«Me da pena confesarlo…» (pero no estoy de acuerdo)
En las letras de tango, siempre vas a encontrar una palabra, o mejor, una frase con la cual te sentís identificado -identificada.
Cuando el-ella se dan cuenta, cuando se reconocen en letras del cancionero tanguero puede ocurrir que el-ella no lo acepten, lo nieguen o lo ignoren.
Yo, (que soy ella claro, no el), me identifico con la frase de un tango que fue cantado como nadie, por el tacuaremboense inmortal, (es decir, uruguayo) Carlos Gardel.
¿Qué es lo que me da pena confesar? Es muy simple: no entender determinados hechos, cambios, o casi exigencias, que se están dando en nuestro sistema.
El-ella que promocionaron este cambio referido a la denominación de la Defensoría del Vecino como también los ediles-edilas que dieron su voto para que el cambio se produjera, nunca estarán de acuerdo con mi posición , si es que se enteran, tal como yo no estoy con lo propuesto y votado afirmativamente.
Pero sucede que cuando algunos de ellos-ellas estaban naciendo o cuando iban a la escuela y estaban lejos de lo político, y de adquirir la posibilidad de manejar de alguna manera eso tan deseado que se llama PODER: tener el “poder” de dirigir; tener el “ poder” de votar y vetar, tener el “poder” de gobernar tener la posibilidad “del pulgar para arriba o para abajo” como Nerón, que solo con ese mínimo gesto podía enviar a los luchadores a la jaula de los leones o concederles la gracia de seguir viviendo. Con la diferencia que ahora son otras cosas muy importantes, que nos atañen a todos que marchan a las leoneras o son aprobados a través del democrático voto, por supuesto.
Ah, mil disculpas. Me excedí algo en lo anterior. Pero lo que quería decirles a ellas-ellos es que cuando algunos-algunas aún no habían roto la cáscara del huevo, una ya estaba en la lucha reivindicatoria de los derechos de la mujer, de la toma de conciencia en lo relacionado con la mujer objeto, invitando a los padres a que todos los hijos intercambiaran sus roles para no quedarse solo con aquello de “la nena cocina” y hamaca a la muñeca- el nene juega con una pelota y anda en monopatín, y todo el entorno de esta batalla que nunca va terminar.
Entonces una, sin el poder del voto, dice que no está de acuerdo con estos cambios y con otros que ella (yo, claro) piensa que están excediendo los límites. Por ejemplo el concurso de reina del carnaval: lo vemos triste, un certamen que ha perdido el encanto, el buen gusto, el brillo, la alegría que ella-el, y yo, conocimos en la niñez y en las etapas de la vida que fueron sucediéndose. En la búsqueda de la transversatilidad, de la equidad y sin duda del ahorro de dinerillo en el certamen reina del carnaval, este ha quedado tan pobre y disminuído que “da pena verlo y confesarlo”. No es pecado vestir a las reinas y su cortejo con las ropas y el calzado que les corresponden y colocar en sus cabezas una vincha con strass que representa su corona y no sombreritos que se vendían en las playas por unos poquitos pesos y que nada tenían que ver con la condición de reinas: del carnaval, del candombe y la escuela de samba.
Nunca oculté mi edad. Al contrario, me enorgullece decirla. Entonces con estos maravillosos 86 años de vida, de haber salido indemne del tiempo de mis comienzos en la radio y más tarde la televisión y el teatro después; cuando aún los hombres llevaban el “pucho colgando en los labios” y el sombrero inclinado “a lo malevo”; cuando “reinaba” un machismo rudo al que las mujeres no delataban por miedo (esto no ha cambiado como se darán cuenta) o porque víctimas de los machos y de una sociedad que las marginaba por ser putas, continuaban junto al “cafishio” que las maltrataba y les quitaba el dinero que habían logrado en el prostíbulo o en las calles en las que gastaban zapatos y perdían una dignidad de la cual tal vez, solo habían oído hablar. Ese machismo exacerbado en sus peores realidades, era el temido en los conventillos, en las piezas de pensión, en las barriadas humildes (y con ropas y actitudes de hombre “de bien”, de “señor”) reinaba en las barriadas habitadas por la clase media, en las otras de la clase alta y allá en el bajo, en la zona portuaria. Y me estoy refiriendo al año 1948 (no a los 20), cuando apenas hacía tres del final de la Segunda Guerra Mundial, y estábamos a dos del “maracanazo.”
Siempre creí en los límites no solo en la educación de los hijos en el hogar, sino los límites que hay que tener en cuenta y aplicar en todas las instancias del vivir: poner límite a la falta de educación de las ciudadanas-ciudadanos, poner límite a los desmanes en el tránsito, poner límite a la falta de respeto, a la intolerancia. Poner límites a la prepotencia, al aprovechamiento o explotación, como prefieran, de los discapacitados, los niños, los viejos.
