Marihuana libre ¿combate al narcotráfico?
La legalización de la venta de marihuana tiene cuatro años de aprobada y todo el proceso ha tenido altibajos, desde la poca cantidad de farmacias que se integraron inicialmente al sistema de distribución hasta el problema bancario, donde ni siquiera el Banco República les mantiene las cuentas a los comercios.
Solamente están registradas unas veintiséis mil personas, lo que implica que solo uno de cada seis de los que declaran consumir marihuana se ha anotado para acceder legalmente a la droga, con lo que el narcotráfico solo habría perdido un 18% del mercado con la regulación.
¿Sirvió para algo esta ley? ¿No fue algo improvisado que se dificultó en implementar? ¿Incide el temor al registro para que muchos consumidores prefieran seguirse abasteciendo en las bocas? ¿Puede deberse que solo el 18% de los supuestos consumidores lo hagan a través del circuito legal a los escasos puntos de venta y a la poca disponibilidad del producto? ¿Mejorará el porcentaje con la instalación de kiosquitos de venta que se plantea? ¿Les quita realmente mercado a los traficantes? ¿Estimula el consumo la legalización? ¿Aumentó el número de consumidores?
Una buena idea llena de agujeros por Renzo Rossello
La regularización de la venta de marihuana ha sido una buena idea cargada de errores e improvisaciones evidentes. La principal razón por la que ha resultado una buena idea en nada tiene que ver con los argumentos más esgrimidos por los impulsores de la ley. En nuestro país el consumo de drogas nunca fue penado, sí en cambio su comercio, producción e importación. Con lo cual la normativa existente desde el decreto ley 14.294 del 31 de octubre de 1974 –obsérvese que se trata de una de las primeras normas emitidas por la dictadura cívico-militar- terminó por solucionar una de sus mayores paradojas: no se criminalizaba el consumo, pero sí casi todo lo que el consumidor debía hacer para conseguir una sustancia.
La discusión en torno a la legalización de una droga blanda como el canabis se viene procesando en el mundo desde hace varias décadas. Y sus defensores no se han ubicado en filas de la izquierda radical, precisamente, sino en voces provenientes del más acérrimo liberalismo como el caso del economista y Nobel Thomas Friedmann. En rigor la izquierda comenzó a sumarse a esta reivindicación en épocas más recientes.
En Uruguay el argumento central para impulsar esta ley regulatoria de la producción y el consumo ha sido que con ello se le achicarían espacios al narcotráfico. Incluso se suele esgrimir una cifra para demostrar el éxito parcial de la iniciativa, alegando que con el número actual de personas registradas en las diferentes vías de consumo se ha logrado quitar al narcotráfico un 18 % del mercado. Un número improbable ya que nunca conoceremos con propiedad el susodicho mercado que tiene por característica principal el de ser ilegal y clandestino, por tanto oculto a toda forma de medición fiable. Hay en cambio estimaciones apenas aproximadas que utilizan los organismos encargados del combate al tráfico de drogas y que tienen un valor de tipo funcional, pero en nada científico.
Por otra parte, el tráfico de drogas engrosa sus arcas con una sustancia por demás dañina como lo es la pasta base de cocaína, cuyo retroceso está lejos de verificarse y parece ser el negocio ilegal más próspero del mercado negro. Aunque parezca una verdad de Perogrullo, los consumidores de pasta base no son los de marihuana. Si bien es cierto que es muy extendido el policonsumo que incluye la marihuana en una lista mayor, quienes han desarrollado una adicción son prisioneros de las llamadas drogas duras. Y la pasta base es la más barata y más vendida de estas. Las consecuencias de este tipo de tráfico están a la vista: organizaciones cada vez más violentas, instaladas en verdaderos feudos allí donde el Estado brilla por su ausencia desde hace décadas, y con una enorme capacidad para reclutar “soldados” entre los jóvenes más desposeídos y vulnerables.
La suma de improvisaciones en torno a la implementación de la ley es tan grande que sería aburrido repasarla una vez más. Desde la infeliz idea de venderla en farmacias, a la posibilidad de hacerlo en kioscos, pasando por un registro que no logra despertar la confianza de los usuarios. No obstante, el haber llegado a algo más de 16.000 usuarios convencidos parece el único y modesto éxito que las autoridades pueden exhibir.
Tiempo perdido por Martín Guerra
Legalizar la droga , todas , para mi es el mejor camino para enfrentar el serio problema que ellas ocasionan, sin embargo , no creo que sea indicio de nada , legislar sobre una de tantas y tampoco creo que la regulación deba ser diferente en cada lugar.
Creo que la solución a como armar un proceso de legalización debe venir de una organización por encima de los países, que sugiera una metodología negociada en su ámbito por los países miembros, y luego estos lo refrenden y lo apliquen.
Lo que se hizo acá, fue muy parcial, minúsculo, aunque ese no fue el escollo central.
