Agregaría a la enumeración del editorial “La guerra de los botones” del jueves pasado un término que usaban algunos veteranos y hoy olvidado: taquería. En la nota se plantea la falta de aprecio hacia la figura de los agentes del orden por buena parte de la sociedad y asegura que “mi hijo el policía” no es un ideal para familias de clase media como sí lo es “mi hijo el doctor”. Al respecto, agregaría que si la clase media se desploma, la certeza de una remuneración que no es tan mala desde hace algunos años vuelva apetecible ese trabajo. Es cierto, como se dice en el editorial, que el aprecio no es muy grande ya desde antes de la dictadura. Sin embargo no veo indicios de que hoy exista odio en buena parte de la población. En todo caso, hay algo de recelo, no odio. Sí me parece que hay el propósito de conseguir determinados réditos. Ya existe un “colchón” que atenúa los efectos de la represión cuando se prenden alarmas de propagación del virus y se hace recaer en esos “irresponsables” que se juntan. Buena parte de la población naturaliza que fuerzas policiales persigan descarriados que ponen en riesgo la salud, por ejemplo. Y se dispersa a los jóvenes, y no siempre del mejor modo, digamos con ánimo de no agregar leña al fuego. Las intervenciones de una fuerza no destinada a “cuestiones sanitarias”, es obvio que generan una reacción en los que son reprimidos. Repito: se busca alojar ciertas ideas e imágenes en la cabeza de las personas para que respondan a estímulos y, sin cuestionar y adopten conductas obedientes. Sin rigor alguno podríamos sumar violencia más violencia, y tomaríamos un video de la agresión en Rocha o la foto del policía apedreado y con sangre en la cara que, según la noticia de Montevideo Portal, apoyaba el trabajo de los bomberos en un barrio cercano a la Gruta de Lourdes, podríamos creer que hay un conflicto entre dos bandos: uno “antichorro y probotón” y otro “antibotón y prochorro”.
Uno de los peores males de estos tiempos es el blanco-negro que infiltra la convivencia y hace que bajemos los brazos, y ahí estamos fritos, nos pegan el mazazo. Cualquier intento de debate, que sería lo más sano, se empobrece con la fórmula de armar bandos y cesa todo razonamiento en el afán de una batalla tonta y de consignas pueriles. Y así nos volvemos reaccionarios, barrabravas detrás de una banderita o un lema, una frase, un escudito, una tribu, una banda, una patota. No alcanza con decir que nos dividimos o nos dividen. No. Nos hacen picadillo y nos van a moler hasta que seamos una papilla. Y miramos hacia dónde nos dicen. La mano señala a otros, y debemos considerarlos “culpables” o “enemigos”. Dejamos que se nos caigan algunos mocos al piso, sorbemos el resto y después, también levantamos el dedito para señalar, ajenos a todo el entramado que mueve las marionetas, a eso tan vago aunque tan concreto: el poder. Pero no nos damos cuenta, buscamos una manada para que nos proteja y nos indique el enemigo, porque siempre hay otro para señalar, para acusar, para “cancelar”.
En estos días asistimos a la sanción contra los profesores de San José que, como muchos, se opusieron al proyecto de reforma que conocimos por la consigna “Vivir sin miedo”. No sería demasiado aventurado imaginarse que es una forma de provocar un conflicto justo al inicio de clases, para medir fuerzas. Otra grieta. Y agrandarla.
Los proyectos de reformas punitivas presentadas en los últimos años reflejaban un “sentido común” instalado desde el “día uno” de los gobiernos progresistas: que daban ayudas a los “pichis” y los alentaban a no trabajar, que no combatían el delito o lo promovían, y que la “inseguridad” —asunto predominante en la agenda informativa, hoy sustituido por el virus— hacía imposible la vida de los ciudadanos. Para Jorge Larrañaga fue la poción mágica que lo hizo volver de las cenizas, pocos años antes hubo otro proyecto, también plebiscitado, que proponía bajar la edad de imputabilidad. La mala noticia es que la acumulación de odio provocada por la prédica machacona de tantos años no cesa ni se diluye. Se transforma.
Los gobiernos del período progresista no supieron manejar la problemática de la delincuencia en aumento ni abrieron la discusión y comprensión del asunto a toda la sociedad, el mayor de los errores cometidos. Eso sí, no dejaron de aplicar medidas punitivas como pedían los otros y aumentaron la población carcelaria y, salvo honrosas excepciones, no innovaron ni tuvieron una política acorde a lo que se hubiera esperado, es decir: cortar el ciclo de reproducción del delito. Y tal vez no entendieron lo que sí había de genuino en el malestar que azuzaban desde los medios y otras tiendas políticas, no “leyeron” que los más afectados no eran los que armaban escándalo, sino los laburantes rapiñados en las madrugadas cuando salían o volvían del trabajo. Los mismos que temían que en sus casas les robasen lo que habían comprado con cuotas y laburo. Y robaban las casas, y las roban, y seguirán. Los gobiernos que, se supone, representaban intereses populares, no entendieron la magnitud de los problemas, y el actual conglomerado oficialista, sospecho que aún menos, que insistirán en la receta del garrote. Tienen ahora, como siempre la “gran” prensa a favor, y lo acumulado en tantos años de prédica que taladra razonamientos e infiltra en quienes deberíamos explicar la diferencia. Otra mala noticia: el aumento en ciernes de la delincuencia que traerá la crisis.
¿Sabés lo que nos está pasando? Que no se detiene la fábrica de población indigente y crecen los cantegriles como si fueran yuyos. Llevamos ni se sabe cuántas generaciones de nacidos en el barro y la mierda, predestinados a los abusos que devolverán apenas puedan. Esos que van al encierro desde bien chicos, como para que se preparen en delincuencia, y tendrán tanto odio contra todos, contra sí mismos, y es lo que más nos cuesta entender, y también con la cara visible de la sociedad: la policía. Esos, los que se criaron en la mierda, no llegan a viejos, terminan cualquier día con un balazo en cualquier cuneta. Y nada se ha solucionado con cosmética progresista ni con el photoshop con que quieren ocultarse los que gobernaron desde siempre, los dueños del invento.
POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES
Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.
Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.
Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.
Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo.
Conozca aquí las opciones de apoyo.