La pandemia por su virulencia y la aplicación de medidas para contrarrestarla postergó -total o parcialmente- procesos que se desarrollaban en tiempos previos a la adopción de medidas de diverso tipo con que se procuraba combatirla.
Si bien es cierto que lo mismo puede decirse de los fenómenos migratorios, estos nunca se extinguieron, aunque exhibieron un relativo freno menor. Pero de la misma forma que fue imposible paralizar la cadena de producción alimentaria, el semi-esclavismo, las millonarias cifras de pérdida de lugares de empleo, las reducciones salariales y la arremetida del capital contra las organizaciones sindicales, a lo que deben agregarse guerras y discriminaciones de todo tipo, más la búsqueda de recomponer ámbitos familiares disgregados y tener mejores oportunidades de vida, mantuvieron activas las diversas corrientes de migrantes. Si buscásemos un primigenio denominador común al impulso de cambiar de geografía, una primera motivación o aguijonazo tras ojear el medio original de donde salen los migrantes, toparíamos -en general- con una cama pródiga y una mesa escasa.
En momentos en que se acusa de todo mal mayor a este coronavirus y se esconden o se pasan a segunda orden los males crónico-degenerativos (asma, diabetes, hipertensión, dolencias pneumo-cardiovasculares, tumorales) o no se le dice a la población por qué arrecian algunas enfermedades que se daban por desaparecidas o controladas, como la tuberculosis, que no responde a los tratamientos que lograron reducirla; o asuelan las epidemias de dengue, malaria, sarampión, varicela, tos ferina (o convulsa), la migración retoma su paso y presiona fronteras, países, regiones y enjuicia a las autoridades establecidas y modelos tanto represivos como segregantes.
Es cierto que no sabemos cuándo, en qué momento, el Covid-19 abandonará la punta de esa tabla y que tampoco sabremos qué ocurrirá en sociedades que la padecieron junto a profundos enfrentamientos sociales: lo que sí sabemos ya es que la migración estará vigente, golpeando realidades y demandando paz, espacios de trabajo, educación, vivienda, pan y libertad. Otra cosa que no se precisará aprender es que en su mayoría los Estados no están contemplando soluciones. En el pasado (2018) decía la poderosa Angela Merkel (N.de la R.: ayer más que hoy) ante el Bundestag: “Tengo la profunda convicción de que la cuestión de la migración va a ser decisiva a la hora de ver si Europa (se refiere a la Unión Europea) va a sobrevivir”.
Si sólo consideramos un factor expulsor, la pobreza, revisamos Centroamérica con óptica de Cepal, y nos detenemos en el informe que se da sobre unos de esos países, que no es diametralmente distinto a otros del área, veremos que “Da tristeza -declara Bertha Oliva de familiares de desaparecidos de Honduras- ver cómo la gente abandona sus hogares y emprende un viaje que tiene mil incógnitas. Ni las amenazas de Trump de recortar ayuda van a detener el éxodo. Lo más absurdo es que esa misma ayuda le sirve al régimen para abastecer y fortalecer el aparato militar y policial represivo, uno de los principales factores desencadenantes de esta crisis humanitaria”. Acabar con la pobreza no es cuestión de caridad sino de justicia, sostiene la ONU.
Ayer como hoy denunciamos que existen ciertos grupos minoritarios en número pero poderosos es su influencia entre las autoridades de las naciones receptoras de migrantes -que opinan para grandes cadenas informativas de amplia penetración popular- y minorías económicamente poderosas, difunden -por ejemplo- que una caravana de centroamericanos no es más que la junta de personas unidas para enfrentar -con mayores posibilidades de ganar la contienda- a asaltantes, secuestradores, extorsionadores y proxenetas; para sortear los coyotes que querrían cobrar por pasarlos al otro lado (de la frontera de EE.UU). No se dan cuenta que como al igual que migrantes asiáticos, subsaharianos o de otras latitudes deberán derrotar a quienes los atacan en el camino, a la falta de solidaridad, desiertos, cursos de agua y, sobre todo, muros, tapias, burocracias, represión y amenazas de poderosos.
Pero en casi todos los sitios donde están asentados los migrantes persisten las dificultades para concretar los programas contra el contagio que a cada momento recomienda la OMS: en la isla de Lesbos, en Grecia (UE) o en la asiática Kutupalong, Bangladesh. La televisión francesa (TV 24) nos recuerda que “a las precarias condiciones sanitarias se suman las restricciones de movilidad que están enfrentando muchos de los 25,9 millones de refugiados que hay en el mundo según la OIM (Organización Internacional para las Migraciones). Esto se vive particularmente en América Latina, pues los países a los que aspiraban llegar no los quieren recibir durante la pandemia y no pueden volver a sus naciones de origen porque el coronavirus también hizo que sus gobiernos cerraran las fronteras”.
Como herencia de la circunstancia actual, se prevén incrementos post-pandémicos de actividades delincuenciales organizadas que quedan incrustados en sociedades y personas, siendo que es posible que produzcan subsidiarias consecuencias económicas y se impulsen aumentos significativos del contrabando (incluyendo el de algunos migrantes) y del proxenetismo de los procedentes de países de “menor desarrollo relativo” -más afectados por la pandemia- hacia los mercados de países centrales del capitalismo.
Para las naciones del capitalismo central, a las cuales podemos sumar algunas de Sudamérica, a los migrantes se los discrimina argumentando que se trata de proteger la sabiduría local incorporando a ese concepto los rasgos étnicos y teniendo por cultura aquella que adoptaron de la clase dominante. Y hay que indicar, asimismo, que a ello se agrega ahora la justificación de represión porque -se dice- que el trabajador migrante le roba el puesto a uno nacido en el país, esquivando decir que éste no lo haría en un empleo con bajo salario y fuera del laudo oficial acordado.
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