El problema es que fue una de las tantas iluminaciones de Mujica, que paso a ser iniciativa sin demasiado estudio.
De haberlo estudiado, se hubiesen podido advertir claramente los problemas que hoy la amenazan seriamente.
El Presidente igual logró buena parte de su objetivo.
Fue titular en el mundo y abonó a su perfil en el extranjero, un activo que él considera muy importante por los beneficios al país que ello pueda traer. Veremos si en algún momento, esa imagen realmente trae algo sustantivo, o si solamente potencia su vanidad.
Sin tener ninguna información, intuyo que Tabaré no es amigo de esta iniciativa y ha sido leal al seguirle a su antecesor la iniciativa, pero tampoco lo tiene priorizado en sus preocupaciones.
“Marihuana libre”, amateurismo político y narcotráfico por Oscar Mañán
El proyecto de legalización de la producción y la comercialización para regular el consumo responsable de marihuana podría justificarse primero como política de salud. Para este objetivo existen ventajas a resaltar, en especial: la calidad del producto. Con énfasis en la salud, no es menor festejar ese discreto impacto en los consumidores (el 18% que optó por el producto legal). Sin embargo, para este objetivo está pendiente avanzar en la marihuana de uso medicinal, cuestión muy reclamada por los usuarios de la misma.
Más debatible es que con una política de regulación y que mantenga determinados estándares de calidad pueda ser competitivo con un mercado libre, y menos aun cuando dicho mercado es, además de libre, también negro (clandestino y sin escrúpulos como lo es el narcotráfico). Es decir, esto si bien enfrenta marginalmente al narcotráfico no lo debilita demasiado, más allá de la magra porción del mercado representada por quienes elijan y puedan acceder a esta limitada comercialización.
La famosa legalización de la venta de marihuana del gobierno de Mujica no contó con consenso gubernamental y menos aún del establischment político. A todas luces representó una ruptura con la política prohibicionista llevada adelante por Vázquez respecto a otra sustancia considerada nociva para la salud como el tabaco. De allí que su implementación, que corrió por parte de un nuevo gobierno no muy afín a dicha ley, explica los dilatados cuatro años que pasaron sin que se hayan solucionado las cuestiones instrumentales básicas para que pudiera comercializarse de manera apropiada.
Problemas varios tuvo que enfrentar la instrumentalización de la ley, en buena medida podría llamársele improvisación y se emparenta con falta de interés por momentos. No solo hubo problemas con la distribución, la aceptación por parte de las farmacias que se encargarían de la comercialización, también lo tuvo el registro y sus inconvenientes con los derechos a la privacidad. Pero el desconocimiento de la actitud que tomarían los bancos para el manejo de dineros provenientes de la venta de marihuana se lleva el premio al amateurismo. Sí, a esto puede llamársele improvisación, cuestión tampoco nueva en el accionar legislativo y la respectiva reglamentación de leyes por el poder ejecutivo.
La ley de regulación del consumo de este psicotrópico puso al país en un status de avanzada en cuanto a emprender un camino diferente respecto a la lucha contra el narcotráfico. Mujica obtuvo un reconocimiento internacional importante y financiamiento para llevar a cabo esta proeza de combatir el narcotráfico con un método poco ortodoxo. Ahora bien, todo indica que la porción de mercado disputada al narcotráfico dado los datos que se manejan fue magra.
No hay datos del impacto en el consumo que tuvo el pasaje de una actividad que se mantenía en el ámbito privado y socialmente poco aceptado cuando esta se “libera” y se respalda en la ley, bien podría haber crecido el consumo por encima del captado por la venta regulada. Por lo tanto, en vez de impactar negativamente en el mercado negro podría incluso haberlo aumentado.
La “maruja del Pepe” por Romana Ferrer
Quien se dé una vuelta, sobre todo en temporada estival por cualquier feria de balneario, no podrá decir que es algo nuevo percibir el aroma que invade esos espacios, ni horrorizarse. Vivo en la zona de Atlántida y siempre ha sido así, no me sorprende, aunque tampoco me agrada el clásico aroma de la “maruja”.
Entre semana viajo temprano a mi trabajo en Montevideo, llego cerca de las 9:00 am al centro, y de muy poco tiempo a esta parte sí que me sorprende, cruzarme en el camino con personas que aparentemente van a trabajar o estudiar fumando un porrito, cada dos o tres esquinas.
No manejo cifras ni estadísticas, pero es notorio que la gente consume mucho más y pasó de ser el vicio del fin de semana, a un hábito que casi, casi, iguala al tabaco. Digo esto como simple constatación y lejos de discursos moralistas. Cada quien con su libertad, mientras no afecte la de los demás, que haga lo que le plazca.
Además de caminar por las calles como todos, también soy madre de adolescentes y hablo mucho con ellas y sus amigos, de todo lo que puedo, de todo lo que me dejan. Y aquí es donde comienzo a preguntarme, si el estado como “novel dealer de cannabis” no está invadiendo mi libertad para transmitirles las cosas como creo son.
