¿PARLAMENTO BERRETA?
El Poder Legislativo, quizás el más importante de los tres poderes que sustentan la democracia, debería ser la mayor y más representativa expresión de la sociedad uruguaya. La composición de las cámaras es muy diversa, y resulta muchas veces sorprendente escuchar algunas exposiciones proferidas por representantes. ¿Ha bajado sustancialmente el nivel de formación de los parlamentarios? ¿Es reflejo de una sociedad que ha rebajado su nivel cultural? ¿Dónde fue a parar aquella integración legislativa con grandes líderes políticos? ¿Capacidad versus representatividad? ¿Cómo elegimos a nuestros representantes? ¿Se podrá modificar algún día el sistema de “lista sábana”? ¿Cómo y por qué se ha dado el proceso que lleva a lo que hoy vemos? ¿Es un cambalache el parlamento? ¿Vale lo mismo “un burro, que un gran profesor”? ¿Mejora o empeora la democracia que cualquiera sea senador o diputado?
Declive parlamentario por Gonzalo Abella
Todas las constituciones que han regido nuestro Estado se basan en el derecho burgués: protegen la propiedad privada sobre los grandes Medios de Producción. Exceptuando la más oligárquica, la de 1830, las sucesivas leyes supremas proclamaron de una forma u otra los “Derechos del Hombre”, en abstracto; y reconocieron todas ellas el Derecho Universal al usufructo de la Propiedad. Si se parte de una realidad desigual y opresora, esta proclamación abstracta representó siempre una dictadura de la burguesía. Pero la forma de esa dictadura no es indiferente para el movimiento popular.
Desde la década del 20 los partidos de izquierda, que en aquellos años se planteaban realmente un cambio revolucionario, igualmente presentaron candidatos al Parlamento burgués. Sus diputados electos muchas veces hicieron causa común en temas concretos con el sector más democrático de la burguesía nacional, protagonizando debates memorables. Fue un diputado comunista, Eugenio Gómez, el que realizó la investigación más profunda sobre la situación de la clase obrera, información que fortaleció sus alegatos parlamentarios.
Las cámaras legislativas, con sus debates, complicaron siempre la aprobación de los decretos más reaccionarios y frenaron débilmente los designios golpistas. La existencia del Senado evidenció su ridiculez, mostró su blindaje mayor contra los clamores ciudadanos más fuertes; en cambio, los diputados en el inicio de su carrera política, necesitaron hacer méritos ante sus electores, desmarcarse de los designios más anti populares de sus propios partidos.
En la medida que las Trasnacionales afianzaron sus garras en el saqueo, necesitaron un sometimiento más eficiente y ágil de las administraciones de los nativos. En la democracia tutelada post dictadura, se domesticaron los partidos antes revolucionarios, pero se mantenía el riesgo del acceso de una fuerza popular contraria a su saqueo. Por eso se fortaleció el presidencialismo. Hasta se creó un Súper Ministerio casi invisible (la OPP), amo y señor de las resoluciones económicas y financieras del Ejecutivo, libre de interpelaciones legislativas.
La devaluación del Parlamento, manteniendo un bicameralismo absurdo para este contexto, generó automáticamente la devaluación del cargo de representante. Los decisores políticos, los líderes, se concentraron en el club elitista del Senado; y en cambio, en Diputados se abre la puerta a gente sumisa y obsecuente, para sumar manos al coro irracional de apoyo a políticas que ni siquiera entienden.
Desde luego, hablo de tendencias, no de fórmulas matemáticas. La Socialdemocracia de Derecha, ahora en la oposición, tiene todavía algunos buenos oradores en Diputados. Éstos se esfuerzan en separarse de los peores desastres de la Administración anterior, intentando proyectarse como sangre nueva y “de izquierda”.
Es el juego de siempre. También en la elección departamental de Montevideo, la Socialdemocracia de derecha presenta tres candidatos y entre ellos un rostro nuevo, aún incontaminado, para no perder votos. Claro que se podría pensar: “Dime con quién andas y te diré quién eres”, pero la sombría estructura que lo soporta (y lo compromete) no se muestra a la luz del día.
Hay muchas formas de acceder a un cargo de diputado. Pensar mucho no es la más aconsejable, porque amenaza potencialmente a los manipuladores detrás de escena. Pero en la grave situación social que se avecina, el movimiento popular debe seguir con mucha atención las contradicciones que aparezcan en Diputados, aunque sean mínimas. Todo resquicio vale para impulsar en algo a las conquistas populares.
