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No preguntes por quién doblan las campanas por Ernesto Kreimerman

No preguntes por quién doblan las campanas  por Ernesto Kreimerman
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“Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, tanto como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

John Donne, poeta inglés
Devotions Upon Emergent Occasions, Meditación XVII

Vivimos un tiempo de avances científicos y tecnológicos. El mundo es algo menos injusto, pero la desigualdad sigue siendo una condición de nuestros días. Y el hambre tiene cara de niño/niña…también la marginalidad. El acceso a las condiciones de vida que nos posibilitan los avances del siglo XXI, pero no dejo de admitir que estamos mejor o menos mal que hace décadas.
En lo que no hemos mejorado, es en la sensibilidad de sentir al otro un conciudadano, un diferente entre los iguales, un igual entre los diferentes, con nuestras diferencias y coincidencias, naturales o buscadas.
Hay quienes advierten, que de los tres grandes principios de la revolución francesa (libertad, igualdad y fraternidad), éste último concepto, el de la fraternidad, es el que menos elaborado estaba entonces y, filosóficamente hablando, aún sigue siendo el más enigmático.
Para esos autores, el concepto de fraternidad es una metáfora o, para hilar más fino, una metáfora conceptual. Valórese que las metáforas no son meras palabras, sino que son estructuras cognitivo-conceptuales, usualmente contenidas en palabras, es decir, en “expresiones metafóricas”, y suelen establecer relaciones sistemáticas entre los elementos de la fuente y los elementos del meta.
El eclipse de la fraternidad
Antoni Domènech, en un texto publicado en el año 2004, titulado “El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista profundizó en el concepto de la fraternidad dentro de, precisamente, la tradición socialista en clave republicana. nos recordaba que “la fraternidad es una metáfora conceptual; que, en 1790, cuando se acuñó la divisa, fraternidad significaba la universalización de la libertad republicana y también de la igualdad entendida como la reciprocidad de esa libertad pero ésta se eclipsó por dos motivos: i) porque la sociedad civil pos-napoleónica dio una apariencia de libertad e igualdad civiles, de libertad e igualdad, esto es, independientes de las bases materiales de la propiedad, de donde salió la libertad “liberal” y ii) porque después del fracaso de la II República francesa de 1848 –la llamada República “fraternal”–, los socialistas políticos, legítimos herederos del legado del republicanismo democrático tradicional, consideraron con buenas razones que, en la era de la industrialización, no era ya viable el viejo programa democrático-fraternal revolucionario de una sociedad civil fundada en la universalización de la libertad republicana por la vía de universalizar la propiedad privada”.
Así, la democracia republicana moderna ha sido, con distintos grados de radicalidad, un intento honesto de universalizar la libertad republicana, de ampliar “el círculo de los libres e iguales”, de dar comienzo a la “civilización de la sociedad aboliendo la loi politique supracivil del estado burocrático moderno heredado de las monarquías absolutas europeas”; y en su versión fundamental (la de la fraternidad jacobina), de erradir también toda loi de famille, de liquidar, sometiéndolas a la loi civil, todas las zonas sociales de vigencia de cualquier despotismo “privado” patriarcal-patrimonial”.
La famosa fraternité jacobina expresaba precisamente la necesidad de emancipar de la dominación patriarcal-patrimonial al conjunto de las “clases domésticas”, de incorporar a la sociedad civil, hermanándolas en ella, al grueso de las “clases sociales subalternas”, sometidas a una inveterada loi de famille subcivil (Montesquieu) que, por lo mismo que las mantenía fuera de la vida civil, las excluía también de cualquier posibilidad remota de control de la vida política supracivil.
Un debate por dar…
Hay un debate pendiente aún referido a la cuestión filosófica del concepto de “fraternidad” a través de las distintas metáforas conceptuales que se han hecho de ésta a lo largo del tiempo. Hay varias, muy distintas entre sí, incluso opuestas en su matriz política. Desde la tradición republicana moderna hasta llegar a expresiones del socialismo. Y dentro de éstas últimas elaboraciones, está en poner en acción, con resolución y realismo, el programa pancivilizatorio de la democracia revolucionaria fraterna.
Algo decepcionante
Y sí, el resultado al final del recorrido tiene algo de decepcionante. Nos ha tocado contar con más expectativas que conclusiones: no se ha evolucionado lo que todos esperábamos. El siglo XX se nos presentaba como el de las grandes transformaciones sociales y las grandes guerras. Los avances hacia una vida mejor, más plena, con más calidad, por las transformaciones tecnológicas, la medicina y la ciencia en general; pero hay que contraponer millones y millones de muertes provocadas por guerras, matanzas étnicas y terrorismos de Estado.
El siglo XX fue origen y desarrollo de ideologías totalitarias y aberrantes. En particular, el fascismo y el nazismo. Y en este siglo, el XXI, han resurgido bajo nuevas apariencias.
Pero Juan Eslava Galán, autor de un trabajo espectacular, de reciente publicación, “La Revolución Francesa contada para escépticos”, nos recuerda que allí también “hubo mucho aprovechado, mucha corrupción, muchos políticos descabezados” (https://www.eldebate.com/historia/20231016/juan-eslava-galan-revolucion-francesa-devoro-hijos_146416.html).
La revolución, explica Eslava Galán, “la hace el pueblo en el sentido de que pone la sangre en la calle, pero el gran beneficiario de la Revolución Francesa es la burguesía. Como todos serán iguales, se inicia el ascensor social con la Revolución Francesa”.
De aquellos ideales, “altos ideales”, algunos se lograron: “La libertad, sí, la libertad relativa, y la igualdad ante la ley sí que se consiguió. Pero claro, la fraternidad es una cosa más compleja. Con los ideales de la Revolución Francesa ha habido algo de fraternidad, porque ahora en los países que bebemos de esos inicios hay un Estado del bienestar, en el que a partir de mis impuestos se ayuda a las personas que están menos favorecidas…”.
Pero la fraternidad, al fin y al cabo, acabó consigo misma. “La Revolución devoraba a sus hijos como un monstruo”, concluye Eslava Galán. Como acabó con el mismísimo Robespierre, “un tipo atildado, puro”, y antes aún con María Antonieta, “azote y sanguijuela de los franceses”, decapitada frente a unas diez mil personas, en París.
Por último, una obviedad. En tiempos como aquellos, desprovistos de tecnología, hay un fenómeno de conducta humana que se ha exacerbado con las redes. El gusto por el morbo y cierta insanía, no es novedoso. Dice Eslava Galán, y es revelador de la pobreza metafórica de la fraternidad, que “cuando hay ejecuciones públicas en Francia, en París, que era todos los días, existe las tricoteuse, unas señoras que hacían punto. Las señoras de los barrios se iban a la plaza donde se iba a ejecutar, rodeaban la guillotina cuatro o cinco horas antes para tener los mejores puestos y les salpicara la sangre. Cuando llegaba el momento de las ejecuciones decían: «pues esta ha estado mejor que la de ayer, o que el otro”.
La diferencia, no es de metáfora ni de desarrollo tecnológico, es sólo cuestión de miserias humanas.

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