La campaña de prevención y alerta sobre el consumo que debía acompañar la implementación de la venta, fue demasiado tímida, casi inexistente, diría que apenas para cumplir con la letra de la ley, como “para que no digan que no informamos”, lo cierto es que ni se vió. Sería sumamente interesante comparar estadísticamente, espacios en medios dedicados a la prevención de tabaquismo versus cannabis.
En cuanto a los adolescentes, es bastante agotador para los padres tener que explicarles un día sí y otro también, que la marihuana no es medicinal, al menos no fumándola, que hace el mismo daño a los pulmones que el tabaco, sin contar la concentración en los estudios, y un largo etcétera, mientras que desde el gobierno no aclaran ni insisten mucho porque quieren vender, esa es la verdad. ¡Pavada de verdad!
Seguro algún lector apuntará que no se vende a menores de 18 años, como si eso fuera una barrera para la tenaz y natural rebeldía de cualquier adolescente, aunada a veces con la complicidad de algún hermano o amigo mayor. ¿O ustedes nunca fueron adolescentes? La cuestión es no quedarse afuera de lo que está de moda, y que justamente ahora es la “maruja del Pepe”. ¿Y adónde van a ir a comprar marihuana estos chicos menores de 18 años que no quieren quedar fuera de esta movida revolucionaria? Acertó. A la boca del barrio. Fabuloso. Un montón de nuevos y pequeños clientes. Un gigantesco descuido de los ideólogos de esta ley no pensar en ellos. Quizás la intención original era buena, alejar a los consumidores de los lugares donde además venden otras drogas más pesadas. Ahora, de la intención a la implementación qué vamos a decir que ya no se haya visto o dicho. Un caos. Pero tranquilos, ahora quizás ponen quiosquitos.
Blanqueo de consumidores y burocracia estatal por Celina McCall
La idea de que la liberalización de la marihuana combatiera al narcotráfico me pareció descabellada desde el comienzo. El cannabis siempre ha sido el menor de los problemas entre los llamados estupefacientes. Y no hay que olvidarse de que su consumo ya no era penalizado.
A mi entender, para lo único que sirvió la ley 19.172 de “Control y Regulación del Estado de la Importación, Producción, Adquisición, Almacenamiento, Comercialización y Distribución de la Marihuana y sus Derivados” (¡ufa, tiene 23 páginas y 44 artículos!) fue para mejorar la calidad del producto vendido en el país (el que se traía de Paraguay era muy malo). Como dice un amigo, la ley sirvió para blanquear a ciertos consumidores eventuales, que no se sentían a gusto en frecuentar las bocas de venta de drogas. Que, dicho sea de paso, siguen vivitas y coleando.
La idea de comercializar la marihuana y crear un monopolio estatal del cannabis surgió en Uruguay de la necesidad de superar, por parte del gobierno frenteamplista, proyectos de ley para el autocultivo de la misma que no eran de su autoría.
El sentido común nos dice que el consumo aumentó. Esto ocurrió básicamente porque el producto dejó de ser satanizado. No se precisa hacer ningún estudio al respecto, uno lo ve en la calle. Vivo en los alrededores del Parque Rodó, donde hay decenas de boliches que se han puesto de moda. De noche caminan por el barrio centenares de jóvenes que se dirigen hacia los diversos locales nocturnos, y es notorio que el cigarro de marihuana ha sustituido con creces al tabaco y el cartón de vino que antes solían portar.
La ley tiene cuatro pilares y ha sido un éxito en los dos primeros: el autocultivo y los clubes cannábicos (estos particularmente, pues se autoregulan). No así para los otros dos, donde la mano del Estado burocrático e inoperante tiende sus tentáculos: la venta en farmacias (rechazada de entrada por la gente y después por la regulación de los bancos) y la concientización del consumo problemático. La ley exige que “la Junta Nacional de Drogas realice campañas educativas, publicitarias y de difusión y concientización para la población en general respecto a los riesgos, efectos y potenciales daños del uso de drogas”. ¿Alguien las ha visto? No digo que sean inexistentes, pero han sido tímidas y muy reducidas.
Según la OEA hay actualmente una “muy baja” percepción de riesgo frente al uso ocasional de esas sustancias entre los adolescentes de América Latina.
Los propios cubanos, nada menos, reconocieron este año que “la liberalización de la marihuana en América Latina está alimentando el narcotráfico en la región” y aseguraron que no seguirían el ejemplo de otros países de aliviar las restricciones al consumo (Europa Press).
Pero para mí lo que es imperdonable es que el consumo medicinal del cannabis no ha sido reglamentado y hay cierta incomprensible renuencia a hacerlo. ¿Recreativo sí, medicinal no? ¡Qué alguien me lo explique!
