estudio. Era una buena cobertura para que nadie sospechara nada, ni siquiera el día en que cuatro desconocidos para los vecinos llegaron con decenas de rollos con los planos de las cloacas que acababan de robar.
Sin embargo, era un apartamento que paradójicamente no tenía conexión a la red cloacal. En casa de herrero cuchillo de palo. ¡El local donde se preparaban las más importantes acciones militares en base a la información de los planos y fotos aéreas no tenía conexión a los caños y por lo tanto carecía de vías de escape! Allí fueron detenidos por última vez Amodio Pérez y Rodolfo Wolf, marcando ya un mojón en la caída final de la organización.
La prensa, vaya a saber el motivo, no informó del robo de los planos de la Intendencia hasta cuatro meses después del hecho. Es posible que no se haya querido alertar a la población para no generar inquietud en aquel fin de año que parecía «tranquilo» después de las elecciones presidenciales. El hecho se mantuvo en la oscuridad hasta el día en que se produjo la segunda fuga de la cárcel de Punta Carretas, el 12 de abril de 1972.
La crónica del vespertino El Diario informó ampliamente de la fuga e incluyó un recuadro bajo el título «Tenían planos de las cloacas y las abandonaron minadas». El texto señalaba que
la inspección en la red cloacal constituyó la tarea fundamental emprendida por las autoridades esta mañana. No solo por el hecho de que el alcantarillado fue el medio que emplearon los facciosos y los delincuentes comunes que los acompañaron para darse a la fuga, sino por un hecho que nunca se reveló pero del cual El Diario tiene conocimiento. Ese episodio es el siguiente: en los primeros días de enero un comando tupamaro copó el sexto piso de la Intendencia Municipal de Montevideo y hurtó, en la oficina correspondiente, los planos completos de la red cloacal de nuestra ciudad. En esa oportunidad los conspiradores habrían quemado además otros documentos, para marcharse recién después de haber permanecido en las dependencias comunales asaltadas durante un tiempo considerable.
El vespertino, salvo algunos detalles, estaba en lo cierto. Uno de esos detalles: no fue en los primeros días de enero de 1972 sino en los últimos de 1971 que se produjo el robo. Otro detalle: no se quedaron en el sexto piso sino que subieron y bajaron hasta hacerse también de los planos aéreos.
Dos intentos de fuga por cloacas fracasan en Punta Carretas
La policía fue efectiva al combatir al MLN. Para 1970 buena parte de la organización estaba presa o desarticulada. El problema fue cuando las y los presos se escaparon en espectaculares fugas.
En la cárcel de Punta Carretas los tupamaros pasaban buena cantidad de horas tramando posibles escapes. Desde las cosas más delirantes –como hacer aterrizar un helicóptero en la cancha de fútbol de la penitenciaría– hasta otras más sensatas, que estaban próximas a las capacidades de los miembros de la organización.
Así nació el primer plan para escapar por las cloacas, al cual denominaron El Gallo. Era un buen plan pero fracasó de forma infantil y con graves consecuencias. Aunque, como ya veremos, fue una de las lecciones aprendidas que sirvieron para las fugas que sí fueron exitosas.
El Gallo comenzó con el cálculo de que el piso del sótano del hospital penitenciario estaba a nivel y muy cerca de la base del muro que daba a la calle Guipúzcoa. Además de la lavandería de la cárcel allí se guardaban los viejos insumos para hacer ejercicios físicos como colchonetas, mancuernas, paralelas y trampolines. El edificio del hospital, no ya el sótano, tenía una ventaja: estaba lejos de la torre de control del patio de recreo, y como tenía una guardia de pocos integrantes era fácil de reducir.
Si la red cloacal llegaba hasta Guipúzcoa –recordó Fernández Huidobro–, o si pudiera conseguirse una casa en las cercanías, podía pensarse en un túnel razonablemente corto que llegara hasta el sótano del hospital, y por lo tanto una fuga que si bien no podía ser para todos los presos (llamaría demasiado la atención una concentración masiva en el hospital) podía ser para un respetable número: unos cuantos concurriendo al hospital por razones de salud a determinadas consultas, otros internados con cierta enfermedad y otros finalmente llevando al sótano los aparatos de educación física después de los ejercicios».
Hechas las consultas pertinentes con los integrantes de la organización que estaban afuera, recibieron una alentadora respuesta: desde la gran cloaca de la rambla sube una más chica de 50 centímetros de diámetro que sigue a lo largo de la calle Porto Alegre y llega hasta la esquina con Guipúzcoa. Y de ahí al sótano del hospital es muy fácil. Tenían pues la constatación de que El Gallo era posible. Era fines de 1970.
La primera cuestión a resolver fue llevar hasta la generosa cloaca de la rambla todos los instrumentos para la excavación del túnel, lo que resultó una tarea pesada.
Según Fernández Huidobro, en esa lista de herramientas figuraban: armas, iluminación, ventilación, máscaras antigás, instrumentos de medición, herramientas para perforar cloacas de hormigón o de hierro, medios para arrancar, transportar y eliminar montones de tierra. Como se ve, se trataba de una cantidad de elementos necesarios para emprender la tarea.
También debían estar atentos a la lluvia que provoca torrentes de agua de abundante caudal capaces de derribar al más pintado que se encontrara en el caño.
Respecto a los controles que hacía la policía, el Ñato recordó que «por aquel entonces ni la guardia ni otro aparato represivo rastreaba con atención aquellas soledades. Solo existía alguna inspección burocrática de tapas (plagadas de bullentes cucarachas) y alguna iluminación, mediante linternas y desde lejos, de los inmediatos alrededores cloacales de estas; de ningún modo meterse adentro y explorar sus cuencas».
Todo venía bien encaminado hasta que la mañana del 5 de febrero de 1971 una lluvia torrencial arrastró todas las herramientas, útiles y planos hasta la desembocadura de la cloaca en las cercanías de Trouville, en una zona de rocas.
Rápidamente alguien dio aviso a la policía y todo quedó al descubierto: los tupamaros tramaban escapar de la cárcel de Punta Carretas por las cloacas. El Gallo no pudo cantar.
Lo increíble fue que, con toda la experiencia que la organización había adquirido a lo largo de los años en las cloacas, no hubiera tomado los suficientes recaudos para la eventualidad de una tormenta con su consecuente torrentada que todo lo arrastraba.
Las autoridades de la cárcel establecieron severas sanciones dentro del establecimiento por intento de fuga, aislando a los tupamaros en un sector del presidio.
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