El Instituto de Actuación de Montevideo tiene como tradición el invitar a teatristas de trayectoria en nuestro medio para crear y dirigir espectáculos con elencos que egresan de la escuela. Este año el invitado nuevamente fue Marcel Sawchik, quien ya había dirigido, con el espectáculo Dadá Ubú, un egreso del IAM. Debido a las características pandémicas de este 2020, las primeras reuniones fueron por zoom, con incertidumbre acerca de si sería posible estrenar, y el tema sobre el que trabajar en el espectáculo quedó determinado por el género de las ocho actrices. El propio Marcel nos contaba que tiene dificultades para buscar obras que se adecúen a las características de un determinado elenco, y que prefiere crearlas desde esas características. Es así que 8 mujeres se linkeó inmediatamente con el 8M y el tema de la violencia hacia la mujer quedó trazado. Allí surgió la dificultad de ser un varón que trabajara esa temática, por lo que el director llamó a otras dos mujeres para trabajar en la dramaturgia (Adriana Ardoguein y Karina Molinaro) y dos asistentes (Eugenia Fajardo y Paula Galarza) que formaran un equipo junto al elenco y ocupar un lugar más bien de coordinador para ir generando la estructura del espectáculo. La propuesta fue investigar 8 femicidios que hubieran sucedido en los últimos 8 años que terminaron estructurando un espectáculo con vaivenes emocionales que por momentos golpean al espectador pero sin caer en el morbo, subrayando el dolor desde la ausencia.
Las historias reunidas tienen como virtud central el recorrer sectores sociales diversos, lo que señala sin necesidad de enunciarlo directamente el carácter estructural de la violencia hacia la mujer. Profesionales, docentes, amas de casa, empleadas domésticas o niñas que viven en la calle, todas las mujeres sufren una violencia que parece partir de una lógica similar. Por una razón u otra, en todas las historias alguien, un varón, decide que han ido más allá de lo permitido. Ese límite puede tomar distintas formas, desde no “avisar” o no “obedecer” hasta tener una actividad económica más próspera que la del varón. Tampoco hay límites etários, niñas, adolescentes o adultas están bajo la misma sombra de esa estructura de dominio que se ha denominado patriarcado.
Las historias se estructuran a partir de estéticas diversas, desde el tono realista de una reunión de amigas interrumpida constantemente por llamadas telefónicas de un novio hasta una suerte de farsa que parodia un show televisivo en que se expone la violencia en un ring excitando el morbo de los espectadores. En medio hay monólogos o escenas con tonos más expresionistas, siempre inmersas en un diseño escenográfico que rodea el escenario con estructuras traslúcidas que permiten, según las necesidades de cada historia, mostrar u ocultar la violencia intramuros. Un elemento particularmente potente del diseño es la utilización de maniquíes, en un guiño a Kantor y su teatro de la muerte que para nada es gratuito. Esos cuerpos mutilados de plástico se esparcen por la escena y por la platea dando una continuidad a los espacios que no es gratuita tampoco. La escena no “refleja” lo que sucede más allá de ella misma, pero sí se nutre de historias que seguramente también conocen los espectadores.
En la relación entre las historias ficcionalizadas y la realidad de las actrices que las narran e interpretan se encuentra el punto más alto, para quien escribe, del espectáculo. La búsqueda de la “verdad” en el escenario se traduce en momentos en que las actrices pausan la ficción y le cuentan a la platea qué sintieron cuando estaban conociendo la historia que están protagonizando. En ese cruce entre la realidad de la actriz y la ficción, que se nutre de una tragedia, se cuelan muchas veces otras historias de abuso que multiplican la propuesta del espectáculo. También aparecen, por supuesto, reflexiones personales que casi siempre trascienden la experiencia puntual en un ejercicio que, consciente o no, termina teniendo mucho de aquel momento brechtiano en que la ficción se pausa para impedir la “purificación” del espectador y obligarlo pensar en lo que sucede en el escenario como parte de la realidad en la que está inserto.
Las diversas estéticas en que se trabajan las historias generan momentos a veces irregulares, pero el tono general suele llevar al espectador por una línea narrativa que de pronto se corta, como una melodía atravesada por una disonancia, para dejar ver luego que esa disonancia no es un mero accidente. Esta lógica hace que Ellas tenga una potencia que trasciende la mera denuncia, comprometiendo al espectador, muchas veces de forma sorpresiva, con las emociones que hilvana el equipo artístico. Ellas, además, permite conocer a un grupo de actrices que se destacan protagonizando la reapertura de Espacio Palermo, una sala más que vuelve para seguir gritando: “el teatro resiste”. Espectáculo sensible, reflexivo, y totalmente recomendable.
Ellas. Autor: Adriana Ardoguein y Karina Molinaro. Dirección: Marcel Sawchik. Elenco: Natalia Agosin, Eugenia Álvarez, Fiorella Casella, Rocío Caraballo, Sabina Gerstein, Sofía Gómez, Gal Groisman y Lucía Videla.
Funciones: jueves y viernes a las 21:00. Espacio Palermo.
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