Innovación y resiliencia por Ernesto Kreimerman
Innovar es una labor atractiva, desafiante, de quiebre, el paso a algo nuevo y por tanto, incierto. Pero innovar es difícil. El período de transición es un tiempo de cambio, donde se deja atrás lo “malo conocido” y está en construcción lo “bueno por conocer”. Una incertidumbre a la que procuramos acotar. Pero si hay algo intensamente unido es la innovación y la incertidumbre. El riesgo es una característica inherente de la innovación. Por tanto, al innovar estaremos recorriendo un camino en el que a la capacidad innovadora hay que sumar, también como parte natural del recorrido, un componente de resiliencia, de esa capacidad de afrontar la adversidad saliendo fortalecido, alcanzando un estado de excelencia o por lo menos mejor a la situación anterior.
Así, la resiliencia corresponde a un proceso dinámico de trabajo consciente, destinado a lograr una mejor adaptación al nuevo contexto, con efectos sólo visibles a medio/largo plazo, que no resulta una cualidad inherente a todos los colectivos, a todos los grupos de interés, a todas las organizaciones. En realidad, la vida muestra que emerge apenas en aquellas que, aupadas a partir de un diagnóstico certero sobre sus limitaciones y potencialidades, son capaces de movilizar recursos y emprender acciones para superar inercias y bloqueos heredados que frenan o limitan su recuperación y aplicar estrategias de innovación económica y social que permitan encontrar nuevas respuestas ante la crisis. No se trata, por tanto, ni de apelar a modelos ya agotados, ni tampoco de fijar objetivos quiméricos que ignoren sus potencialidades y limitaciones. Es apegarse a los principios y alejarse de los esquematismos y la fraseología hueca.
Así, resiliencia supone una capacidad para reiniciar la senda del desarrollo humano. No puede ignorar el pasado, sino aprender de lo ocurrido, poner en valor aquellos recursos específicos de que se dispone y que, renovados o resignificados, siguen siendo viables, e invertir en aquellos otros considerados estratégicos para superar carencias, lo que supone ser crítico con la simple importación de modelos de éxito propios de otras experiencias, ajenas a nuestras características, idiosincrasias y subjetividades.
Innovar o innovar bien no es sólo tener ideas que puedan surgir en solitario, en equipo, en un brainstorming y escoger las mejores una vez sometidas al rigor del debate y de la experimentación. Innovar es comprender que las buenas ideas surgen de la mezcla de información sobre las necesidades de los stakeholders y de un análisis detallado sobre las opciones tecnológicas que puedan dar respuesta a esas necesidades…nuevas opciones tecnológicas o las preexistentes adaptadas a la superación del nuevo desafío.
En un contexto como el actual, adquiere especial importancia la capacidad de la sociedad para articular y desarrollar estrategias que aseguren niveles superiores de libertad, de seguridad y certidumbre, de confort democrático y económico, al amparo de los principios de inclusión y solidaridad. Así las cosas, se trata de sustituir prácticas asfixiantes, ineficientes o ajenas a los intereses de la mayoría de los ciudadanos aportando soluciones inteligentes, inclusivas y comprometidas, con un objetivo de desarrollo no limitado al plano económico, sino capaz de incorporar las múltiples dimensiones de la condición humana. La innovación debe contar, ineludiblemente, con por lo menos un aval social explícito. Debe ser asumido, incorporado. Y ello es una tarea que no debe recaer solamente en los círculos de interés, sino que debe ser un valor compartido, difundido, asumido. Llámese Ley 19.172 (regulación de la comercialización de la marihuana o cannabis) o Ley 19.075 y 19.119 (matrimonio igualitario) o Ley 19.210 (bancarización obligatoria). O llámese lo que falta por hacer.
FECHA PATRIA por Gerardo Tagliaferro
No soy consumidor de marihuana. He fumado alguna vez pero no tengo el hábito. Tampoco he estudiado este asunto de la legalización como para dar un aporte fundado, como el tema merece. Por eso iba a declinar la invitación de Voces, cuando se me ocurrió apelar a alguien que sí consume habitualmente y que es uno de los 26.000 inscriptos en el registro cannábico. Es un amigo, se trata de un hombre grande, clase media, profesional, que hace un uso recreativo del “porro” desde hace unos cuantos años. Lo mío es muy cómodo, pero si el objetivo es aportar al debate, creo que su testimonio es interesante.
“Esto recién empieza -dice mi amigo-. Que le hayas sacado casi un 20% al narcotráfico, a los cinco meses de comenzar la venta legal, no es poco. La ley se aprobó hace cuatro años, pero para hacer un balance lo que cuenta son los cinco meses.
De todas maneras, eso no es lo importante. Lo importante es que dimos un paso histórico a nivel mundial. Se legaliza porque es justo, porque tengo derecho a consumir responsablemente lo que quiera, de la misma forma que tengo derecho a consumir tabaco o alcohol.
En cuanto al aumento del consumo, creo que se arrancó con cantidades más que generosas.
