Venezuela, que según Brian González Hernández se asienta sobre la más grande reserva petrolera del mundo (unos 300 mil millones de barriles); es el octavo con reservas de gas natural (1.5 billones de metros cúbicos); 14 mil millones de toneladas de hierro; 7 mil millones de toneladas en reservas de oro; 10 mil millones de toneladas de carbón; 6 mil millones de toneladas de bauxita y posee coltán (aplicado en electrónica) y torio, para energías limpias, lo que menos le interesa al imperio, a sus socios europeos y japoneses y a la derecha local, es el pueblo, la democracia y quien gobierne: sus apetitos se fijan en el subsuelo y los minerales.
Si quien ejerce como autoridad abandonó la continuidad de los cambios y enterró al país en profunda crisis, sus culpas se agrandan con el proclamado para sustituirlo, al que le avisan que algunos gobiernos lo van a apoyar y otorgarle el reconocimiento como «encargado» del Poder Ejecutivo. Estos últimos despropósitos intentan barnizar de democracia los preparativos de una desgraciada intervención en la abollada soberanía venezolana, que para sectores de la oligarquía debe ser atropellada y ultimada -para así satisfacer sus clamores- al ser hollada por boys, marines y asociados: parecido a 1965 en Dominicana.
Desde aquí, donde he sido acerbo crítico del supuesto progresismo socialdemócrata del gobierno; del que he dicho que -como otros- ha cortado las poleas de trasmisión con el pueblo; que sus convocatorias inflamadas de vulgar patrioterismo grandilocuente son únicamente para seguir atornillados en el gobierno y permanecer otorgando concesiones a los altos mandos -lo que puede originar en los desfavorecidos de la oficialidad con mando de tropa un putsch militar (marzo de 2017)-, no voy a dejar de ser crítico de Nicolás Maduro y de los inútiles que lo rodean. No nos olvidemos que heredó de Hugo Chávez lo que éste adecuó y esbozó como forma de hacer andar al país y satisfacer -en parte- las aspiraciones de las mayorías, que le funcionó hasta su muerte y se basó en un barril de petróleo -principal producto de exportación del país- por encima de 100 dólares. Con ello se permitió coexistir con la burguesía y atraer a las crecientes “clases medias”.
Ese posicionamiento no significa sumarme a las filas de Estados Unidos, sus socios europeos -como los genuflexos gobiernos de España y de Gran Bretaña-; al coro de la derecha latinoamericana; a su corifeo local y al títere panamericano de la OEA -Luis Almagro- en sus deseos intervencionistas: junto al pueblo de Venezuela estaré en el caso por la negociación y si la malhadada invasión o alguna forma similar ocurre, con lo que tenga a mano o consiga aportaré a restaurar la independencia.
Desde antes del periodo hostil incrementado por Donald Trump se hostigaba a Venezuela. Sin embargo, es con la sumatoria de debilidades de Trump -que perdió los comicios de medio tiempo– que la agresión contra Venezuela creció. Él y su entorno creen ser capaces de obtener una victoria fácil en lo que desde Estados Unidos consideran muchos el “patio trasero” de América Latina, dado que el gobierno venezolano ha perdido fuerza popular. Las agresiones van in crescendo y a otras sanciones económico-financiero-bancarias se sumaron la confiscación de Citgo, el bloqueo al financiamiento de instituciones crediticias internacionales y amenazas militares mostrando la eventualidad de aliarse para intervenir con Brasil y Colombia. De manera subsidiaria Washington pretende impedir que potencias competidoras -China y Rusia- dominen reservas y yacimientos petrolíferos y minerales latinoamericanos, venezolanos entre ellos.
A los aprestos de una intervención directa sobre el terreno, Uruguay y México antepusieron un proyecto mediante el cual se han ofrecido como mediadores e introdujeron un elemento que juega a la interposición temporal ante los amagos injerencistas militares y entorpecen las propuestas imperialista y de la derecha local: fue -a no dudarlo- una táctica que frena momentáneamente los ímpetus de imposición de la Casa Blanca que esperaba otra cosa desde que nombró a un desconocido para el Ejecutivo o para que, por lo menos, le sirviera como «cabeza de playa». En la situación presente, esta disposición anula tanto las pretensiones intervencionistas así como las suposiciones de otros sobre la inevitabilidad de batirse frontal y asimétricamente con el imperialismo. Se trató, nos parece, de un paso oportuno, arriesgado, pero que más allá de las razones que se quieran esgrimir, preventivamente paraliza los planes de intervención y ahorra derramamiento de sangre.
De tener éxito el proyecto mexicano-uruguayo y efectuarse la reunión propuesta en Montevideo -a la que el “encargado” sostiene que la oposición no asistirá-, sus conclusiones debieran ser trasladas al Consejo de Seguridad, que tendría que determinar un arreglo entre las partes en pugna -garantizada por la vigilancia de la ONU- basándose en las resoluciones consideradas. No está demás recordar que el órgano ejecutivo de Naciones Unidas es el único que puede ordenar una intervención y aquellas a las que se agrega el vocablo “humanitaria” no tienen validez en el derecho internacional.
De haber un futuro de independencia con soberanía real en Venezuela será una ímproba labor -pero deberá intentarse- ubicar personas que no tengan un pasado oscuro, enfangado, y sientan deseos de redimirse y servir a la comunidad honestamente.
Al final, recordar ante el avance de la ola derechista que asuela Latinoamérica que toda lucha política es en esencia una batalla por el monopolio de la administración y la regulación del sentido común. Como consecuencia de lo acontecido en Argentina, Brasil y Ecuador, se logra entender que los procesos revolucionarios y progresistas lo que han hecho es estar en el momento adecuado cuando aspectos del sentido común, las tolerancias morales y cierta lógica del desarrollo del mundo entraron en crisis o se quebraron (Álvaro García Linera, Cítrica, noviembre de 2018).
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