El 18 Brumario de Luis Bonaparte fue escrito por Carlos Marx a mediados del siglo XIX después de analizar, junto a su amigo y compañero Federico Engels, los acontecimientos de París entre 1848 y 1951, que culminaron con el autogolpe de Luis Bonaparte. Esta fue la base conceptual sobre la que Marx y Engels desarrollarían su doctrina sobre la dictadura del proletariado.
La Comuna de París fue la olla en que se empezó a caldear la certeza de que la lucha de clases desembocaría en el predominio de la clase obrera sobre el poder de la burguesía. Ese fue el rol histórico que Marx le asignó al proletariado. Para eso, y de acuerdo con las enseñanzas del golpe de Estado de Luis Bonaparte, era imprescindible que la clase obrera ejerciera su poder por medio de una dictadura, capaz de doblegar al poder de la burguesía. A partir de esta visión momentánea de los acontecimientos de París construyó una teoría que determinó la visión de la izquierda a lo largo de casi todo el siglo XX.
El poder del proletariado organizado acabaría asfixiando al poder de la burguesía, que caería derrotada para dar paso a un período de transición a la sociedad sin clases, donde cada cual recibiría lo que necesita para vivir. La fórmula de la transición se resumía en “de cada cual según su capacidad a cada cual según su necesidad”. En esos términos generosos la nueva sociedad ponía fin a esta en la que el hombre es el lobo del hombre. En nombre de esta doctrina, la izquierda, sobre todo la que se desarrolló a partir de la revolución bolchevique, fue fiel custodio de la teoría marxista sin que haya cambiado el rumbo. La cuestión de la dictadura del proletariado era una condición básica para derrotar el poder de la burguesía, y en nombre de esos principios, la revolución cubana dio un nuevo impulso y esperanza a la izquierda latinoamericana. Las predicciones no se han cumplido en ninguna parte del mundo, respecto del poder ejercido por el proletariado, pero sí las dictaduras que se erigieron escudándose en el mensaje moral que han invocado las ideas de Marx, Engels y Lenin.
La izquierda latinoamericana es muchas cosas. Están las que han sostenido que se puede iniciar un camino de aproximación al poder por la vía de la democracia liberal, como lo han creído Frugoni y Allende; están los que apostaron a la Unión Soviética, que acabaría inclinando la correlación de fuerzas en el mundo hacia el campo del proletariado, y están quienes creyeron en la prevalencia del cuadro revolucionario y su formación moral en la idea de la entrega absoluta por la vía de la lucha armada. En medio de toda esa división de visiones esquematizada, se producen fenómenos aberrantes, que se acomodan de una forma más o menos cínica, camuflados en el discurso moral implícito en el marxismo leninismo, y en la enunciada fuerza que algún día haría posible la dictadura del proletariado. Como primera lección de camuflaje las elites políticas de la izquierda hacen desaparecer este concepto de dictadura buena para combatir la dictadura mala. Ya no hay más dictadura del proletariado en el horizonte. El campo de batalla es la democracia burguesa. Quien se haga con el gobierno mediante los votos tendrá acceso al poder de la burguesía, y eso lo viene comprendiendo la izquierda latinoamericana. Allende y Seregni, para nombrar solo a dos líderes indiscutidos.
En América Latina estamos en una encrucijada de caminos. Hace muchos años que los golpes de Estado y las guerrillas no dan beneficios rentables. Aunque todavía a muchos les resulte difícil orientarse en este nuevo panorama que se le presenta a la región comienzan a establecerse nuevos escenarios.
Gabriel Boric, a sus 36 años, ha sido el candidato electo más joven de la historia de Chile. Llegó como uno de los notorios líderes de las fuertes protestas estudiantiles. También fue el primero que llegaba del sur profundo, de la región de Magallanes. Sin entrar a analizar su biografía, su pensamiento disruptivo en un país marcado por la fuerte tensión entre las clases sociales es ineludible remarcar que es el primer presidente que nació después del golpe de Estado de Pinochet. Sin pertenecer a alguno de los partidos históricos de Chile, Gabriel Boric inaugura una nueva era.
Cuba, Nicaragua y Venezuela son lo viejo, la aberración del camino a la prosperidad, la negación permanente de las libertades individuales y colectivas, y reino de la corrupción. América Latina ha sido un faro que ha indicado a millones de ciudadanos de todo el mundo que aquí había una tierra generosa, con instituciones que habían evolucionado mejor que en otras partes del mundo. Muchos de nuestros abuelos llegaron a estas tierras con hambre y con esperanza. Seguramente no supimos entender cuál era nuestra tarea. Fidel Castro, el hijo de un hacendado con 11 mil hectáreas no lo supo, porque Batista hubiera sido solo un accidente más en la vida de Cuba. Él, que militaba en el Partido Ortodoxo, el partido de Eduardo Chivás, podría haber hecho otra cosa por Cuba, pero no lo hizo, ni siquiera cayó derrotado peleando como Allende.
Boric ha reaccionado con coraje y claridad respecto a Maduro. Le ha exigido que muestre las actas, y ha ido más allá, ha afirmado que Maduro perdió las elecciones. Tampoco pidió que se repitan, porque esa eventualidad no la aceptan ni Maduro ni González Urrutia. ¿Para qué insistir, entonces? ¿Por qué Lula, Petro y López Obrador insisten en esa fórmula? ¿Será porque ellos representan a esa izquierda que ha envejecido rápido y todavía no entiende que la democracia es un camino perfectible pero que es el único camino?
Cada día que pasa muere gente en las calles de Venezuela, sufre torturas y maltratos en las cárceles, o emprenden el camino del Darien o la selva del Amazonas para pedir refugio en nuestros países, que tendrán defectos, pero que protegen los derechos que el chavismo, el castrismo y el régimen macumbero de Daniel Ortega les niega.
Vergüenza sentirán un día muchos de nuestros conciudadanos cuando todo esto sea pasado y los exiliados puedan volver a sus países. Nuestros hijos nos van a preguntar por qué sus compañeritos se van de la escuela, de vuelta a sus países, y esos compatriotas a quienes hoy les cuesta aceptar la realidad tendrán que hacer malabarismos para no mentirle a sus hijos, porque en su momento se negaron a ver la realidad, y el autoengaño se mete en la piel para comerse todo lo que hay de bueno en un ser humano.
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