Manini se acercó a la política forzando la puerta. Contó con la novatada del Presidente Vázquez, que lo sancionó con arresto a rigor por hacer declaraciones públicas contra las medidas que el ministro de Trabajo, Ernesto Murro, planteaba al gobierno para abordar la reforma de la Caja Militar, siendo Manini el Comandante en Jefe del Ejército.
Más allá de la pertinencia, o no, el hecho de que el hombre de confianza del presidente emitiera opiniones de índole política de forma pública, sabiendo que eso le estaba vedado, era un desafío inocultable. Podía haber elegido la discreción, y decírselo personalmente, sin testigos, pero no, lo hizo a través de Océano FM, y si bien no acusó a Murro de mentiroso, sí de estar mal informado. Lo que debió hacer Vázquez a continuación era destituirlo. Se comenta que esa fue la posición original del presidente, pero no hubo unanimidad en el FA. Alguien le aconsejó tener cautela por la influencia que Manini tenía sobre la tropa. Por fin el presidente le aplicó una sanción de arresto a rigor muy sui generis, descafeinada, que incluso le permitió a Manini concurrir a España, estando sancionado, nada menos que a rigor, a los homenajes del Día de la Hispanidad. A partir de ahí, el general Guido Manini Ríos empezó a desarrollar su estrategia para presentarse en las elecciones de noviembre de 2018.
Si algo propio tenía era la ascendencia sobre el personal del Ejército, y sobre un sector minoritario más bien melancólico de aquellos tiempos en que la presencia militar en el gobierno era sinónimo de orden. La opinión pública tenía el tema seguridad como número uno en sus reclamos.
Pero no fue el militar quien acuñó el término “se acabó el recreo”, ni comprometió al Estado a brindar seguridad a la población si no un civil: Jorge Larrañaga, que encabezó una tremenda campaña, a la que nombró “Vivir sin miedo”, que arañó la cantidad de firmas necesarias para ser aprobada. Después de las elecciones, Manini dijo más de una vez que se había terminado el recreo, pero el que había puesto toda la carne en el asador, tanto para focalizar el tema, como para llevar adelante las medidas que provocaran efecto en la población, fue la particular forma de comprometerse con los temas que tuvo Jorge Larrañaga.
En otro orden de cosas, la iniciativa que ha hecho carne en las Fuerzas Armadas, de iniciar un período de revisión de sus planes de estudios, le pertenece al general Carlos Fregossi, actual Comandante en Jefe, en consonancia con el ministro de Defensa Nacional: el médico pediatra Javier García, un hombre afable pero firme en sus convicciones. Otro civil, comprometido con la cicatrización social de las heridas del pasado.
Pero todo eso vino después. Cuando Manini Ríos nació a la política, su grupo más cercano no tenía ni nombre, pero sí acabó teniendo votos, que aparecieron desde varias orígenes. Buena parte de la ciudadanía estaba convencida que el sistema político, que “los políticos” como se deja correr por ahí, intencionadamente, es incapaz de hacer respetar las leyes, al influjo de la prédica de la izquierda que pone énfasis en la condición social del victimario. Bonomi terminó demostrando su inepcia como el paradigma de esa concepción.
En el fondo no es más que poco afecto a la democracia, a la que hay que cuidar con inteligencia y firmeza. El propio estado de continua deliberación hace de la democracia un sistema en permanente desgaste. Sus instituciones son parte de la revisión a que se la somete, de forma continuada. Esa presión hace de ella algo mucho más perfecto que cualquier otra forma de gobierno, pero estresante y frágil. Bonomi no entendía eso. El Guapo tenía una imagen de pendenciero pero, sin embargo, era más un paisano testarudo, a la vez de convencido en la entrega que debe demostrar siempre un gobernante para atender todos los reclamos a la vez sin descansarse en sesudas evasivas.
Hacía falta unos votos para que la Multicolor pudiese tener mayoría en el Parlamento, y Manini los consiguió, con un puñado de gente con cero experiencia gubernamental, y alguno hasta con cero experiencia democrática. La sola presencia de la Multicolor encima de un estrado provocaba rumores molestos. Hasta la foto de familia fue una incomodidad. Vaya uno a saber si entre las misteriosas razones que pudo haber tenido Talvi para alejarse del gabinete no estuvo la incompatibilidad con Manini, quizás no tanto en el trato directo como en la imagen que Talvi quería darle a su movimiento renovador. Pablo Mieres tenía más recorrido, tragó las tachuelas que tenía que tragar y se dejó ver algunas veces junto a un Manini que, aparte de su origen, seguía mostrando demasiados reflejos castrenses como novel político.
Los votos que recibió Manini habrán sido consecuencia de un momento muy particular del país, pero fueron todos de verdad. Fue un resultado electoral tan lícito como sorprendente. Él sigue aprovechando circunstancias para desmarcarse, como lo hizo con Tabaré Vázquez, en busca de mayores apoyos para cuando llegue una nueva coyuntura prometedora. Mientras, se reúne con el vicepresidente de Brasil, general Hamilton Mourao, contradice a su gobierno sobre la financiación del plan de erradicación de los asentamientos. De alguna forma, Manini viene marcando una tendencia peronista que no desaparece de la región. Pero, simétricamente, buena parte de la izquierda putchista busca, siempre, esa relación, que supone virtuosa, y como es difícil acertar con un cuerpo de ideas que les dé una plataforma en común, ahí reaparece el artiguismo, como forma de eludir los compromisos concretos que implican gobernar.
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