Personajes unidos por la solidaridad
Juan Pedro Ribas, comunicador y con una gran participación en causa sociales, lanzó hace unas semanas el libro “De Punta del Este a Punta de Rieles” (Demkroff Ediciones). Se trata de una serie de relatos con singulares personajes que publicó en distintos momentos en el portal uy.press.
Juan Pedro Ribas ha dedicado gran parte de su vida al activismo social, por lo que ha sido reconocido nacional e internacionalmente con el Eslabón Solidario, por la Comisión Nacional Honoraria del Discapacitado, por los Derechos Humanos de la Dirección Nacional de Cárceles, con el Quijote del Círculo de Periodistas Deportivos, con el Escudo de Asunción, por el Instituto de Normalización Previsional de Chile, por la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (IPPNW), por los Médicos Israelíes por la Paz y el Medioambiente. También reflejó este activismo en escritos, así como en su actividad en radio y televisión que le valieron los Premios Iris, Tabaré, Micrófono de Oro, entre otros. Por otro lado, integra la Organización Mundial de Escritores para la Paz (OME) y The International Forum for the Literature and Culture of Peace (IFLAC).
En este libro, y a través de más de 300 páginas, va al encuentro de toda una serie de personajes (“visibles” e “invisibles”), yy relata su especial vínculo con “el sistema” (y también, claro está, el “antisistema”). Son historias reales que son puertas de entrada a la realidad social del Uruguay de hoy.
Así aparecen desde el expresidente Julio María Sanguinetti hasta Omar Freire o Venancio Flores. En las primeras páginas dice Ribas: “El virus me ha obligado a reflexionar en estas horas de reclusión y, en esas reflexiones, he calculado que mi tercer libro llevará un buen tiempo ya que, día a día, sigo incorporando historias reales y actuales, cuyos personajes centrales son gente que vos conocés. Por lo tanto, he acordado con compañeros y amigos en compartir esto que llamé historias verídicas y solo reservaré algunos capítulos que, por su contenido, podrían derivar en mi destierro o exilio o algo aún peor. No sé si soy un narrador, pero, si lo fuera, sería un narrador de pequeños hechos, de las cosas simples de la vida, de los gestos sencillos, un artesano de anécdotas. Veinte años después, cursando la hambruna de la pandemia, le comenté la idea de narrar la epopeya de los anónimos, darles espacio y voz, integrarlos a los destacados para acercar mundos”. Y agrega a continuación: “Hay seres humanos con quienes compartimos el trayecto de la vida en mundos diferentes que no siempre se acercan y hasta parecen contrapuestos. No es así. Cuando publiqué mis narraciones ‘Cuentos al margen’, (la hambruna de 2001), no solo recibí el aliento y el apoyo de Rodolfo Fattoruso, sino que él mismo concurrió en las madrugadas de la 30 a conocer y compartir programas con quienes ni siquiera habían completado un año en la escuela”.
Una de las primeras historias del libro se vincula con la actividad social de Ribas. Allí narra una serie de donaciones que recibió en los tiempos en que su hermano asumió como director técnico de Peñarol. Había recibido el apoyo de la hinchada aurinegra y además la empresa Tenfield le hizo llegar una sobadora para la panadería de la cárcel de Melilla, y chapas y material de barraca para un merendero de Piedras Blancas. Cuenta Ribas: “Además, pudimos llevar a cientos de niños de los asentamientos a los partidos que la selección uruguaya jugaba en el estadio Centenario”.
Unas páginas más adelante, narra la particular vida de “Tiburón”, un personaje que es protagonista de una de las historias. “Sus primeros años fueron en el barrio Piria cerca de La Bomba. Allí, el padre de Dardo Pérez – aquel exNacional – con unas cuerdas armaba un Ring, calzaba unos guantes viejos a los gurises y le daba un vintén al que se conservara dentro del ring toda la tarde. En ese tiempo, el Tiburón era un niño que ganaba muchos vintenes, que ni siquiera imaginaba que, en el futuro, movilizaría más de ciento veinte kilos. La familia recaló en el Borro y, allí, el Tiburón pasó a ser el negrito de los mandados del Chueco Maciel. Mucho tiempo después, al contar su vida frente a los jóvenes en los liceos y en organizaciones barriales, admitía que detenían a los camiones de Manzanares y les ‘requisaban’ la mercadería y la repartían en el barrio. Eso sucedía en Enrique Castro y Aparicio Saravia, que aún conserva la impronta de charruitas difíciles. Un día el chueco Maciel lo llamó y le dijo: ‘Usted es un negrito bueno, de trabajo y de familia, váyase de acá que a mí, en cualquier momento, me cosen a balazos’. Aconsejado por el padre Cacho, Tiburón tomó un carro de mano, que era lo máximo a que podía aspirar porque no tenía caballo, y salió a requechar; iba al mercado y allí comía fruta sobrante, aunque estuviera podrida y, reque cho y requecho, construyó una familia. Nunca fueron a la cárcel ni él ni sus hijos. A los meses, el Chueco Maciel fue acribillado por la policía”.
En ese tono, mezcal de mostrador, barrio y academia, Ribas teje más de 40 historias donde se unen la camaradería y la solidaridad. Y que vienen a describir – y hasta descubrir – en una realidad muchas veces “invisible”.
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