De chicos, escolares, aprendimos la hermosa frase de Artigas: “No venderé el rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad”. Parece que hay quienes la han olvidado. En nuestra historia, el voto no ha dependido siempre de la sola voluntad del votante: se sabe que han habido recogidas de credenciales, presiones desde el poder (gubernamental o de patrones, sobre todo en el medio rural), promesas de posiciones o trabajo en el Estado. Es nuevo que un autoproclamado candidato base su campaña en pagar a sus prosélitos, en el acarreo (con oferta de comida) a sus actos y en la disponibilidad de dinero para contratar especialistas en marketing y visibilizar su figura por todos los medios. Es nuevo también que esos procederes instrumenten que cinco meses sea tiempo suficiente para llegar a la segunda posición dentro del Partido Nacional (encuestas de mayo). Se está construyendo una nueva colectividad política (dentro de un partido tradicional), basándose en el uso del dinero como herramienta. Se ha podido así contratar adherentes, adquirir una identidad pública y concretar múltiples acciones de marketing político.
Surgen entonces las preguntas.
¿Hoy es posible comprar votos en el Uruguay?
¿Para qué fines – personales, empresariales, y por qué no, también ilegales – puede servir encaramarse en la primera magistratura de un país? ¿Se puede comprar un país para usarlo como base de actividades? ¿Es fácil comprar colaboración de políticos, votos de convencionales, votos individuales? ¿Tal empeño responde sólo al capricho de hacer carrera política? ¿Hay ciudadanos vulnerables a ese tipo de presiones?
Si no aprobamos las opciones políticas vigentes, ¿cabe dejarnos convencer por propaganda y avisos con imágenes sonrientes y promesas sin contenido, sinrazones de quienes no exponen razones? ¿Nos hemos convertido en consumidores tales que promociones y promesas obviamente falsas influyan en nuestras opciones políticas?
¿Cuánto ha fallado el sistema de enseñanza que no educó acerca de la naturaleza de la democracia, su funcionamiento y los inexcusables roles ciudadanos que éste sistema de gobierno implica?
Si los pobres y los vulnerables son los destinatarios por excelencia de las promociones, ¿hemos atendido debidamente a su formación, educándolos para ser agentes en la vida política? ¿Puede ser que hoy haya uruguayos a quienes convenza una imagen sonriente y promesas imposibles como asegurar medicamentos gratuitos, crear cien mil empleos o dar viviendas sin costo?
¿Es tanta la avidez de poder que instituciones políticas consolidadas aceptan asociarse sin objeciones al dinero capaz de comprar adhesiones acríticas? ¿No descalifica ese sólo hecho al partido que acoge a un candidato sostenido por el poder del dinero? ¿Pueden sus otros candidatos resultar confiables, si aceptan tales socios? Dime con quién andas…
En 1980 los uruguayos votamos contra del proyecto constitucional de la dictadura. Lo hicimos decidiendo desde nuestra conciencia, pese a la espesa cortina de propaganda gubernamental a favor de proyecto y a la inhibición de la difusión de argumentos en contra del mismo. No se sorteaban motos ni televisores para conseguir los votos a favor del proyecto que instrumentaba una salida bastarda de la dictadura. Y los ciudadanos uruguayos votamos por NO.
El problema de hoy está en asumir la importancia del rol ciudadano, en que todos seamos parte necesaria del manejo del país. La educación cívica ha sido dejada de lado y la información adecuada acerca del funcionamiento y manejo de la administración pública es escamoteada sistemáticamente a la ciudadanía.
Hemos aprendido que dinero es sinónimo de éxito. Nos acostumbramos a “comprar” lo que la propaganda nos indica, aceptando cuando nos dicen que algo es “lo mejor”.
No disponemos de evaluaciones sistemáticas de la gestión pública. Recibimos el mensaje de que todo da lo mismo y que no hay otra que aceptar y cargar con notorios fracasos impunes (PLUNA, ANCAP, cianobacterias, regasificadora, puerto de aguas profundas, por ejemplo). Da lo mismo lo hecho y también el caminar por el borde de un sistema electoral congelado. La percepción de lo que está mal incita a buscar algo nuevo. Y si lo que se encuentra hace gala de manejar mucho dinero, se cree que va a ser bueno. Las encuestas marcan intenciones de voto. Quiero creer que ni la dictadura, la actitud de los gobiernos posteriores o la falta de información suficiente, lograron cambiar la condición irredenta de los uruguayos y que más allá de sufragios pagos o respuestas a encuestas, en el momento del voto, los ciudadanos uruguayos no van a comprar espejitos de colores. No obstante, asustan las evidencias de que ya los estén comprando.
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