La ley prevé que puedas comprar 10 gramos por semana. Yo compré 20 gramos en las dos semanas siguientes al inicio de la venta (julio 2017) y me duraron… hasta el fin de semana pasado. Más de 4 meses. Yo consumí lo de siempre: fumo viernes a la noche, sábado a la noche y domingo de mañana.
Lo de los bancos no tiene ninguna lógica. Se supone que los bancos de USA no quieren que circule dinero que viene de la droga, pero ¿qué es mejor? ¿Que circule legalmente dinero de una droga legal –como tantas otras- o dinero del narcotráfico? De manera que sí creo que es una apuesta -modesta, por supuesto- a combatir el narcotráfico y también a un ejercicio de libertad responsable de las personas.
Me da orgullo vivir en un país que tiene este gesto de avanzada, esto no tiene marcha atrás y dentro de unos años no vamos a poder creer las cosas que se discutían hoy en el mundo con respecto a la droga. ¿Alguien hace negocio hoy traficando alcohol?
En resumen, veamos el medio vaso lleno:
– La ley tiene 4 años, pero su instrumentación solo 5 meses.
– Hay pocas farmacias adheridas pero como siempre ha sucedido son las pioneras, va a haber más, y lo lógico es que se venda en otros lugares
– Bloqueo de cuentas: pese a todo, se sigue vendiendo
– Solamente se registraron 26.000 personas… ¡en julio éramos 3.500!
– El narcotráfico sólo ha perdido el 18 %… en cinco meses. ¡Antes tenía el 100%!
– Quizás hubo imprevisión en el tema de los bancos, pero había que arrancar.
Yo compraba la paraguaya, que era un compensado verde que no sabías ni lo que tenía. Olía a amoníaco, a meo. Te quedaba una resaca al otro día que te mataba. Esto que fumamos ahora es flor pura, es pura calidad, nada de rebaje.
Todos tenemos el prejuicio de decir que consumimos. Creo que mucha gente no se anota por temor. Si anotarse fuera más fácil, le sacás el 90% al mercado ilegal. Es como cuando íbamos a comprar condones. No nos animábamos. Por supuesto que me morí de vergüenza cuando fui a comprar. Pero esa vergüenza es directamente proporcional a la alegría que tengo cuando me llevo el paquetito prolijamente cerrado y con el faso adentro. Y sin andar recorriendo bocas, metido entre delincuentes, para comprar algo que es mucho menos nocivo que el alcohol, el tabaco o el juego.
Y no hay que olvidar, además, que Uruguay fue de los primeros países en el mundo que despenalizó el consumo de CUALQUIER droga. ¿Y sabés quién lo hizo? ¡Los milicos, en 1974! (Ley 14294, art. 31). Claro, en esa época no se discutía nada…
Sintentizo, para mí el 16 de julio de 2017 debería ser fecha patria”.
¿Sumisos o rebeldes ante el Narcotráfico? Por Ian Ruiz
Durante los últimos años han estado presentes en la prensa y la opinión pública temas relativos a la legislación actual sobre el uso de la marihuana. La legalización en la venta y consumo, no solo ha dado controversias de opiniones entre la sociedad, sino que ha llevado que a nivel internacional lluevan mas las criticas que los elogios.
Al parecer las posturas conservadoras o impulsadas por otros intereses económicos, tienden a expandirse alrededor del mundo para darle oscuridad al cannabis; hemos leído que su consumo alienta a la deserción escolar, que la marihuana da paso a drogas duras, que contribuye al aumento de la delincuencia, e incluso que causa psicosis. Hay muchos estudios alrededor de ésta planta pero ninguno es definitivo a la hora de afirmarnos que tiene correlación con esos temas. Hay quienes se las arreglan para señalar que la Legalidad del cannabis en Uruguay no sirvió para aportar nada positivo a la sociedad. Sobre todo porque legalizar no significó impedir, de primera mano, que perdure la venta ilegal, dado que en Uruguay la producción lícita no satisface la demanda (entre 10% y 20% del consumo).
No solo psicoactivo parece ser el efecto del consumo de marihuana, su legalización causa el efecto “moral” en personas. Según estos últimos, les nace una paradoja, de que un proyecto considerado «progresista» -porque respeta la libertad y la autonomía- se transforme en algo regresivo al facilitar la aparición de daños en la salud mental de adolescentes, condenándolos a la marginalidad. Seguramente se basan en algunos estudios de investigadores ligados a Universidades Católicas en América Latina. Para alimentar ese terror, apareció éste año, el estudio Cannalex, del Instituto de altos estudios de seguridad y justicia del Observatorio francés de drogas y toxicomanía para dar fe de que en Uruguay se notó un incremento del consumo en los más jóvenes. Por ahí, ese dato más que para lamentar, sirve para demostrar que los planes elaborados por el gobierno para la prevención del consumo y prohibición de la publicidad y venta a menores de 18 años, debe ser repensada.
