El 1º. de julio serán las presidenciales y federales legislativas en México y me atrevo a presuponer que en el primer caso la balanza ya se inclinó en favor de uno de los postulados, teniendo en cuenta columnas de colegas, opiniones de estudiosos y cruzamientos con mi propia observación.
Las campañas han ido en paralelo con la renegociación del TLCAN (NAFTA, por sus siglas en inglés) “movido y bailando al ritmo definido por los tuits mañaneros de Donad Trump” -según un observador-, en medio de la crisis orgánica del régimen político. Hay que anotar de que el futuro mandatario se encontrará con el TLCAN y, además, con la “independencia” del banco central, que limita las capacidades de innovar e introducir variantes en la conducción económica.
Entre los ciudadanos -que incluye gente de diversos grupos económico-sociales- existefrustración y enojo provocados por la corrupción, la violencia y la inseguridad, pero también por otros temas de fondo: no hay un horizonte de mejora en el corto plazo; para los estratos bajo y medio la idea de progreso social y económico está cancelada.
La economía muestra su vulnerabilidad extrema casi todos los días con la devaluación. La depreciación del peso es notoria en el incremento de los precios de los productos que se importan para consumo, como las gasolinas, el maíz, el 80% del arroz y cerca de la mitad del trigo y los frijoles. Por otra parte, el mal ambiente alcanza derechos humanos, justicia, impunidad, violencia y crimen que atraviesan el país desde el gobierno de Felipe Calderón y producen centenares de miles de asesinatos, unos 35 mil desaparecidos y más de medio millón de desplazados; las cifras abarcan a decenas de defensores de garantías individuales, periodistas y ambientalistas y penetran -como nunca antes- en las campañas de candidatos a alcaldes y autoridades municipales.
En ese contexto, las elecciones tienen un particular relieve dada la posibilidad de que un candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) -postulado por la coalición Juntos Haremos Historia encabezada por el partido Morena- resulte ganador. Su más cercano adversario es Ricardo Anaya -de Acción Nacional y coaligados de ocasión. Asimismo, completan el cuadro otros dos postulantes: José Antonio Meade -del PRI en alianza con pequeños partidos- y un independiente, Jaime Rodríguez, sin posibilidad. La elección presidencial, entonces, tiene como antagonistas a AMLO y Ricardo Anaya.
Meade y Anaya representan la continuidad ortodoxa de las políticas neoliberales, de modernización capitalista, presentes en el país desde 1982. La candidatura de AMLO tiene carácter ligeramente reformista, con ciertos tintes de «socialdemócrata», y con énfasis en los temas de participación popular y justicia social. Es un candidato -según mi opinión- de convicciones republicanas, decente y laico: lo último lo niegan varios consultados basándose en su alianza, que incorporó a un partido religioso neopentecostalista.
Anaya y Meade se disputan el voto conservador y parte de lo que fueron las bases del antiguo PRI, ya muy desperdigadas. Parten de una campaña de ataque contra AMLO que intenta infundir miedo entre los votantes asegurando que se trata de un «populista» (vocablo que utilizan como sinónimo de desorden y maldad) que puede conducir a México a “ser algo como Venezuela”.
Meade es un tecnócrata del sistema, de la escuela de economía neoliberal, cómplice de muchas corrupciones, mientras Anaya representa una frialdad psicopática: no ha hecho casi propuestas de gobierno sino que se ha dedicado a atacar a AMLO. Un reformista de centro como AMLO resulta amenazante por su énfasis en combatir las corruptelas, lo cual afecta intereses de políticos del sistema y empresarios que obtienen beneficios con la protección de las autoridades para negocios deshonestos. Hay que recordar que sobre fusiones, disoluciones y privatizaciones la Secretaría de Hacienda señaló que de las mil 155 entidades paraestatales de la administración federal en 1982, apenas quedan 185 y en su mayoría son parte de la operativa de dependencias del Ejecutivo.
Se coincide -en general- en que es perceptible el hastío en sectores de la población ante la falta de resultados del modelo y las llamadas reformas estructurales del gobierno sin reflejo en el poder adquisitivo de los trabajadores. El crecimiento de México en los pasados 30 años ha sido escaso (2%, promedio anual), los salarios más bajos de América Latina; los empleos creados son mayoritariamente precarios; la informalidad se ha multiplicado y los niveles de pobreza siguen siendo muy altos, a pesar de los programas destinados a combatirla. A todo esto se agrega lo que ha colmado el vaso y provocado indignación popular: los enormes niveles de corrupción, inseguridad, violencia e impunidad; el hartazgo de la gente está a flor de piel.
Hasta el momento ningún candidato ha hecho una propuesta de ruptura con el sistema actual y sus manifestaciones dan idea de que mantienen las mismas políticas fiscal y monetaria; si acaso alguna iniciativa para modificar la forma de distribución de los dividendos de la actividad económica: la participación de los ingresos de los trabajadores en el PIB ha disminuido en los últimos años, mientras crecieron las utilidades de las empresas.
Creo que México se enfrentará a problemas distintos a los actuales en caso de que desde la eventual presidencia de AMLO se cambiara algo. ¿Qué esgrimirá ante los “tiburones que lloran” por el TLCAN; que hará con el aeropuerto nuevo del DF; cómo aplicará y distribuirá el presupuesto; cuál será su trato con los extractivistas nacionales y extranjeros; qué ilación tendrá con la mayoría de los gobernadores que serán sus oponentes? Pero, además, pensemos en la relación con los gringos; de qué forma va a orientar la economía sin una concepción o un plan alternativo a lo que hay; qué ocurrirá en política social, vivienda y salud; cómo será su relación con militares y policías; de qué manera enfrentará la corrupción, la inseguridad, el narcotráfico, la migración. ¿Y con la prensa?, que se sentirá “libre” y lo censurará haga lo que haga.
Quienes ven a AMLO como próximo presidente y lo critican-fundamentalmente los representantes del capital- señalan que es un improvisador sin programa de gobierno; que trabaja con base en ocurrencias; que se cree más de lo que es; que tiene la pretensión de extender su influencia más allá de su sexenio. Grandes consorcios como Herdez, Vasconia y Femsa han intimado a sus trabajadores a evitar la elección de un gobierno “populista”. El grupo de Alberto Baillères conminó a sus empleados a no votar por AMLO, mientras éste pidió a Germán Larrea -propietario del Grupo México (minería)- «que no ande asustando a nadie y que él mismo no tenga miedo» de su triunfo.
Para quienes hemos vivido siete sexenios en México, el inmenso costal de mañas y trampas(*) que acumuló la oligarquía -que ha sido la principal beneficiaria de la corrupción oficial- auguran un incierto pronóstico porque no se sabe hasta dónde estén dispuestos a llegar.
Sin embargo, apunto mi predicción: le cederán el Ejecutivo a AMLO y “le cortarán las alas” a sus iniciativas en el Legislativo donde no le atribuirán la mayoría. Con el freno impuesto por las cámaras y la mayoría de los 32 estados gobernados por la oposición, ya se verán cuáles serán las consecuencias. Afirmo que es muy probable que haya un laissez faire sin laissez passer: las puertas de la residencia oficial- Los Pinos- le serán abiertas; en San Lázaro el Congreso será el encargado de cerrarle el paso.
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(*) Resulta recomendable leer Las elecciones de 1988 de Irma Campuzano Montoya, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Enero-Junio 2002.
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