Por la pandemia se dejaron de realizar actividades que costaron años de lucha -muchas de ellas con derramamiento de sangre- (Piero de los años 70 cantará “cuántas voces de callaron a machete y a balazos”): la libre circulación de personas, el derecho a la información, la forma de vestir, de acceder al transporte, de entrar a un súper, a un banco o a una oficina pública, de ir de un lugar a otro. Hasta actividades que generan millones de dólares o euros aceptaron ser detenidas por “el parón”, como se le llamó a los contemporáneos actos deportivos de antemano programados. Sin casi protesta, se admitieron hospitales desbordados y se contabilizaron más muertos que en las guerras habidas de 1945 para acá.
También es cierto que por distintas causales la pandemia produjo -según se dice- 76 postergaciones de consultas no vinculantes jurídicamente, plebiscitos regionales e incluso actos electorales nacionales. Asimismo, no todas han sido desgracias ya que esta crisis sanitaria resultó en una ventana de oportunidades políticas y en otros de ingentes ingresos actuales y eventuales en el futuro a laboratorios. Por otra parte, engendró instituciones públicas que abrieron posibilidades a científicos para desarrollar nuevas tecnologías, en particular de análisis de fluidos y farmacología. Junto con lo anterior, se hicieron espacio algunos agrupamientos de dudosa relevancia y finalidades poco explícitas, dentro de las cuales ubico a uno llamado IDEA (internacional), fundada hace un cuarto de siglo y de la cual ignoraba su existencia hasta ahora (no me adjudico el papel de “registrador” de instituciones).
Con la sola falta de un badajo tañendo una campana, escuché en un servicio informativo que el tal IDEA -en una declaración emitida este mes de julio -apoyada por 270 organismos y personalidades- le sobresaltaban dos cosas de la actual circunstancia mundial: si bien entiende y comparte las acciones emprendidas por algunas democracias para luchar contra la pandemia, éstas pueden derivar o constituir excesos de las autoridades al aplicarlas, lo que limita sus democracias. En el mismo nivel de preocupación ubican la profunda caída del Producto Interno Bruto (PIB) mundial. La nota, que se puede resumir al espacio de unos segundos, ocupó casi todo el tiempo de 28 minutos del programa (con sus cortes publicitarios) y fue difundida desde Estados Unidos, en horario central, en español.
El punto de diferencia con esta declaración y las previas tiene que ver con que no se sabe cuál es el contenido de lo que IDEA llama democracia: por más que se rebusque en la historia, no se encuentran tantas intersecciones actuales entre lo que hoy tenemos en las instituciones del género y las atenienses, donde unos 75 mil se rodeaban de miles de esclavos. No creemos que hayan sido fuente de inspiración unas fiscalidades que derivaron en dejar de ser colonia independiente, instalar más tarde un régimen de producción esclavista, abolirlo siglos más tarde (sustituyéndolo por el segregacionismo) y salir al mundo a dar clases de política. Quizá no venga copiado de allí, pero con las capacidades y posibilidades que da el dinero, conquistar a unos y otros a un lado de los océanos y algunos más en el propio continente que lo apoyen en su desarrollo: una democracia burguesa. En términos de Antonio Gramsci (*) concedió al capitalismo una expectativa de vida más larga que Lenin debido a sus bases sociales y culturales y no solamente materiales. Es decir, se interesó en establecer los fundamentos del sistema capitalista que van más allá del control de los medios de producción. Por lo tanto, la hegemonía de la burguesía incluyó el control sobre las ideas que dominan en la sociedad capitalista, las cuales son más difíciles de romper que el simple cambio del control sobre los medios de producción.
Entonces, después de rebuscarle rápidamente antecedentes a esta “democracia” a la que convocan preservar, sospecho que se trata de una conjunción emanada de la vertebración de facciones políticas de derecha bajo la égida presentada por Metternich en el Congreso de Viena (1814/15) -tras la derrota de Napoleón Bonaparte-; la Doctrina Monroe (1823); y el Plan Marshall (1947).
Con clara ligazón con el tema anterior, la caída en barrena del PIB mundial es parte de una segunda advertencia de IDEA; al descender la producción una primera consecuencia la notan los Estados en su función recaudatoria de impuestos: aquellos que tenían como propósito achicar las deudas de la administración se ven compelidos -una vez más- a pedir prestado a los organismos internacionales, firmar cartas de intención -con la consecuente pérdida de soberanía- que resultan en obligaciones para futuros empréstitos, y exponer a la baja sus calificaciones crediticias que elevan los intereses de la deuda.
Una propuesta que la contradice surgió cuando Joseph Stiglitz sugirió sustituir el PIB por un mejor indicador de la salud económica de un país. «El PIB no es una buena medida; el PIB no tiene en cuenta las desigualdades», explicó. De pasada, BBC lo criticó: “Es un economista tan especial que defiende la idea de quitarle importancia al índice estrella de su profesión: el PIB”. Entonces, Stiglitz dijo: “En términos más generales, deberíamos trabajar en una mejor medición de la salud de la economía, para ver hasta qué punto nuestras políticas de estímulo están mejorando realmente nuestras sociedades. Nuestro enfoque en el PIB no nos ha hecho darnos cuenta de que la sociedad que hemos creado no es resiliente. No nos ha permitido calcular la fuerza de nuestra economía”.
Los argumentos anteriores no descansan sobre el desprecio de la institucionalidad actual, en tanto ésta permite y protege el desarrollo de nuevas fuerzas sociales. Por ende, no se pueden igualar automáticamente cada modo de la misma y preservar aquellos componentes que hacen posible el desarrollo popular, lo que no obsta para denunciar a los que protegen a los dueños del capital.
(*) El autor tuvo delante el trabajo de Ma. Paz Berger y Ralf J. Leiteritz.
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