El consumo no debería causar debate, porque sin querer minimizar el tema o ver el -mal menor-, cada uno tiene derecho a hacer lo que quiera. El Estado es el que debe velar por el bienestar del pueblo y en el intento de implementar un nuevo negocio vanguardista para los países del mundo, Uruguay se ha perdido en su propio laberinto. Si la improvisación de la instalación de kiosquitos de venta no termina siendo lo esperado, el “experimento” -como lo señaló el Senador José Mujica cuando era presidente de la Republica- puede dar marcha atrás.
Hubo errores a nivel comercial desde su implementación en el mercado y a la hora de “comprarse” la confianza del consumidor. Muchas personas no se animaron a inscribirse por temor a ser perseguidos en un futuro. Habla de la poca confianza hacia las instituciones, por más que los registros se enmarquen en la ley de protección de datos sensibles o ley de habeas datas.
El autocultivo personal y Cultivo en clubes con membresía ha sido importante para evitar que la marihuana se siga comprando en bocas. En el interior, donde el acceso a la venta legal es un debe, puede encontrarse la razón de que los consumidores inscriptos no superen el 20% y que las pérdidas al narcotráfico sean mayores de lo que se estima.Entendemos que el objetivo de la ley no es fomentar el consumo de marihuana, sino combatir al narcotráfico. No solo es una cuestión de salud o libertades, también de seguridad pública. Continuaremos por un tiempo escuchando críticas al experimento del Pepe, porque al momento de aprobar la legalización más del 60% de la población uruguaya estaba en contra del proyecto. Pero en un país donde el mercado de la marihuana ilegal está valorado en más de US$30 millones anuales, que le saquemos por lo menos la cuarta parte de esos ingresos al narcotráfico es un pequeño paso, de un largo camino positivo para la sociedad.
Legalización y legitimación de la marihuana: lo jurídico y lo moral por Pablo Romero
Sobre el final del período de gobierno de José Mujica, en momentos que de cristalizaba la legalización de la venta de marihuana, tuve con uno de mis estudiantes de ciclo básico una charla que terminó marcando mi parecer respecto del proceso en cuestión.
Este chico, que por ese entonces tenía quince años, consumía habitualmente marihuana, según él mismo planteaba abiertamente, sosteniendo, además, que en su casa sabían del asunto y que lo habían aceptado sin cuestionamiento alguno.
Lo cierto es que su rendimiento educativo era muy disminuido y las secuelas a nivel de aprendizaje por su consumo eran notorias, lo cual se sumaba a otras características que hacían más complicada la situación, pues evidenciaba marcados rasgos de marginación cultural y escasa contención desde el mundo adulto más cercano.
Al final de una clase de evaluación escrita donde entregó la hoja en blanco, aproveché para charlar con él respecto de la situación de consumo en la que estaba envuelto.
En el punto central de la charla, el argumento de legitimación al que recurre me resultó sintomático de una perspectiva sobre la cual hasta ese entonces no había reflexionado debidamente: la aprobación que él encontraba en el mundo adulto e incluso desde los principales referentes de autoridad a nivel público.
En sus textuales palabras, me señaló -frente a mi planteo de que el consumo de marihuana a su edad tenía secuelas negativas en la salud y en su rendimiento como estudiante- que “si hasta el presidente dice que está bien, si hasta Mujica hasta a favor de fumar porro”.
Le expliqué que no era eso lo que el presidente Mujica planteaba, pero lo cierto es que sí era la lectura inmediata, el efecto real y comprobable en el discurso de ese adolescente en situación de consumo y vulnerabilidad social y cultural. En su mirada, lo aceptaban sus padres y lo apoyaba hasta el presidente.
La legalización de la marihuana tiene más de una lectura, pero quiero concentrarme, entonces, en su principal doble acepción: por un lado, la que compete al campo jurídico, donde deja de ser ilegal su venta e incluso el estado interviene asumiendo su comercialización. Por otra parte, la que refiere a que cuando algo se legaliza y deja de ser un delito, entra en escena una legitimación simbólica de aquello que ahora pasa a ser legal.
Lo crucial, pues, pasa a ser lo que nos jugamos en ese horizonte difuso donde se mezcla la legalización jurídica con la legitimación moral del asunto. O sea, el mensaje que finalmente llega a la gente es tanto el “ahora se puede hacer” como el “está bien que se haga”, que es justamente lo que en particular interpretó mi estudiante.
La ley consagrada no ha atendido debidamente el punto referido a su incidencia simbólica en el campo adolescente y la cuestión educativa que compete al asunto, la que debe incluir el trabajo tanto a nivel institucional como familiar. Este es el principal desafíoío por asumir, a cuatro años de su consagraciónón.
Marihuana: una oportunidad ganada por Rodrigo da Oliveira
No hay manera de cuantificar la cantidad de epítetos que recibió Mujica y el resto del gobierno cuando el proyecto y posterior implementación de la ley de regulación de cannabis nació, desarrolló y finalmente se ejecutó. Loas y maldiciones se escucharon a la par, referidos al hecho en sí. Las dificultades de lograr que el producto llegara a ponerse a la venta fueron un capítulo aparte en todo este novelón, hasta que a mediados de año la primera tanda de maruja made in Uy se puso al alcance de todos y todas.