Me confieso feminista libre y quienes me conocen lo saben; feminista con los límites que sean necesarios; no comparto el extremismo, porque los extremos no conducen a nada bueno. Los extremos siempre son malos. Y lo estamos conociendo, viviendo día a día en países donde la vida de los seres humanos vale menos que una bolsa de nylon llevada por el viento en las calles y plazas de la linda Montevideo.
Entonces no comparto ese cambio de denominación de algo que es público, que a todos nos pertenece y que fue votado en la Junta Departamental: a partir de hace muy pocos días pasó a llamarse : “DEFENSORÍA DEL VECINO Y LA VECINA” y no solo del “vecino” (que en realidad somos todos vecinos) sin necesidad de separarnos por el hecho de ser hombre o mujer , mujer u hombre.
El cambio fue propuesto por otro “NO SEXISTA”.
Disculpen pero este cambio para mi, al menos, pertenece a lo que llamo “extremos” y sobre los cuales creo haber dicho algo de lo que tenía que decir.
El tema está enquistado en la sociedad y es a la sociedad que hay que apuntar. Pero no con el cambio de la denominación de la Defensoría a la que nos estamos refiriendo y que yo continuaré llamando Defensoría del “vecino” y no de la forma que me quieran imponer solo porque no tengo derecho al voto. Nunca dije ni diré “ellas y ellos” o “todos y todas” en un acto público; como soy de otra época, seguiré diciendo “señoras y señores” pero como también pertenezco a la actual seguiré diciendo, como corresponde (esto sí) presidente-presidenta,
ministro-ministra, intendente-intendenta, edil-edila porque se ganó, se conquistó se luchó para que se hiciera realidad, nadie nos lo regaló. Porque de esta forma lo aprueba la Real Academia. Así continuaré. Sin errores gramaticales muy grosos como suele ocurrir fruto del temor a caer en el “sexismo” y ser censurado por las-los extremistas.
Es en el hogar y en la escuela, donde hay que empezar la tarea de educar en valores, en los temas de la tolerancia, del respeto a los mayores y a sus pares y sobre el sexismo; es tarea de los educadores hacer este camino y si el horario no es suficiente entonces que Primaria, el MEC, Presidencia o quien sea, haga sentir su presencia y la responsabilidad que le compete y busque la forma de hacerlo, contratando a especialistas que aborden todos aquellos temas que, por la razón que sea , una muy gran parte de la ciudadanía los rechaza, no los acepta y entonces les da la espalda. ¿Quiénes entonces son las víctimas de hoy y del futuro?: pues los niños que serán los adolescentes y jóvenes de mañana y que en lugar recibir el conocimiento, la educación-formación sobre todo aquello inherente a la condición humana que, te guste o no, son una realidad que posiblemente está latente en tu amigo-amiga o en tu hijo-hija y que no lo confiesan porque temen que no los entiendan, que los rechacen sus propios padres, que los discrimen.
Hablamos en más de una oportunidad de lo enferma que está la sociedad, a la que todos pertenecemos, y la pérdida de aquellos valores que siempre nos distinguieron y que recibimos en el hogar por parte de papá y mamá, que no eran especialistas en nada, solo eran personas entregadas al trabajo. Ella “ama de casa”, la eterna trabajadora no reconocida, la que no tiene horarios, ni tareas específicas, la que no tiene sueldo, ni aguinaldo, ni vacaciones pagas.
Estamos viviendo momentos algo extraños. Decir “negro”, pretenden que no corra más y que se diga “afro americano”.
Permitan que ya le avise a Ruben Rada, que al encontrarnos no volveré a decirle, “hola negro, como estás”, sino, “hola afro americano, como estás”. Es un extremo. No es así que se combate la discriminación, sino con “educación, educación, educación”. Algo que ya escuchamos y que tantas críticas y burlas provocó.
En el año 2010, al entonces recién electo presidente Mujica cuando enfatizó con aquello de educación, educación, educación en su discurso de asunción en la Plaza Independencia, le salió mal. No sé por qué, y me gustaría saberlo. Desde luego, tendré que preguntárselo. Es el único que me puede decir la verdad, sobre eso para lo cual mostró tanta energía y convencimiento. Es ahora el momento de preguntarle ya que ha afirmado enfáticamente que “no será candidato a presidente”, aunque continuará actuando en política.
Recuerden: ya no se dirá ni escribirá Defensoría del Vecino sino Defensoría del vecino y la vecina”. Aunque pienso deberá ser poniendo en primer término a la “vecina”. No sé, digo yo. Porque si siempre fue solo del “vecino” entonces ahora, para que no queden dudas que el sexismo quedó eliminado, debería decirse y escribirse: Defensoría de la vecina y el vecino.
También me da “pena confesar” que tengo temor de volver a vivir aquellos tiempos cuando debíamos cuidarnos de lo que hablábamos en lugares públicos, bajar la voz y mirar con recelo a los otros que estaban en el mismo lugar que nosotros. Y no me gusta. Y a ustedes tampoco.
Hasta la próxima. Que seas feliz.
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