En los medios uruguayos hay dos actitudes que dan réditos.
Una es posicionarse como el periodismo independiente que no se
casa con nadie, que hace alharaca de ser imparcial y ecuánime.
Se celebra ser criticado por gobierno y oposición y se pone eso
como credencial de objetividad y de serio profesionalismo.
Parecen seres impolutos libres de cualquier sesgo ideológico.
Pero no vacilan en ser voceros oficiosos durante cinco años de un
gobierno, ya que eso les posibilita marcar agenda semanalmente.
Hacen mandados a la izquierda y facturan con la derecha, ¡clink! Caja.
Por otro lado, están aquellos que se visten de izquierda y buscan
ese nicho de mercado, que en Uruguay no es nada despreciable.
Son esos que hacen gárgaras con la defensa de las causas de los
trabajadores y, frente a la palabra sindicato, sacan el revólver.
Esos que no dudan en apelar al chantaje para no publicar algo que
comprometa a alguien o enchastrando si no le daban con el precio.
Que hacen operaciones políticas a mansalva y falsean lo que venga
por aquella máxima de: “Miente y miente, algo siempre quedará.”
Que lucraron y lucran del Estado porque son prensa compañera.
Tienen tal poder en el imaginario de la cúpula política que nadie los
critica ni se anima a contradecirlos y menos a retacear el apoyo.
Hasta legitimaban fiestas aniversarios, donde la prostitución y el
whisky eran moneda corriente, para figurar y poder salir en la foto.
Estos individuos convierten al cuarto poder en un poder de cuarta.
Y muchos, pecamos de cobardía al no tomar distancia de ese
seudo periodismo que deslegitima esta profesión con su basura.
Pero los tiempos cambian y oh casualidad en el mes de las mujeres
alguien con los ovarios bien puestos, se anima a cantar la verdad.
Porque la respeto cada día más y es un orgullo para nuestro laburo,
hoy estoy espalda con espalda, con mi amiga Ana Laura Pérez.
Alfredo García