De origen incierto, génesis habitual en muchos proyectos de la administración citada, habría llegado a nosotros incluida en la agenda de derechos que nos fue dada y financiada mediante el lobby Soros y cía, de reconocida influencia en nuestro derecho positivo reciente. La idea no era mala pero la forma de llevarla adelante tuvo las características propias del impulsor. Imprevisión, impericia, idas y vueltas al comienzo; desabastecimiento, poca repercusión en el mercado real que se pretendía combatir y un, posiblemente involuntario, impulso al consumo de marihuana han sido las consecuencias primarias de todo esto.
Tomemos esto como un aprueba y aprovechemos el impulso. La reticencia de la administración Vázquez a poner en la calle la maruja del Pepe fue obvia, dado el sesgo presidencial a cuidarnos tanto como sea posible, de nosotros mismos.
No obstante, hay algo en todo esto que debería ayudarnos a reflexionar acerca de lo prohibido y su aplicación. ¿Será tal vez la oportunidad de provocar un gran debate nacional acerca de la desregulación del consumo de las drogas? No nos quedemos en la anécdota del grito airado y la condena al vuelo. Podemos ir al análisis íntimo, profundo, ese que nos convoca a desdoblarnos y analizar en frío los temas.
Estamos jugando a dos puntas con esto; por un lado la condena y persecución del sistema narco, instalado en nuestro país desde hace mucho, dueño de barrios enteros, de vidas en proporción mayor de lo que podemos cuantificar y que pone en jaque un día sí y otro también a las fuerzas de represión del delito. Y estamos perdiendo. Lejos.
Por otra parte, el abandono cuasi absoluto de la publicidad contraria al consumo de cannabis en específico y de otras en general, caso de las pastillas en las fiestas electrónicas, so pretexto de “acompañar una realidad”. La realidad es que la droga corre sin control y no podemos pararla de forma alguna. Acá ni en ninguna parte.
No está claro aún si todo esto ha provocado un aumento en el consumo de marihuana, lo veremos en algún tiempo más. Lo que sí es claro es que perdimos la batalla antes aún de iniciarla, por acciones y por omisiones.
¿Por qué no librar la batalla de la educación y la responsabilidad individual? Tomemos aquel discurso de asunción frente a la Asamblea General: ¡Educación, educación, educación!
Los temas de la realidad están ligados, en uno u otro aspecto, pero si alguna línea hay que los englobe a todos son esos dos conceptos: la educación y la responsabilidad individual.
Están bien los logros y los derechos, coincidimos en lo avanzado. Pero si de verdad queremos llegar a más como sociedad y como ciudadanos, en ese concepto que en lo personal me es tan caro, que es el de la Libertad, deberemos aplicar mucho más que voluntarismo y enjuiciarnos respecto a dónde queremos ir y cómo queremos hacerlo.
MIEDO AL HUMO por Fernando Pioli
Cuando se anunció la regulación del mercado de marihuana como un mecanismo para mejorar la seguridad al restarle al narcotráfico parte del mercado, aparecieron las voces amantes de la reiteración de frases hechas a hacer su show.
En esta discusión acerca de la conveniencia o inconveniencia de la legalización del mercado de sustancias psicoactivas que eran consideradas ilegales, al igual que en otras discusiones, el principal enemigo es la ausencia del deseo de reconocer que el otro puede tener (aunque más no sea parcialmente) la razón.
La obviedad de que el consumo de marihuana está naturalizado socialmente entre la población menor a los 50 años, debería por sí sola hacernos reflexionar sobre el fracaso de la estrategia prohibicionista. Es en este contexto que el intento de regulación del mercado, dado que este está actualmente controlado por mafias que operan amparadas en la violencia y la corrupción, debería ser una respuesta a considerar.
El modo en que tal regulación se ha ido llevando a cabo puede ser criticado, pero lo cierto es que se está haciendo algo que nadie hizo antes. No debería sorprendernos en que aparezcan fallas y demoras,que haya que desandar caminos y volverlos a transitar. El que el proceso sea lento puede generar ansiedades, pero también lo vuelve más seguro y sostenible en el tiempo.
Los avatares electorales hacen que las dudas sobrevuelen sobre la permanencia de este proceso regulatorio del mercado de cannabis. Sin embargo,creo que este camino transitado es muy difícil de revertir. El mercado internacional de la marihuana (y de drogas ilegales en general, pero ese es un asunto más complejo) es demasiado grande y poderoso para que pueda seguir siendo obviado. Estamos hablando de un gran negocio del que vive mucha gente, que forma parte relevante de la actividad económica, cuya persecución genera gastos y esfuerzos por parte del Estado y que no está ayudando a mantener la seguridad social aportando por sus trabajadores ni pagando los impuestos que le correspondería.
