La forestación, tal como la hemos visto crecer en el país, vino a cambiar, en pocos años, el Uruguay que conocíamos. Había quintas de eucaliptus para sombra y reparo de los animales, funcionales a la ganadería. Todo el país estaba salpicado de estos islotes para el bienestar de ovinos y vacunos, que constituían la parte más importante y tradicional de la producción agropecuaria. Las quintas de eucaliptus fueron refugio seguro de ovejas parturientas, que se acomodaban tras los troncos para refugiarse de la lluvia helada, casi horizontal, durante los temporales de invierno.
Hasta que el 28 de diciembre de 1987 se votó la Ley 15.939, por la Asamblea General del Parlamento del Uruguay, bajo el título “Ley Forestal”, en el país había unas 31 mil hectáreas de montes plantados, donde predominaba el eucaliptus y el pino. El 77% de esos montes estaban ubicados al norte del río Negro. Hoy, 30 años más tarde, sólo en la Cuenca del Santa Lucía hay 55 mil hectáreas de montes, casi el doble de lo que había en todo el país hasta que se votó la Ley Forestal.
Dejando de lado algunos cuestionamientos de orden ambiental, que se le hacen al desarrollo de la forestación, conviene recordar que fue la opción más fuerte que hizo el país desde el retorno a la democracia. No hubo otra transformación tan grande, que cambiara para siempre la economía y el perfil productivo del país, como ésta. El país invirtió mucho en la aplicación de la ley que se votó en el Día de los Inocentes de 1987. No sólo devolvió el 50% de las inversiones hechas en el desarrollo de los padrones comprendidos en las zonas de prioridad forestal sino que, además, se eximió de los gravámenes que le hubieran correspondido por todo tipo de maquinaria, incluyendo camionetas que podían servir para el trabajo en campos difíciles como para paseo. ¿Cuál fue el monto final que Uruguay pagó y el que dejó de percibir por esta opción tan inusual, si se toma en cuenta lo que el país demora en tomar cualquier decisión? ¿Alguien conoce esta cifra que podría dar una idea clara de lo que el país pagó para que empresas extranjeras se estableciesen en el país, al mismo tiempo que le apretaba el cuello al contribuyente nacional?
Ahora vamos por más. Aquellas 31 mil hectáreas forestadas que había antes que llegasen las empresas finlandesas se han transformado en 1 millón 300 mil, con todo lo que implica. No había prácticamente nada, ahora hay dos plantas productoras de pasta de celulosa que son referencia mundial, y pronto habrá una tercera, todavía más grande, la más grande y moderna del mundo, se dice. Deberíamos estar orgullosos. Pero algo hace ruido en nuestros corazones. No sentimos la camiseta. ¿Seríamos capaces de hacer todo esto por nosotros mismos, por nuestras riquezas y con nuestra propia cabeza? Hasta nos tuvieron que enseñar a soldar, ahora los ingenieros y técnicos uruguayos manejan las plantas. ¿Aprendimos junto a los finlandeses cómo se monta desde la nada un proyecto de esta naturaleza, desde la idea original, pensando en las demandas del mundo, y a solucionar los miles de problemas que se pueden ver agudizados en un ambiente tan deprimido anímicamente, como es el nuestro?
Hasta no hace muchas décadas, Finlandia era un país más pobre que Uruguay. Lo que Finlandia es hoy es lo que hizo pensando en el futuro, y apelando a lo que tenía en su tierra helada: fundamentalmente árboles. Cuando la Banda Oriental comenzaba a pensar en independizarse del Reino de España, Finlandia estaba bajo el dominio de la Rusia zarista, y sólo sería libre más de cien años después, en 1917, al negarse a formar parte de la Unión Soviética. Uruguay era una república independiente, y comenzaba a edificar el país democrático y moderno que fue hasta la década del sesenta. Finlandia luchó contra el poder soviético, contra quien libró dos guerras, y contra los nazis, en la llamada “Guerra de Laponia”, durante el último año de la II Guerra Mundial. Al finalizar, era un país exhausto, empobrecido, sin recursos, pero una sociedad templada en la defensa de su territorio, con un vecino angurriento, como la URSS, y un clima absolutamente adverso.
¿Qué ha perdido Uruguay mientras Finlandia se reedificaba, tras la Segunda Guerra Mundial?
Uruguay perdió el impulso que le había aportado la inmigración, y, más tarde, perdió confianza en el sistema político que le había permitido crecer con redistribución. Mientras el eje de lo que le produjo riqueza al país estuvo en el Interior, en la producción agropecuaria, Uruguay pudo crecer mientras otros se mataban en guerras atroces. Algunos todavía creen sacar alguna ventaja intelectual argumentando que el crecimiento de Uruguay fue debido a las guerras, que no podían producir comida y abrigo para sus ciudadanos. Hicimos lo que teníamos que hacer.
¿Qué más perdimos? Perdimos jóvenes educados por nuestra educación terciaria gratuita, que encontraron en el extranjero algún destino para seguir creciendo profesionalmente, aunque esta sangría empobreció intelectualmente al Uruguay.
Algunos apuntes más: Creció la industria arrocera, que de algunas arroceras iniciales se han transformado en una industria estable y extendida a varios departamentos. Comerciar fuera del país no es fácil, los arroceros lo saben muy bien.
¿De lo que producía el agro uruguayo qué fue lo que más perdió? La ovinocultura. Desapareció la industria textil. Sin embargo, las instituciones que debieron monitorear la crisis de las lanas medias y gruesas no reaccionaron a tiempo para promover la sustitución de ese tipo de ovino por el que fuese capaz de producir lo que en el mundo tenía una demanda sostenida y buenos precios: la carne ovina de calidad.
¿En qué más retrocedimos? En que el 50% de la tierra está en manos de extranjeros o de sociedades anónimas opacas. Despareció, o disminuyó drásticamente la presencia de la familia rural, y los pequeños y medianos productores, a excepción de los que sobreviven con una lechería no apta para pequeños productores.
No son muchas los países que pueden producir carne ovina de calidad, nuestro país es uno de los que sí puede hacerlo, porque tiene el conocimiento de su gente, es parte esencial de la cultura agropecuaria, especializada a lo largo de un siglo y medio, y porque tiene los institutos de investigación que pueden conducir técnicamente esa producción para que Uruguay pueda ofrecer al mercado internacional el mejor cordero del mundo. Nuestra competencia no es con nosotros mismos. Nuestra competencia está en Oceanía, que incluso sus técnicos vinieron aquí a aprender, cuando La Estanzuela estaba en su esplendor. Hoy, Nueva Zelanda es el principal exportador de corderos del mundo.
Es posible que lo de esta nueva planta sea viable, por el momento sólo es un borrador, con obligaciones para Uruguay. Cuando nuestro país haya invertido esos 1000 millones de dólares UPM nos va a decir si sigue adelante. ¿No había otra posibilidad económica a nuestro alcance donde colocando, ya no 1000 millones de dólares, sino 250 millones por ejemplo, pudiésemos generar un gran impacto social, hasta a más gente de la que puede utilizar UPM antes que la celulosa sea un recuerdo, como el corned beef?
A raíz de las discrepancias con Rondeau en el sitio a Montevideo, y tras quedar solos, al pie de las cartas de Artigas se leería una frase que deberíamos recordar siempre, y que los finlandeses aplicaron mucho antes de saber quién era Artigas: “¡Pobres de aquellos que van a buscar ayuda al extranjero para solucionar los problemas domésticos! …Nada debemos esperar sino de nosotros mismos”.
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