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Medio y medio por Juan Grompone

Medio y medio  por Juan Grompone
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La sociedad capitalista desarrollada está formada por dos clases definidas: propietarios y asalariados. Entre medio se desarrolla una capa intermedia que sirve de puente entre las dos clases. Más abajo de todo se encuentra la masa de los desposeídos. Pero la sociedad capitalista termina por dividirse en mitades, aproximadas, que forman dos corrientes políticas puestas.

En el capitalismo desarrollado los partidos alternan en el poder. Cuando un partido que favorece a los empresarios toma el poder, aumenta la inversión y el beneficio empresario. Esto ocurre a expensas de los salarios y conduce a descontento social. Cuando un partido que apoya a los asalariados toma el poder, crea y desarrolla instituciones sociales y mejora los salarios. Esto ocurre con perjuicio de los beneficios de las empresas y frena la economía. Pero no existe magia, las ganancias y los beneficios sociales salen del mismo lugar. Si uno aumenta, el otro disminuye.

Estos fenómenos hacen que la economía capitalista obliga a una rotación del poder para lograr la estabilidad. Es más, esta rotación está guiada por un ciclo de aproximadamente ocho a diez años de la economía, el llamado ciclo de Juglar. Muchas veces se interpreta este fenómeno como una “ola” o “conspiración internacional” que no existe. Es natural que, si un partido deja un país en crisis, ganará el otro partido. El ganador se entra en la fase de crecimiento de la economía y es natural que se mantenga en el poder durante ocho a diez años, hasta que se llegue a la siguiente crisis. Todo esto no ocurre en forma exactamente matemática porque los ciclos son algo variables y los períodos de gobierno –excepto de las democracias parlamentarias– son fijados por la constitución.

América Latina no posee un capitalismo desarrollado, por todas partes resisten restos pre-capitalistas que configuran variantes. En la medida en que estas estructuras desaparecen por el avance de la economía nueva, las ideas, la organización social y la política adopta el ciclo capitalista.

Uruguay no es una excepción, pero con la peculiaridad de ser una sociedad capitalista avanzada en lo social y construida sobre una economía muy precaria. Conviven en el país la producción de materias primas, muy poco diferente de la que existía en la colonia, con empresas de la Sociedad de la Información que cotizan en la bolsa de Nueva York. Por esta razón su sociedad es una mezcla de capitalismo desarrollado con restos de la vieja sociedad colonial.

Apliquemos ahora estas idea –que muchos rechazarán por “mecánicas” y otros aprobarán– al Uruguay. La crisis del gobierno de Jorge Batlle determinó el triunfo rotundo del Frente Amplio. Se salió de la crisis y se llegó a un máximo de prosperidad hacia 2013. Esto hizo que el Frente volviera a ganar en 2015 pero iba derecho a una crisis. Por esta razón ganó la “coalición multicolor” en 2019. Es seguro que muchos discreparán con este simple y sencilla explicación.

El actual gobierno tomó un país en crisis y recibió una doble ración: llegó la pandemia. La economía tambaleó un poco y esto retardó la recuperación de la crisis. Hoy estamos en un período de expansión de la economía. No es aventurado pensar que en 2024 el país tendrá una economía floreciente.

No cabe duda que el actual gobierno apoya a los propietarios. La razón de fondo es que reemplazó a un partido que apoyaba a los asalariados. Durante el gobierno previo los salarios y las quejas de los empresarios crecieron sin pausa. Al cambiar el gobierno se invierte la ecuación, así es la regla del capitalismo. Hoy los salarios están congelados y hay todo tipo de beneficios para los empresarios, en especial para los productores de materias primas, basta escuchar las loas en los discursos que quienes entes se quejaban. Por el contrario, hay una promesa postergada del ajuste salarial.

Ahora, a mitad del camino, es posible que el actual gobierno pueda mostrar un resultado tangible y tres intangibles a los votantes. Puede lograr una mejora en la educación –no una gran mejora sino apenas mejores cifras estadísticas–, algo esencialmente intangible; puede lograr una nueva ley de jubilaciones de aplicación diferida de modo de no molestar a los votantes, otro logro intangible y lejano. Sin duda tendrá un mejor equilibrio del presupuesto y de la deuda, algo que también es intangible para la mayoría del electorado. De modo que le queda solamente un resultado tangible: la recuperación de los salarios –seguramente no al nivel anterior– pero suficiente para definir muchos bolsillos de votantes.

Todo eso lleva a pensar en la respuesta a la cada vez más frecuencia pregunta de ¿quién ganará en 2025? Unos dirán que depende de los candidatos; otros, que depende de las campañas, los mensajes y las propuestas; unos terceros pensarán que depende de quien “enamore” a las capas medias, los que siempre deciden la elección. Quienes creemos que se vota “con el bolsillo” tenemos una visión diferente.

Si 2024 es un año de prosperidad, entonces el gobierno actual continuará hasta completar el ciclo económico, entrar en recesión, o sea hacia 2030, y entregue el poder. Esto no es una tragedia sino algo para festejar. La rotación de los partidos muestra que el país se encamina cada vez más hacia un capitalismo desarrollado, con una alternancia regular de partidos que logre la estabilidad.

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