De acuerdo con datos que recuperó el colega argentino Sergio Ferrari, de Le Courrier (Ginebra), una de cada 10 personas vive en 2018 en pobreza extrema, según cifras de la ONU, pese a que en el último cuarto de siglo alrededor de mil millones salieron de ese rango, aunque se consignan zonas donde existe crecimiento.
Si sólo consideramos la pobreza, para 2016 en Honduras ésta creció en uno y medio por ciento, conforme Cepal. “Da tristeza -declara Bertha Oliva de familiares de desaparecidos de Honduras- ver cómo la gente abandona sus hogares y emprende un viaje que tiene mil incógnitas. Ni las amenazas de Trump de recortar ayuda van a detener el éxodo. Lo más absurdo es que esa misma ayuda le sirve al régimen para abastecer y fortalecer el aparato militar y policial represivo, uno de los principales factores desencadenantes de esta crisis humanitaria”. Acabar con la pobreza no es cuestión de caridad sino de justicia, sostiene la ONU.
Del denominado Triángulo del Norte (El Salvador, Honduras y Guatemala) proceden los integrantes de la caravana de migrantes que se reunió en San Pedro Sula -tenida como la ciudad más violenta del mundo- y comenzó su trayecto boreal desde el pasado 12 de octubre. Lo hacen en un gran grupo que huye de la violencia, la inseguridad, la pobreza, la miseria, el desempleo y la represión; deja atrás una mayoría de sus iguales que expectantes siguen los desplazamientos para decidir -una parte de ellos- qué hacer, en tanto una minoría de corruptos apuesta a que fracasarán en sus intentos de llegar a Estados Unidos (EE.UU.). Los gobiernos no entienden qué motiva la caravana y que si llegan a penetrar la última frontera esto no supone un éxito de vida sino, acaso, sólo una mejor existencia de la que tenían en su tierra natal.
Esas minorías acomodadas que quedaron atrás piensan que únicamente se trata de que se juntaron para hacer frente con mejores posibilidades a salteadores, secuestradores, extorsionadores y proxenetas; para saltear a los coyotes que querrían cobrar por pasarlos al otro lado (de la frontera de EE.UU.). No se dan cuenta que como al igual que migrantes asiáticos, subsaharianos o de otras latitudes deberán derrotar a quienes los atacan en el camino, a la falta de solidaridad, desiertos, cursos de agua y, sobre todo, tapias, burocracias, represión y amenazas de poderosos.
Los hondureños -parte constitutiva mayoritaria de esta caravana/éxodo migratorio- no chocarán con las cercas de Ceuta o de Melilla, con ninguna parte del Sáhara ni tendrán que cruzar el Mediterráneo, pero se enfrentarán de todas formas a los peligros de interminables andares, rigores climáticos, hambre y sed, burocracias, uniformados, empalizadas, border patrol y concluyentes amenazas conteniendo órdenes de represión y deportación.
A estos migrantes latinoamericanos no los esperará en la cabecera de algún puente un funcionario de la OEA para alentarlos a seguir, darles dinero, hacerse ver, lucirse y que lo entrevisten: esta migración de “los condenados de la tierra” no ofrece bienaventuranzas políticas ni lleva a congraciarse con la oligarquía y la derecha.
Las minorías acomodadas, los gobiernos corruptos y en ciertos casos ilegales carecen de toda capacidad para analizar y concluir que en esta fase del capitalismo hay un sobrante de millones de personas; en consecuencia, la burguesía detentadora del poder, a través de sus autoridades, actúa con premisas represoras contra quienes emigran dado que sabe que más trabajadores no son necesarios como mano de obra barata y sin calificación ni como ejército de reserva. Ni siquiera los precisa para compensar la escasa natalidad de países capitalistas de acogida porque ellos de por sí están recargados de adultos cercanos a la ancianidad y desempleados que resultan una carga.
Para EE.UU., Europa comunitaria e incluso algunos países sudamericanos, a los trabajadores migrantes los discriminan laboralmente con el pretexto de preservar la identidad y la cultura locales, equiparando lo primero con rasgos étnicos y teniendo por cultura aquella que adoptaron en la clase dominante (que en el caso de Sudamérica, por lo general, es antinacional). Y aquí hay que subrayar que en la actualidad el justificante de la represión es que el trabajador migrante viene a robarle el puesto a uno nacido en el país, eludiendo decir que éste no lo haría en un empleo de bajo salario o mal e ilegalmente remunerado.
Uno de los enigmas, de las incertidumbres a develar en un tránsito lleno de ellas, es si presionado por Estados Unidos de un lado y apremiado por los migrantes del otro, qué irá a hacer México -que parece haber encontrado en los últimos días una salida al dilema- después de señalar que los que tienen pasaportes y visas -una minoría- serán autorizados a entrar al país. Ante reclamos de defensores de derechos humanos de que se lanzaron gases lacrimógenos contra la multitud de migrantes -donde estaban niños, embarazadas, ancianos y hasta algún minusválido- las autoridades mexicanas condenarán tal acción, aunque se argumentará que este extremo no ordenado sobrevino en medio de la confusión generada por acciones beligerantes de los extranjeros.
Pareciera ser que, por un lado, otorgará asilos y residencias a aquellos con la documentación requerida oficialmente, dejará abierto el tránsito por el río Suchiate a los indocumentados -con los riesgos que ello implica para los migrantes- y extraditará a la mayoría adjuntando “la cortesía” de enviarlos a su lugar de origen en autobuses que pondrá a disposición de éstos. Es factible, entonces, que a los pocos que lleguen a la frontera les sea impedido el paso a EE.UU. por parte de la última barrera, la border patrol.
A la Casa Blanca le dirán que cumplieron… hasta donde fue posible. Donald Trump y Mike Pompeo deben entender -seguramente lo harán- que se viven finales de gobierno y se está en periodo de transición: ellos también hacen lo que pueden para que las elecciones de noviembre no les produzcan daño ostensible.
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