Algunos le dicen crisis humanitaria; otros, crisis migratoria, unos más advierten sobre la demográfica bomba africana que caería en Europa. La región olvida que de la mitad del siglo XIX a 1935 emigraron de su territorio -sin restricciones al ser recibidos- más de 50 millones de habitantes (550 mil por año) de los que Sudamérica captó, en particular, parte de 11.5 millones de italianos y 6.5 millones de ibéricos.
Según algunos sociólogos las migraciones son consecuencia de la globalización económico-cultural y la penetración del capitalismo (empresas multinacionales autorizadas por gobiernos neocoloniales dependientes) que busca materias primas; tierras; a veces, trabajadores y más consumidores. El capitalismo en los países subdesarrollados periférico-subordinados ataca sistemas económicos y sociales erigidos sobre bases tradicionales, mecaniza e industrializa la agricultura y sustituye cultivos, orillando -según se interpreta- “a la emigración o predispone a ella”. Esas corrientes también son alentadas por acciones de ayuda y protección de oenegés, que en la Europa comunitaria ayudan a superar barreras de restricciones legales, aunque son incapaces de eludir el mercado negro (trata, proxenetismo, esclavitud) con empresas delincuenciales que explotan tránsito, carencias y situaciones irregulares del migrante.
La calificación de bomba demográfica dada por autoridades y medios de comunicación, ligándola con el hambre, la pobreza y la migración, da la resultante que desde el anonimato se escriban simplismos como el que señala que hacen falta en África más condones; estúpidas preguntas como “¿Por qué tienen tantos hijos si no los pueden alimentar?” o aseveraciones malthusianas de “Con tanta gente en el mundo no podremos salvar el planeta”.
Me producen dolor ideológico-existencial los regímenes teocráticos -como los de Arabia Saudita o Israel- pero aunque no aclame al iraní reconozco que a finales de los 70, cuando la expulsión del shá Reza Pahleví, su corte y la sustitución del régimen corrupto, la fertilidad tenía una media de 6,4 hijos: “Las mujeres han accedido (en este tiempo) a la educación y en vez de casarse a los 15 ahora se dedican a ampliar sus estudios y crearse su propio futuro laboral hasta los 30. Lógicamente, así la fecundidad cae” a 1,6.
A ninguno de aquellos anónimos “opinadores” se le ocurre pensar en educación para África, geografía en la que 224 millones de personas no tienen qué comer y las proyecciones prevén que para 2050 vivirán unos 2 mil 500 millones de seres humanos (el doble de lo actual) y más del 20% padecerán hambre.
La FAO -como dependencia de la ONU adiestrada en cifras- dice que los hambrientos del mundo son hoy 850 millones y reconoce que no es por falta de comida sino porque no acceden a ella y da como causales los conflictos armados, los desastres naturales y, claro está, concluye que porque no tienen medios de compra.
El pasado 29 de junio, en Bruselas, se reunieron los líderes de la Unión Europea (UE) aprobando un debatido acuerdo sobre migración (que conformó a pocos) y considerado como un capítulo esencial de defensa y seguridad del bloque. La especie fue anunciada por el presidente del Consejo Europeo e indica que en su territorio o fuera de él, se puedan tener centros cerrados para separar a los refugiados que tienen derecho a permanecer en la comunidad, de los inmigrantes económicos, que serán regresados a sus países de origen o de donde partieron.
Mientras, el presidente de gobierno de España, Pedro Sánchez, consideró “buena noticia” que su país y Marruecos obtengan más recursos para dar respuesta a los migrantes en el Mediterráneo. Lo anterior no impedirá al italiano ministro del Interior, el ultraderechista Matteo Salvini, que cierre puertos a los barcos de rescate de migrantes (junto con los malteses) y que con otros capitostes de la derecha regional recree un aire adecuado que exija decidida xenofobia en políticas migratorias.
En una dividida UE, donde el tema migratorio no es lo único que indispone entre sí a sus líderes y los conduce por la vía de la confrontación -cuando no directamente por la del choque-, el caso de los africanos se da en el momento en que ha disminuido su llegada al continente y cuando los observadores sopesan la posibilidad de una “amenaza existencial del bloque”. Sobre el acuerdo migratorio, por ejemplo, hay países como Hungría o República Checa que rechazaron el texto mientras hay naciones que ni siquiera su vergonzosa conclusión cumplirán, como Italia y Austria, cuyos gobiernos mantienen una línea dura contra la migración.
La poderosa Angela Merkel declaró hace 10 días en el Bundestag: «Tengo la profunda convicción de que la cuestión de la migración va a ser decisiva a la hora de ver si Europa va a sobrevivir». Su socio en la alianza de gobierno, Horst Seehofer, ministro del Interior y líder de la Unión Social Cristiana (CSU) la tiene amenazada con salirse de la coalición de gobierno, por lo que la canciller debe ceder ante el chantaje “en aras de la unidad” (es decir, de su supervivencia). Por ahora, ella y Emmanuel Macron continúan. Y esa acción repercute en la política migratoria europea en la medida de las pretensiones de las derechas, sus ansias por crecer, gobernar e imponer un nuevo orden de acuerdo con lo que suponen vendrá en política y economía. En tanto, el Mediterráneo seguirá siendo amenaza de fosa común para migrantes africanos: en lo que va de este año murieron unos mil 500, de los cuales mil 100 iban a Italia y 300 a España. En tanto los turcos -que desean ser aceptados “socialmente” por los comunitarios-, con el intermitente apoyo griego, detienen a quienes llegan de Asia y Medio Oriente.
El sobresalto de los “unionistas” se refiere a las diferencias sobre la frontera de Alemania y Austria que hace tambalear el tratado europeo de 26 países que abate controles interiores y permite la libre circulación de sus nacionales. «Si Schengen (el acuerdo) se derrumba, se acabó. Ya no habrá una UE como la conocemos”.
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