
Montevideo necesita un cambio de paradigma en la manera de pensar la movilidad.
Si pensamos en las ciudades para las personas, el tema de los desplazamientos y el uso de la calle es uno de los asuntos centrales. Tiene relación con dos cosas: por un lado, la diversidad y coexistencia de diferentes usos y modos de moverse en el espacio público; por otro, el tiempo de las personas y la cantidad de tiempo que insumen para ir de un lado a otro.
Es en ese contexto se ubica el uso de las bicicletas y su incidencia en la organización de las ciudades contemporáneas.
Existe un consenso bastante generalizado acerca de las virtudes y efectos benéficos que implica promover y extender el uso de bicicletas para los desplazamientos en las ciudades, no solamente con fines recreativos.
A las ventajas del transporte activo se suman otras relacionadas a la convivencia en el espacio de la calle.
Muchas veces he escuchado que “Montevideo no puede ser Amsterdam”, haciendo referencia a una de las ciudades emblemáticas en la que la población se ha volcado en forma masiva al uso de bicicletas (al menos desde mediados de los años 70 del siglo XX. La afirmación supone que, si bien podremos lograr mejores resultados, nuestras aspiraciones deberían ser acotadas.
Ese impedimento de ser mejores obedecería a cuestiones propias de Montevideo, que por limitaciones intrínsecas a su estructura urbana o culturales no podría siquiera asemejarse a ese modelo tan conocido.
No concuerdo con esa visión. Conozco muchos casos en donde se consideró casi “Imposible” transformar patrones de movilidad fuertemente asentados y se logró cambios importantes. La ciudad de Sevilla, por ejemplo, quizás la menos “nórdica” de las urbes emblemáticas europeas, concretó una transformación radical en muy pocos años. Vive una “revolución ciclista”, impensada apenas 20 años atrás y es hoy una de las ciudades más amigables para las bicicletas en Europa.
Más cerca hay experiencias exitosas en ciudades bastante similares a la nuestra como la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que cuenta con una red de bicisendas y ciclovías de 308 kmts. (una iniciativa que comenzó en 2009) y ya el 7% de los viajes son en ese medio, o Santiago de Chile, que según la última encuesta de movilidad de 2024 mostró que el 9,3% de los viajes se realizan por ese modo, duplicando el porcentaje de 2012.
Estoy convencido que impulsar el uso de las bicicletas es una cuestión central para mejorar la vida y la convivencia en nuestra ciudad. No es un asunto solamente de interés de algunas tribus urbanas, ni una iniciativa para dar respuesta exclusivamente a demandas de algunos colectivos identificados con esa causa.
En Montevideo ya tenemos infraestructura, incompleta, pero con un desarrollo significativo, que necesita complementarse y desarrollarse con una visión integral de movilidad, algunas experiencias exitosas y otras que no lo fueron. Se necesita avanzar. Por ese motivo me planteo una meta ambiciosa: ser una ciudad segura y amigable para andar en bicicleta Montevideo tiene buenas condiciones para que una proporción relevante de los viajes se hagan en bicicleta y hay que proponerse lograrlo.
La movilidad activa hace a la salud física y mental de las personas, y a la salud del ambiente, reduciendo emisiones y demás afectaciones asociadas a los vehículos con motor, así como mejora el vínculo de las personas entre ellas y con el entorno. Tiene racionalidad ambiental, económica y social.
Es un tema central y así será abordado.
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