Berreta y todo por Miguel Manzi
Es muy difícil hablar de parlamentos obviando consideraciones académicas; que de inmediato remiten al sistema de partidos y al sistema electoral, volviendo luego al sistema político que los contiene, todo en combo, interactuando y condicionándose recíprocamente. El tema es objeto de espesos desarrollos científicos, pero está fuera de discusión que sin parlamento (con ciertas notas básicas), no hay democracia. Admitido también que en una democracia todos los ciudadanos son electores y elegibles (salvo excepciones previstas a texto expreso en la constitución), va de suyo que la integración del poder legislativo, habitualmente numeroso, habrá de ser heterogénea. Valorar la composición de las cámaras importa, pues, considerar los condicionamientos sistémicos y, sobre ellos, el juicio de la ciudadanía. En Uruguay, preocupan las “listas sábana” como puerta de entrada para algunos yetis (y yetas) que salpican el Parlamento. Pero es una ilusión de hemipléjicos analistas montevideanos. En efecto, las “listas sábana” solo ejercen su pernicioso efecto en el caso de las listas grandes de Montevideo, patrocinadas por los principales dirigentes, colgados de cuyos votos resulta electa gente que nadie conoce ni nadie vota, sino haciendo confianza en el criterio del que los pone ahí. Y adviértase que en nuestras circunscripciones uninominales de hecho (las listas igualmente sábana, pero a diputaciones del Interior), también se eligen yetis, lo que ya no responde a un problema de oferta cerrada y opaca, sino de los votantes. Muy superficialmente, digo que los sistemas de votación uninominal independiente (el extremo opuesto a las “listas sábana”), hieren de muerte a los partidos y agregan inestabilidad al sistema político. Mencionemos al pasar, asimismo, las diferencias entre sistemas políticos presidencialistas y parlamentaristas, y entre gobiernos de partido y gobiernos de coalición, que favorecen o dificultan la presencia de los dirigentes más notorios en el parlamento. Teniendo en cuenta toda esta ensalada, no creo que el nivel del Parlamento uruguayo en su conjunto haya cambiado sustancialmente desde las primeras décadas del siglo pasado, cuando se consolidó la democracia de ancha base en el país. Habrá habido Cámaras con más o menos lumbreras, tanto como entre los 130 legisladores siempre se contaron oscuros intermediarios muy próximos a la inimputabilidad. Y así es, por defecto, en todos lados. Pero que Sendic (por poner el ejemplo más dramático), un faltito mitómano y corrupto, haya sido el primer senador de la República, no desmiente que el sistema democrático representativo, cuya nave insignia es el parlamento, sigue siendo el menos malo de todos los sistemas.
Adiós al Parlamento por Enrique Paroli
El Parlamento ha tenido momentos brillantes en la historia. De él han surgido líderes de gran talla, leyes que han consagrado avances civilizatorios y proyectos duraderos.
En las últimas décadas ha perdido capacidad de convocar y concentrar los conflictos de la sociedad. Los poderes adquiridos por el ejecutivo me hacen recordar a la mitológica diosa griega Medusa, y su capacidad de transformar en piedra a toda aquel que osare mirarle. Desde el momento en que el Parlamento dejó de mirar a la sociedad y dirigió sus ojos hacia los brazos del Ejecutivo, se convirtió en un coloso de mármol.
La razón de este conflicto estriba en el anquilosamiento del sistema de partidos. Estos, en tanto organizadores de los intereses políticos y culturales han desplazado su centro de atención. Compartieron la visión de tomar un atajo para alcanzar sus objetivos.
Los ejecutivos fueron robando la energía y la vida de los partidos, transformando al Parlamento en una simple caja de resonancia de sus decisiones.
En nuestro país el batllismo construyó uno de los primeros estados de bienestar social en el mundo, organizando un sistema que abrió sus puertas a las capas medias emergentes y las empoderó para desarrollar su proyecto. Décadas de anclaje en el Estado terminaron por hacerlo desbarrancar.
El Frente Amplio, como representante de las capas medias y populares, así como de sus sectores más organizados, ganó la cruzada política en el comienzo del siglo, impulsando un nuevo proyecto de transformaciones.
Realizó cambios significativos, pero no pudo escapar a ese conflicto. Sus líderes fueron absorbidos por la conducción de ministerios y administraciones, restando protagonismo a las fuerzas que lo llevaron al gobierno y a su propia fuerza política.Toda una generación de cuadros políticos y sociales altamente capacitados, quedaron atornillados a funciones administrativas en el Estado y hoy deambulan por sus pasillos.
