En abril de 2023 el filósofo coreano-alemán Byung Chul Han pronunció una conferencia en Lisboa sobre la Esperanza, publicada en 2024 bajo el título “La tonalidad del pensamiento” (Paidós). Y hace pocos meses acaba de publicarse su último ensayo: “El espíritu de la esperanza” (Herder), donde amplía las ideas fundamentales de aquella conferencia.
Para Han vivimos un tiempo desprovisto de esperanza, de trascendencia. En la sociedad del consumo hemos perdido el tiempo sublime de la fiesta, porque el tiempo del trabajo lo ocupa todo. Incluso el tiempo libre está en función del trabajo. El tiempo festivo no es de sucesión de momentos, sino de perennidad. Pero hoy no hay fiestas, sino eventos. En la fiesta podemos permanecer, en el evento no. El evento sucede repentinamente y admite la aceleración. En cambio, la fiesta es gratuidad, no productividad. El tiempo sublime es todo lo contrario a la eventualidad. La fiesta es experiencia de esperanza, porque se espera lo indisponible. En cambio “Cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más”.
La esperanza se encuentra en una experiencia en curso, es creer en la posibilidad de lo que todavía no es, nos convierte en creyentes en el futuro. Las raíces de la esperanza se encuentran en algún lugar de lo trascendente. Esperanza no es estar satisfecho porque las cosas vayan bien, sino que haya sentido. Esperanza no es la convicción de que todo saldrá bien, sino de que tiene sentido independientemente de cómo salga. Por eso la esperanza presupone valor y fe, y permite volver a intentarlo, aunque las condiciones de la experiencia sean desesperadas.
La esperanza no es inacción, ni resignación, ni optimismo.
Se suele criticar a la esperanza como si fuera vivir en la inacción o de vanas ilusiones, identificando la esperanza con la resignación (Camus). Pero sin esperanza, sin sentido, la vida se reduce a la mera supervivencia, porque nos encierra en el presente, nos encierra a vivir del consumo. Por ello para Han la esperanza no forma parte de la lógica capitalista, porque quien espera no consume. La esperanza es esperar el momento oportuno para actuar, es estar alerta por el advenimiento de lo que todavía no nace. Los que tienen esperanza ayudan a que llegue lo que todavía no es.
El futuro cargado de esperanza es el advenimiento de lo indisponible, es un tiempo abierto. En cambio, el optimista está convencido de que todo va a ir mejor y para él el tiempo està cerrado: “Todo irá bien y punto”. Del mismo modo el pesimista tiene una visión cerrada del tiempo: “Todo irá mal y punto”. Por ello, ni el optimista ni el pesimista pueden ver lo posible, porque carecen de pasión por lo que puede ser, no está abiertos a lo indisponible.
El optimista no cuestiona el orden establecido, se halla sometido sin esperanza al sistema vigente, pero sin conciencia. Carece de capacidad para la crítica, porque solo quien espera puede criticar. El optimismo no conoce la duda, por eso no avanza nunca hacia lo desconocido. La esperanza se dirige hacia lo no nacido, hacia lo que todavía no es y no viene naturalmente porque no es controlable y presupone un compromiso activo con la transformación.
Han ha sido criticado por pesimista, pero se defiende diciendo que es un esperanzado. “Necesitamos una esperanza radical en lo nuevo, que nazca de la negatividad de la crítica”.
Para él, “el pensamiento positivo” que solo se interesa por el bienestar, la felicidad y el optimismo, omite los aspectos negativos de la vida, sustituyendo pensamientos negativos por positivos para ser más felices. Pero en este esquema cada uno sería responsable de su propia felicidad o de su propia desgracia, negando las causas estructurales de grandes injusticias. Así el culto a la positividad erosiona la empatía y vuelve egoístas a las personas, minando la solidaridad social porque cada uno debe ocuparse de sí mismo y de estar bien, desentendiéndose de lo que no le compete: el sufrimiento ajeno.
La esperanza no evita la negatividad de la vida, ni aisla, sino que une y reconcilia. El sujeto de la esperanza no soy yo, somos nosotros. Pero hoy todos nos atrincheramos en la propia inmanencia. Quien no puede trascenderse a sí mismo, no puede esperar, pero quien espera sale de sí mismo, trascendiendo el yo, para llegar al nosotros. La esperanza nos permite acercarnos a la comunidad, por eso Han hermana la esperanza con la fe y el amor.
La esperanza opuesta al miedo
Al final de la conferencia Han opone la esperanza al miedo. “El miedo recorre nuestro tiempo como un fantasma”, con escenarios apocalípticos que se imponen en el cine, la literatura y el arte. En todas partes falta esperanza. La vida se reduce a una carrera por resolver problemas, por sobrevivir. Al tiempo depresivo le falta futuro, le falta esperanza. La vida se sacrifica hoy en el altar del miedo, pero solo la esperanza amplia el horizonte, llena la vida de sentido.
Y esta falta de esperanza tiene graves consecuencias políticas, ya que promover el egoísmo, el odio, el resentimiento y el miedo, erosiona la confianza y por ello la convivencia social y las instituciones. Miedo y democracia son incompatibles, porque el miedo nos hace obedientes y nos paraliza. Por ello se expande el conformismo y la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, también como productos del miedo.
El aislamiento genera más miedo: miedo a fracasar, miedo a no ser capaz, miedo a la soledad. El miedo aísla y fragmenta la sociedad, pero solo la esperanza crea un nosotros, tiene algo de contemplativo y nos mueve hacia lo no disponible. A su vez la esperanza guía, da sentido y nos sostiene, porque los seres humanos vivimos en cuanto esperamos.
“De la desesperación más profunda nace también la esperanza más íntima. La esperanza nos abre tiempos futuros y espacios inéditos, en los que entramos soñando. Es toda una manera de existir, que no resulta de hechos dados, sino que posibilita nuevos acontecimientos precisamente cuando más imposibles parecerían”.
Byung-Chul Han, (2024). La tonalidad del pensamiento. Paidós.
Byung-Chul Han, (2024). El espíritu de la esperanza. Herder.
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