“La letra con sangre entra”; “a fuerza de golpes se aprende” y otra sarta de dichos asaltaban hasta hace medio siglo a quienes no acertaban a contestar -por ejemplo- cuánto era dos más dos o garabateaban mal una palabra. La gente decía esas cosas y las reiteraba, aunque no creyera mucho en ellas: sonaban más a ejercer algún regaño que a amenaza real o, lo que era lo mismo, se escuchaba con un oído y se le daba salida por el otro. Fueron de las cotidianeidades que por suerte se dejaron de decir y hacer al igual que los pellizcos -donde cayeran-, los tirones de oreja o de cabello que según parece ofendían la moral y las buenas costumbres de los progenitores.
Pero otras prácticas no sólo son atentatorias contra la seguridad sanitaria propia y ajena -cuando de una pandemia como el coronavirus se trata- sino que exhiben a quien las promueve como un necio ignorante que en año electoral de otra nación trata de acomodarse con un candidato a reelegirse como presidente, imitándolo, haciendo de su propio terruño una potencia explosiva y peligrosa. Al ocuparnos de Brasil y su mandatario, Jair Bolsonaro, estamos refiriéndonos a una magnitud 45 veces más grande que Uruguay; por sí sólo casi un continente (del tamaño de toda Oceanía, pero con 80% más población) y fronteras con otros diez territorios sudamericanos. Si a Bolsonaro y su entorno se les ocurre que la Tierra es plana, puede tomarse como una “boutade” de nulo valor científico que quizá únicamente apunte a un objetivo publicitario y a que unos cuantos imbéciles ignorantes se alineen en su derredor. Ese volver a los filósofos milesios e ignorar la experimentación, principio de ciencia asentado por Galileo, es difundir dudas sobre las bases del conocimiento, pero siendo esto irresponsable y grave no pone en peligro la salud y la vida de aquellos que -en situación diferente- orientados por el mandatario, desacatan los consejos de la OMS, las academias y gobiernos responsables de la salud de la población.
Desde antes de esta circunstancia sanitaria, el gobierno dirigido por Bolsonaro venía perdiendo sistemáticamente adeptos y hasta de filas de congresistas -que en términos generales apoyan su gestión- fueron creciendo los murmullos de desaprobación a la gestión del Ejecutivo. Debe consignarse, por otra parte, que un sector importante de la denominada “burguesía nacional”, desplazada de áreas desde donde podía incidir en decisiones del poder, comenzaron a lanzar críticas encarnizadas: en ese sentido, la cadena informativa Globo (con trasmisiones internacionales) estuvo al frente de esos acervos dicterios, tenidos por los observadores como principio para un “impeachment” con el que se proponía deponer a otro presidente: uno que elogiaba abierta y públicamente la acción de la pasada dictadura, la impunidad de sus responsables y ponía en tela de juicio aspectos de la actual constitución.
Por otra parte, sectores clave de su gabinete se fueron apartando (no siempre con motivos claros) del presidente mientras algunos de quienes suscribían las críticas mantuvieron sus cargos (por ejemplo, Paulo Guedes, neoliberal, dirigiendo la economía; fue funcionario de Augusto Pinochet), en tanto el presidente practicaba el otorgar más sitios a oficiales de la milicia -en actividad o retiro- supliendo al personal civil. Los “tropezones” de la presidencia fueron aplastados por declaraciones cada vez más intempestivas de un presidente que “renunció” a dos secretarios de Salud durante la pandemia y cubrió el cargo de Cultura con alguien que a menos de 24 horas de nombrado debió renunciar por haber mentido en la elaboración de su currículo: el conjunto de estos traspiés quizá alguna vez se incorporen a un tomo de las desgracias ocasionadas por un mandatario en su mandato y únicas entre tantas ocurridas en el mundo.
De acuerdo con Tânia Saraiva de Oliveira en el tiempo de la pandemia, Brasil se posesionó de un lamentable sitio destacado con cerca de 70 mil muertes y casi un millón 700 mil contagiados (según cifras de la semana pasada), sobresaliendo el caso que un infectado reciente es el presidente Bolsonaro, mientras que como una flagrante contradicción el país está fomentando la reapertura económica. Las escenas del pasado fin de semana mostraban bares y playas llenas, tanto en Río de Janeiro como en la costa de São Paulo, con gente aglomerada y sin caretas o tapabocas: una suerte de bofetada a las familias que perdieron sus seres queridos.
El presidente que se burló incansablemente, minimizó y ridiculizó las posibilidades de transmisión del virus y la gravedad de la dolencia, las medidas de prevención, los cuidados, el necesario apartamiento y aislamiento social, ahora tendrá que organizar una estrategia -de todas formas, política y personalmente peligrosa- acerca de cómo describir el tratamiento de la dolencia que contrajo. Para acentuar sus tesis, ¿arriesgará su propia vida tomando un medicamento cuya eficacia refuta la medicina -como la cloroquina-? Veremos.
Asimismo, por otra parte, Brasil tiene entre varias crisis una sin precedentes: en diferentes áreas se quedaron sin quién las gestionara, el Ministerio de Salud, sin ir más lejos- que desde hace casi dos meses no tiene ministro titular, en tanto el interino -el general de división Eduardo Pazuello- que inició su gestión temporal escondiendo datos e inventando resultados, no informa sobre ninguna disposición para enfrentar la pandemia.
Es decir que se está aprovechando el Covid como oportunidad para apoyar la expansión de la agroindustria y la minería: ya hicieron un llamado a licitación para fosfato en Pernambuco, Paraíba y Goiás en áreas protegidas donde habitan pueblos indígenas. Bolsonaro está aprovechando la pandemia para apuntalar el extractivismo que beneficiará a la agroindustria y la minería. Pero la crisis dejó claro que el desarrollo económico no puede ser conseguido favoreciendo la expansión de las multinacionales locales a costa de degradar las condiciones de vida de los brasileños.
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