Deberá encarar la tarea de reconstruir la fuerza política, reabrir los vasos comunicantes con la sociedad civil, darle vida al Parlamento y posicionarlo en el centro de la escena política. Atraer hacia él la mirada de la sociedad y la de los movimientos reivindicativos. Poner sobre la mesa un proyecto radicalizador de la vida democrática, alejando la atención del show mediático en el que la presidencia nos está sumiendo.
Si comparamos la sociedad de hoy con aquella película “El Show de Truman”, lamento decir, los ciudadanos, con o sin partido, estamos siendo convidados a protagonizar el papel de Truman. Para escapar a esta pesadilla el Parlamento debe volver a ser protagonista y en él tendrán que brillar nuevas figuras y proyectos que toquen el corazón de las mayorías.
Nuestro espejo por Leo Pintos
En tiempos en los que parece que todo es medible, en el que estudios de opinión pública traducen a números las emociones de la gente, el Parlamento parece ser el chivo expiatorio de nuestro sistema de gobierno. Lástima que la obsesión por las mediciones de opinión pública sea una patología relativamente reciente, porque si tuviésemos datos de estudios de opinión pública de cincuenta, setenta o cien años atrás, podríamos contrastarlos con los datos actuales y tener una visión más completa de la imagen del Poder Legislativo. Aunque claro está que el contexto social sería muy distinto al actual, dominado por la hiperconectividad, la circulación de la información y las redes sociales. El Parlamento es la real expresión de la voluntad popular, y como en El retrato de Dorian Gray, es un recordatorio de los males del alma, en este caso de nuestra democracia, que muestra la pesada carga de su envejecimiento y sus pecados. Así pues el Parlamento nos devuelve nuestra imagen como sociedad, a veces desagradable e irreconocible. Pero la mala imagen del Parlamento no es más que nuestra autopercepción como país. Son varios factores los que explican esta realidad, pero acaso sean esos vicios de la política, de los que ningún partido político parece poder escapar, lo que mejor lo explique. La conformación de las listas tal vez sea el pecado original, pero le siguen otros: candidatos a legisladores que luego no asumen su banca para ocupar cargos ejecutivos, licencias abusivas, retiro de sala a la hora de votar, excesos de viajes al exterior, etc, etc. El Parlamento es el espejo de nuestra sociedad, pero con los reflejos exacerbados. A él acceden aquellos que han tenido tiempo de militar -en el mejor de los casos- o los que pertenecen a las históricas élites del poder político y económico. Pero la antigua tribuna política entre cuatro paredes de mármol se ha mudado al ágora cibernético de las redes sociales, y como consecuencia el discurso está contaminado por la simplificación y la afectación ideológica propios de estos ámbitos, en el que la confrontación agresiva es la norma. El resultado de esto es que las convicciones políticas hoy provienen de la voluntad emocional y no de la reflexión informada; discurso de barricada. El resultado ya lo estamos viendo: fragmentación del electorado, surgimiento de movimientos personalistas y autoritarios, emergencia de partidos unipersonales sin representación alguna y destinados a desaparecer en cinco años.
El discurso político se ha empobrecido al mismo ritmo en que lo hace la sociedad. Asistimos a la infantilización de la tarea legislativa hasta en los temas más delicados. Eso explica que una legisladora haya creído que lucir el día de su asunción una camiseta con una leyenda alusiva a los desaparecidos era la mejor demostración de su compromiso con la causa. O que un legislador haya desplegado una pancarta por la causa del medio ambiente; todo vale para hacerse viral. Tampoco parecen abundar los buenos oradores, y seguir una sesión parlamentaria se ha vuelto una tarea harto pesada. Con alguna excepción, no suelen escucharse discursos bien construidos. Por el contrario, son muchos los legisladores que leen sus intervenciones, y muchas veces leen mal. Sin embargo, nadie en su sano juicio se le ocurriría establecer más condiciones que las que ya existen para ser parlamentario, por ejemplo, en lo referido a estudios mínimos. Porque el problema no es la falta de estudios, hay muchas personas que sin tener un título son ciudadanos ejemplares. El problema es la falta de escrúpulos y el arribismo desvergonzado con tal de tener poder. Líderes que encabezan listas para juntar votos con los que ilustres desconocidos, sin más méritos que estar en el lugar adecuado, se convierten en legisladores.
