Con la nota anterior parece que quité un contenedor a los epítetos de gente que me escribe caracterizándome como un radical que con incontinencia ataca a la socialdemocracia.
Jordi Banyo, racional abogado -ex docente de la Universitat de València- comienza con un tema que consideré en mi nota y generó polémica: el cambio. “Las promesas de los políticos son más efímeras que los propósitos del año nuevo. Cierto que hay resistencias a cualquier cambio, no es posible creer que las costumbres varían fácilmente y quienes ostentan algún poder, económico o político, difícilmente renuncien a sus prebendas, aunque la razón sea poderosa para lograr ese cambio”, apunta.
Más adelante, en tono realista y no sé si con pesadumbre, afirma que “Incluso las revoluciones llevan incorporadas la promesa de lograr una ‘estabilidad’, diferente a la anterior, pero estabilidad. Lo que significa que se instalará un nuevo conservadurismo, quizá con nuevas personas, algunas nuevas instituciones y poco más”. Rubrica diciendo: “la sociedad no puede permitirse el lujo de permanecer inmóvil, aunque sólo sea porque la vida no se detiene”.
Según entendemos -más o menos en general-, la socialdemocracia se postuló como una ideología que apoya intervenciones estatales, económicas y sociales, promoviendo equidad e igualdad social en el contexto del sistema capitalista. ¿Todos sus gobiernos -referidos a Sudamérica- son similares? No: recuerdo medidas conducentes a cambios hacia un proyecto socialista operados por el comandante Hugo Chávez -como parte de su adopción del Socialismo del Siglo XXI-; Evo Morales y Lula en su primer gobierno (2003-2007).
Muchos son los autores que desde varios ángulos han propuesto la necesidad del cambio y vías distintas de acceso al socialismo para acabar con el sistema capitalista: en general opinan que la acción debe ser colectiva y seguida por un sólido acompañamiento, aunque casi todos acaban reduciendo el tema a un grupo partidario cupular con personajes semimesiánicos. De igual forma, la mayoría mira en el mercado actual (tanto el nacional como el mundial) un incambiado factor de dominación en favor de los detentadores del capital.
La consideración amplia acerca de lo vivido por los sucesivos gobiernos habidos en la región durante el siglo XXI nos aterriza en la perplejidad de la alternancia: las medidas progre-socialdemócratas donde no consiguieron mayorías en las carnestolendas electorales -al no ofrecer soluciones a las demandas de los sectores más necesitados- no supuso dejar de mencionar la existencia de clases sociales, sin llamar a combatir a la burguesía y a derribar sus postulados.
Ocurre que se han aceptado conclusiones de encuestistas, tomadores del pulso público, tenidos por “politólogos”: las elecciones se ganan captando el centro del espectro político. De hecho, detrás de esto asoman compromisos -no escritos- asumidos por la socialdemocracia: 1) el mantener un orden constitucional favorable al capital; 2) la política no debe intervenir en las decisiones del mercado; 3) primará la democracia representativa sobre la participativa. Con lo previo va implícita la garantía de alternancia y, subsidiariamente, la renuncia a los cambios.
También hay un común denominador no variado por los gobiernos: ciertas recetas financieras del FMI (muchas cumplidas) de poner a la venta o disminuir el papel de compañías públicas; acotar y desmantelar los programas de seguridad social; incrementar la edad jubilatoria; reducir el poder adquisitivo del salario mínimo y los convenios colectivos, entre otras medidas de protección al capitalismo.
La derecha se defiende de las dificultades que ha profundizado indicando responsabilidades acompañadas de catastrofismo cuando recuerda los años de la pandemia; une a eso la actual e inicua confrontación en Ucrania, justificante de inflaciones, como si los males que aquejan a las mayorías se hubieran agudizado desde febrero-marzo de 2022 sin responsabilidades que le cupieran al imperialismo -manejado en gran parte- por el conservador demócrata Joseph Biden.
Si aceptamos el sindicalismo solo en lo reivindicativo-salarial (esencial) y olvidamos su representación social o nos apartamos de ella, con seguridad las concesiones sobre percepciones permitan a los dirigentes mantener el liderazgo y renovarlo, asegurando sus carreras. Si eso se considera virtuoso, alegrarán mayoritariamente a gobiernos, patrones y afiliados, pero solo se estará robusteciendo lo que en los discursos mencionan querer cambiar. Algo distinto hace el sindicalismo francés, invadiendo espacios parisinos con más de tres millones de trabajadores que se oponen a la reforma jubilatoria que quiere, tozudamente, imponer el gobierno.
Las representaciones afables, con besos y abrazos -que dejan “sucia” las caras conocidas por expresiones del pasado reciente- no sustituyen las convocatorias a luchar contra las medidas liberticidas o los encubrimientos delincuenciales de alguna asociación conservadora.
Esos estilos de hacer sindicalismo o política sin contemplar la demanda social, sin denunciar su falta de sentido y de futuro, dejando al garete la forma en que se quiere llegar a un estadio socialista -cuando desde hace largo rato se abandonaron principios, como el de acabar con el capitalismo- no ofrece una vía a seguir. Mas bien da para sospechar que solo nos sumerge en más de lo mismo, una gotera del sistema que a veces tiene agujeros chicos y otra vez algo más grandes, en la que se apunta principalmente a la seguridad dirigencial con reaseguro democrático burgués.
Desde la perspectiva dada por esa “izquierda” -que no parece ser excluyente pero si mayoritaria- entendemos ahora: hacer todas las apuestas a un “mago” que nos lleve a la independencia y conjunte a nuestros pueblos por encima de desarrollos desiguales afirmando restituir soberanías, es una alucinación positiva. Es -en algún sentido- la “hamaca amable con el imperialismo occidental dominante, en descenso, y facilidades para el oriental”. (Continuará)
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