La prohibición hace que la compra del producto se vuelva algo sórdido en inseguro, sin control de calidad, en definitiva, peligroso. Esto, recordemos, al mismo tiempo que su consumo está naturalizado entre la mitad más joven de la población, que obviamente por simple renovación generacional, tiende a ser la mayoría aunque aún no lo sea.
Contra todo esto la respuesta de los sectores más tradicionalistas y conservadores es la misma de siempre: miedo.
¿Cómo se combate el narcotráfico? Por Bea Kon
Desde que se empezó a discutir sobre la ley de la marihuana, nunca me creí que la idea fuese eliminar o hacerle daño al narcotráfico. No sé si peco de ingenua o simplemente me acostumbré a que muchas de las leyes que hizo el FA, sobre todo en el gobierno de Mujica, sean inconstitucionales, no pensadas o al grito de la tribuna.
Personalmente me parece que habría que legalizar todas las drogas, pero lo que ocurre con la marihuana es un mamarracho. Que haya que registrarse, que no se sepa dónde se va a vender, cómo ni cuándo y, finalmente, cuando se decide que será en las farmacias, se olvidan (o se quisieron olvidar) que los bancos no permiten tener clientes que estén relacionados con el negocio de las drogas. Y ahora van por los kioscos, y después vaya a saber.
Pero si la ley (en lo que tiene que ver con el sistema de venta, no en el tema del autocultivo o de los clubes) me parece un mamarracho, el mensaje transmitido me parece obsceno. Recuerdo los primeros spots publicitarios con el fin de promocionar la legalización alabando las bondades del cannabis. Fue mucho tiempo después que salieron los spots con las consecuencias negativas de usarlo.
Y, volviendo al tema del lugar elegido para la venta, sólo resta agregar que no hay que ser un genio del marketing, por el contrario basta tener tan solo un poco de sentido común, para imaginar que una farmacia se asocia a productos medicinales (buenos para la salud) y que, por tanto, vender la marihuana asociada a dicha idea hace que se disminuyan hasta casi desaparecer la percepción de los riesgos asociados a su consumo. De hecho, diversos estudios afirman que aumentó su uso.
Parto de la base que la legalización de la marihuana no fue para que la gente se drogue más, y por el contrario lo que se pretende es bajar o directamente evitar el consumo, entonces el camino debe recorrerse al revés: primero eduquemos, y luego que cada uno elija su camino.
Con el fin de ilustrar lo que intento decir, pongo el ejemplo del tabaco. El presidente Tabaré Vázquez ha hecho un magnífico trabajo al respecto ¿Cómo? Haciendo hincapié en la educación y en la difusión de los males que provoca (incluso hasta el cansancio). A esta altura nadie pude afirmar que desconoce los efectos adversos del tabaco. Ciertamente no podemos realizar la misma afirmación en relación al consumo de marihuana. Con fuertes campañas y la prohibición de fumar en lugares cerrados, el consumo bajó. Si bien ese descenso es una tendencia mundial y no podemos cuantificar cuánto incidió la lucha del ex y actual Presidente de la República, sin dudas se aprecia el éxito de dicha campaña. Y al menos uno puede transitar por la vida sin que nos fumen encima convirtiéndonos en fumadores pasivos. Incluso al aire libre, y dada la concientización que se logró sobre el tema, vemos que muchísimos fumadores se apartan del grupo mientras despuntan el vicio.
Siguiendo con la línea de lo que pasó con las medidas tomadas por Vázquez, me atrevo afirmar que el tabaco pasó a ser un droga “que hace mal, que molesta, que deja olor en la ropa, en el cuerpo, que hace mal a la salud, que trae cáncer y problemas al corazón” en cambio el porro se transformó en algo “saludable, cool y que no tiene efectos secundarios, ya sean mentales o físicos” cuando la realidad es que fumar uno u otro aparejan daño físico y el cannabis, además, altera los sentidos, y dependiendo de la estabilidad emocional de quién lo ingiera, puede llevar al sujeto a lugares impensados, desde el consumo abusivo, el pasar por otras drogas más potentes o hasta causar y/o acelerar trastornos psicológicos.
Pero hay algo mucho más preocupante y grave que el mensaje que se transmite a los mayores, es el mensaje que se le da a los niños y adolescentes. No hay más que recordar la alegría con la que dieron las noticias en los informativos que la gente empezaba a comprar marihuana legal y que hacían colas en las farmacias. Y si le sumamos la baja percepción en la percepción de riesgo que mencioné con anterioridad, los invito cordialmente a sacar sus conclusiones. Si olvidar que los niños y adolescentes que quieran tan magnífico producto deberán conseguirlo por los antiguos canales ilegales. Por último y respondiendo al título de estas reflexiones… ¿cómo se combate al narcotráfico? Sencillo. Con Educación, Educación y más Educación
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