Si hoy existe una bancada conservadora para sostener este gobierno, es porque en otros momentos hubo una bancada progresista que aplaudió de pie a un diputado que dejaba su banca acusado de un delito, que cerró filas para defender lo indefendible en el caso Raúl Sendic y no supo, o no quiso, profundizar los cambios que el país necesitaba. En política, toda acción lleva implícita una reacción, y los errores tarde o temprano se pagan. Ojalá que los políticos aprendan la lección, pues de ellos depende el futuro del sistema de partidos y de la democracia.
“República de Sabios” vs “República Popular” por Oscar Mañán
¿Qué atributos debe tener un representante? Los atributos individuales son producto de la cultura en términos amplios como de las relaciones sociales en que se está inserto, no todos los atributos individuales sirven a los fines sociales. Particularmente, descreo que una Republica de Sabios sea preferible en términos democráticos a una República Popular.
La representación parlamentaria en las democracias representativas, lo que debe hacer es representar los intereses de la comunidad. Es allí donde radica el poder, si bien una mejor representación de tales intereses implica cierto conocimiento y diálogo con un conjunto de saberes técnicos “del parlamentar”. El parlamento cuenta con un equipo técnico que puede saldar los inconvenientes que un recién llegado podría tener. Lo malo sería, ejercer un “poder corrupto” como le llama Dussel a ese poder que se aleja de la comunidad que representa.
La integración del parlamento se ata al funcionamiento del sistema de partidos políticos y la configuración de los mismos para elegir a sus cuadros políticos. En una democracia lo importante son las formas equitativas de ascenso a la burocracia partidaria y también a la burocracia administrativa, la circulación de estas elites, su permanencia y recambio, de acuerdo al éxito o fracaso en la representación de intereses de la comunidad.
Más allá que las modas que impusieron las reformas económicas e institucionales de los 80-90s, los partidos representan intereses, aunque lo niegan explícitamente. Los partidos todos tienen como trabajo el articular una agenda social para volverla agenda política. Se definen multi-clasistas (cacht all o big tent) a menudo, aludiendo a su apertura ideológica donde caben todas las visiones y necesidades, pero la agenda política que sintetizan siempre sobre-representa algunos intereses. De allí que decanta un proyecto político de mediano y largo plazo o uno más oportunista.
Las formas feudales y su organización en estados absolutistas, no presentaba diferenciación entre la burocracia política y administrativa; la lealtad al Estado (mejor dicho, al Rey, Emperador, etc.) era lo que explicaba la elección y permanencia de la misma. A medida que se desarrolla el capitalismo, y especialmente con la conformación de las repúblicas, la burocracia política fue ganando profesionalismo y separándose de la burocracia más técnica de la administración. Por supuesto, la forma de constituir la dominación se basó más en lo que Weber llamó dominación legal-racional explicada por una acción racional con arreglo a fines de los liderazgos. Sin embargo, en la realidad los modelos puros de manual no suelen reflejarse más que como tendencia, y se encuentran formas todavía decimonónicas de ejercer esa dominación.
Lamentablemente, siguen suscitándose formas neo-oligárquicas de selección de la burocracia política o administrativa, el “nepotismo”, “el dedazo” institucionalizado en México, líderes que heredan esa condición de familia, “de raza” (¿etnia?) y “de clase”, líderes que toman como atributos la amistad, la familia, los favores, esto sí no habla bien del profesionalismo de la burocracia y muchas veces del tipo de poder que ejercen. Pero, en esencia, la máquina del Estado y sus poderes, sigue siendo un instrumento de dominación de algunos grupos de hombres sobre otros. Y, el funcionamiento de la democracia representativa, está lejos del “mandar obedeciendo” planteado por el zapatismo en los 90s.
Parlamento a la medida por Lucía Siola
El parlamento como institución de gobierno es sin lugar a dudas parte relevante y constitutivo del régimen político democrático, y como tal no puede ser analizado de forma abstracta, sino que debe ser considerado en función de la dinámica política y de las derivas del propio régimen del que es parte. En este sentido, el parlamento representa los intereses de las clases dominantes, y concentra las disputas de intereses de los distintos partidos políticos. Puede como vimos en el caso de Brasil ser un instrumento golpista reaccionario, así como también un garante de las violaciones a las libertades democráticas cómo sucedió en los años sesenta previos a la dictadura. También de forma contradictoria el parlamento brinda la oportunidad de llevar la propaganda socialista e impulsar la acción directa de los trabajadores, al tiempo que opera como un mecanismo de legitimación del Estado, sustituyendo la lucha de clases por el arbitraje del sufragio y la representación popular.
