Si asociara mis emociones a mujeres del cine, una sería la rutilante Audrey Hepburn, por su glamour en la pantalla y su valentía al haber dado la vida por Unicef. Otra tendría la tonalidad erótica de Marilyn Monroe. Y también tengo un espacio reservado para una mujer fascinante, que experimentó en carne viva el mundo interior de la máquina de los sueños, con sus lazos entre el éxito, la tragedia y la destrucción personal. Aquella niña de enormes trenzas, ojos grandes y portentosa voz quedó grabada en la mejor historia de Hollywood con once letras marcadas a fuego: Judy Garland.
En realidad se llamó Frances Gumm, nació el 10 de junio de 1922 en Grand Rapids (Minnesota) y fue una de las actrices más minúsculas de la historia, ya que medía 1.51 m. Creció en una familia dedicada al espectáculo, porque sus padres y hermanos eran artistas de vodevil. Podría decirse que Frances aprendió a caminar en el escenario, ya que a los tres años aparecía en las funciones de su familia. Poco después su madre impulsó la creación de The Gumm Sisters Kiddie Act, conjunto femenino que formaron Frances y dos de sus hermanas mayores. Fue entonces que cambió su nombre por el de Judy Garland. A mediados de los años 30, disuelto el trío, Judy se dirigió con su obsesiva madre a Hollywood para participar en varias pruebas, que pronto demostraron el elevado talento vocal de la futura intérprete. Así consiguió firmar un contrato con MGM, lugar donde brilló desde sus inicios en films como La melodía de Broadway de 1938 o varios títulos de la serie de Andy Hardy coprotagonizados por Mickey Rooney, con quien llegaría a coincidir en diez películas a lo largo de la siguiente década.
Su gran salto al estrellato se produjo cuando interpretó uno de sus roles más recordados, el de Dorothy en El mago de Oz, la excelente fantasía iniciático-musical de Victor Fleming (1939), por cuya labor Judy ganó un Oscar especial a la mejor actriz juvenil. En 1941 contrajo matrimonio con el músico y compositor David Rose, de quien se divorció en 1945, cuando se casó con el director Vincente Minnelli tras el rodaje de La rueda de la fortuna. El enlace de Minnelli y Garland no tenía mucho futuro, ya que el cineasta era un reconocido homosexual, y la pareja rompió en 1951, no sin antes haber tenido una hija, la hoy célebre actriz y cantante Liza Minnelli.
La escasa estabilidad emocional de Judy se reflejó desde muy temprano, no sólo por su relación con Minnelli, sino también por su adicción a las drogas, iniciada debido a la severa vigilancia que MGM le impuso cuando todavía era una adolescente, a raíz de su tendencia al sobrepeso. Pero también estaba sobrepasada por el éxito, e intentaba calmar su desequilibrio nervioso con un buen número de tranquilizantes, lo cual le provocó muchas crisis psicológicas. Al margen de esos problemas, que terminarían siendo una constante en su vida, su carrera durante los años 40 resultó inmejorable, triunfando en cine, teatro y radio. Sus mejores títulos fueron Armonías de juventud de Busby Berkeley con Mickey Rooney (1940), Las Follies de Ziegfeld de Robert Z. Leonard con James Stewart, Hedy Lamarr y Lana Turner (1941), la ya citada La rueda de la fortuna, dos impactantes números musicales de Minnelli para Las nuevas Follies de Ziegfeld (1946), Intermezzo lírico de Charles Walters, donde brilló junto a Fred Astaire (1948), El pirata, aventura musical con Gene Kelly y dirección de Minnelli (1948), y la estupenda Valle alegre de Charles Walters, de nuevo junto a Kelly (1950).
Los conflictos personales de Judy terminaron por arruinar su carrera cinematográfica a comienzos de los años 50, época en la que fue despedida de MGM. En 1952 se casó con Sidney Luff, quien la devolvió con fuerza a los escenarios, donde consiguió triunfar de nuevo como cantante. Luff también produjo Nace una estrella, su memorable regreso al cine, dirigida por George Cukor en 1954, que le proporcionó su primera nominación al Oscar. A pesar del éxito obtenido, Judy no volvió al cine hasta que en 1961 intervino en dos impactantes secuencias dramáticas de El juicio de Nüremberg, el notable drama histórico-judicial de Stanley Kramer sobre el proceso a varios jueces nazis acusados de delitos contra la humanidad. De nuevo su actuación fue merecedora de una nominación al Oscar, ahora como mejor actriz de reparto.
Y luego su carrera profesional se fue difuminando, mientras su vida privada continuó inmersa en problemas, luchando por la custodia de sus hijos después del divorcio de Luff, y cometiendo diversos actos suicidas derivados de su inestabilidad personal. En 1964 se casó por cuarta vez, ahora con el actor Mark Herron, del que se divorció en 1968 para casarse, en marzo de 1969, con el empresario Mickey Deans. Pero si hubiera que hacer una radiografía de Judy, su exitosa carrera aparecería velada por los enormes pozos negros de sus tragedias. El resultado final fue, lógicamente, una muerte temprana. En la mañana del 22 de junio, al ir al baño del domicilio que compartían en Londres, Deans halló a Judy sentada en el retrete con la cara arañada. La actriz había muerto en lo que la versión oficial llamó paro cardíaco, aunque todo el mundo acabó confirmando que se trataba de una sobredosis de barbitúricos, los mismos que a diario venía tomando desde niña, recetados por su monstruosa madre por orden del omnívoro presidente de MGM, Louis B. Mayer. Tenía sólo 45 años, pero lucía como una mujer de 70. Es que el camino amarillo de Judy estuvo siempre empedrado de ladrillos muy desparejos…
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