En este sentido, es preciso romper con el fetiche parlamentarista que ha construido la izquierda democratizante en los últimos cuarenta años, cuya orientación electoralista significó una gran derrota, pues la cuestión de las vías de la revolución que atravesaban las deliberaciones estratégicas de la izquierda, fueron suplantadas por las vías de integración al Estado y su readaptación al régimen democrático.
En este cuadro, y cuando asistimos a una de las crisis capitalistas más profundas de las últimas décadas, el parlamento se encuentra lejos de ser la vía de resolución de los grandes problemas sociales nacionales, por el contrario, es allí donde multicolores y frenteamplistas aprobaron la ley de urgente consideración que cercena las libertades democráticas, que reglamenta y coarta el derecho a la protesta, avanza sobre un modelo educativo autoritario y mercantilizador. Es también allí donde se aprestan a votar un ajuste fenomenal sobre el gasto público y social.
En este sentido, muchas de las barbaridades que se han escuchado de los nuevos parlamentarios de la derecha vernácula no están relacionadas a la falta de formación formal, académica o política, sino que son la expresión de la fragmentación de un lado y de la descomposición del régimen del otro, es decir expresan la emergencia de sectores ultra conservadores, militares y clericales, un fenómeno que no sólo es nacional (allí está Bolsonaro y Trump como sus máximas expresiones).
De este, modo no es el origen social del parlamentario lo que lo hace ignorante y pusilánime, sino la concepción política, el programa y los interese de clase que defiende, aunque cómo sucede con la vida, cuando algo muere comienza a pudrirse. La decadencia del parlamento no refleja otra cosa que la decadencia del capitalismo como régimen social.
Abrir una deliberación estratégica en el movimiento obrero y la izquierda sobre cómo superarlo es la tarea del presente.
Érase una vez un parlamentario por Fernando Pioli
La obvia función del Parlamento, que es parlamentar, se ve enriquecida si los parlamentarios argumentan con calidad. Sin embargo, si los parlamentarios forman una especie de élite donde sólo intercambian argumentos las personalidades más dotadas se termina transformando en una obra de arte renacentista, una idealización de la realidad, pero no expresión de ella. Uno de los méritos del parlamento es llevar al debate nacionalidad racionalidades y emotividades que están vivas en el acontecer nacional. Lejos de constituir una ventaja es una pérdida el que determinadas formas de ver el mundo, que representan una porción significativa de la vida diaria de la sociedad, no tengan un correlato en el parlamento. Si hay voces que se hacen sentir en la cotidianidad, es un aporte que se pronuncien y tengan voz parlamentaria, es decir es sano que esas voces parlamenten.
A veces escuchamos decir que la calidad de los parlamentarios es pobre, sin embargo, vamos a encontrar críticas parecidas a los parlamentos de todas las épocas, de hecho, creo que Wimpi supo hacerse famoso con algunas de ellas en la primera mitad del siglo XX, y si profundizamos en la historia intelectual de occidente nos vamos a encontrar con las críticas a la Democracia de Sócrates, Platón o Aristóteles.
Lo que está en el trasfondo de esta percepción equivocada de que los parlamentarios actuales son peores que los anteriores es un sesgo cognitivo en virtud del cual tenemos la tendencia irracional a juzgar el pasado como mejor que el presente. Este mismo sesgo tiene muchas variantes y goza de la conveniencia de que es difícil de probar, pero a todos nos parece muy atinado y satisfactorio pensar que todo tiempo pasado fue mejor. De hecho, todas las culturas construyen sus mitologías colocando en el origen un pasado mejor que fue corrompido por nuestra desastrosa humanidad derivando en este espantoso y doloroso presente, debiendo someternos a diversos sufrimientos y castigos para finalmente restituir el estado original y volver a ser felices. En fin.
De modo que la claridad de la discusión parlamentaria no es un problema nuevo, aunque nos lo parezca. Pero la conveniencia de que las voces tengan la posibilidad de construir su propio discurso es incontrastable, y en esa conveniencia se sostiene la democracia. El hecho de que un discurso deba enfrentarse al discurso ajeno nos remite a la esencia misma de la naturaleza social de la humanidad, con virtudes y defectos que a lo largo de la humanidad nada han cambiado.
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