Pocas cosas han concitado tanto entusiasmo y orgullo como la Selección del maestro Tabárez. Hasta la bandera nacional, que había caído en una zona institucional, referencia ineludible, pero como presa de aquellos días aciagos, comenzó a ondear de otra forma, más limpia, más linda. La de la plaza de bulevard Artigas y 8 de Octubre, en su desmesura, sujeta a un mástil de hormigón, igualmente desmesurado, se había vuelto el símbolo de aquella época. La Selección Nacional de Fútbol la trajo de vuelta, y encendió, de entre las cenizas, una llamita de esperanza. No es sólo el deporte, es algo que nos pertenecía, a todos, a los más humildes y a los demás. En los colegios privados se juega al fútbol, pero los crack salen de otro lado, el fútbol escribió varias páginas memorables en el libro de nuestras memorias.
La inmensa mayoría de la gente va a trabajar todos los días y lo hace con honradez, porque está convencido que a los hijos hay que dejarles, sobre todo, un ejemplo de vida. Los chorros necesitan vivir en un mundo sucio, donde la corrupción sea la norma, pero eso no es lo que siempre pasa. Si fuera así, este país chico, en medio de dos enormes naciones, con ejemplos recientes de corrupción generalizada, habrían conseguido lo que por un tiempo consiguieron los militares, con su Operación Cóndor, y sus licencias para matar.
Algunas débiles señales, como este renacimiento de la pasión futbolera, por el momento restringida a la Selección, podrían llegar a ser más fuertes, más constantes. Seguramente está mal, o muy mal, que un grupo de vecinos salgan todas las noches a patrullar las calles de su pueblo, porque no están para eso, ni preparados ni autorizados por la ley. Pero cuando lo hacen están metiendo el dedo en la llaga, porque se nos dice que está todo bajo control, que la delincuencia en Brasil es mucho mayor, mejor organizada, con armas de guerra, pero nosotros vivimos aquí, estamos acostumbrados a ir de un lado a otro del país, y si tenemos que parar en cualquier carretera para dormir un rato antes que nos venza el cansancio lo hacemos sin temor, no hay ni asesinos ni leones sueltos. Pero puede pasar que esos asesinos, que vaya a saber de dónde sacan tanta saña sean más, y después más. Este parece que va a ser un año récord, así que se justifica que en la desesperación los vecinos, además de pagar los impuestos que estar destinados a Seguridad, se sientan en la necesidad de cumplir con tareas policiales. No es bueno, pero es lo que está pasando como reacción a algo que rompe los ojos: El gobierno ha equivocado el camino en los tres períodos que le tocó gobernar. No se siente cómodo protegiendo a la población de lo que ellos consideran víctimas de la desigualdad social y la marginalidad.
La reacción del Interior frente a la visión hegemónica de la política desde Montevideo es lo nuevo, que se puede desvanecer sin pena ni gloria, pero es esperanzador que haya gente que le diga al sistema político que este no es un país que esté en condiciones de vivir de la exportación de software, aunque haya algunos excelentes profesionales dedicados a la exportación, con buenos resultados. Tiene un techo, no se puede soñar con competir con países que dedican infinidad de recursos al desarrollo digital. Es muy escaso el margen que le queda a Uruguay. Walter Tournier, por ejemplo, ha sido uno de los creadores de películas de animación destacadas en todo el mundo. ¿Eso quiere decir que hasta teniendo mucho oficio, los recursos necesarios, y el reconocimiento de productoras y distribuidoras internacionales, Tournier puede vivir, exclusivamente, de su trabajo? Evidentemente no. El campo produce más del 70% de la riqueza que genera el país, ¿no tiene derecho a estar enojado con quienes gastan sin darse cuenta que esa riqueza es lo que el país debería explotar todavía mucho más, y que de esa forma estaría en condiciones de mejorar, sensiblemente, ya no sólo la calidad de vida de quien vive en el interior (dicho sea de paso es superior a la de Montevideo) sino, sobre todo, elevar la calidad de vida del Uruguay entero?
Este es un país lindo. Algunos jubilados extranjeros se han radicado aquí, sobre todo los del Hemisferio Norte porque en Uruguay es verano cuando en sus países el invierno es muy crudo. Pero el país podría explotar mucho más esta cualidad. España es el segundo país para la tercera edad europea. Casi por la misma razón que vendrían a Uruguay allí van a Almería, a Alicante, a muchos pueblos amables que saben que el dinero de esos jubilados son sueldos que los españoles necesitan. En la confusión en que vive el país, enchufado a 220 en la lucha político partidaria hasta estando lejos de las elecciones, es muy difícil fijar prioridades, tener políticas de fomento en las 4 o 5 cosas que el país puede ofrecer.
No todo se perdió, hay que desempolvar, como el orgullo por la bandera. El uruguayo se ha enojado, está con poco humor, o se vuelca demasiado por el humor ácido, pero no todo se perdió. Hoy las murgas son un espectáculo visual, de gran belleza y delicado gusto estético. No perdió su capacidad de recordarle a la población lo que está mal, ha habido un esfuerzo de hacer de la murga un refinado movimiento de colores y decires con muchos años de oficio. Tal vez hayan perdido la cuestión familiar de los tablados de barrio para seguir la tendencia del Sambódromo. ¿Cuántos tablados eran la salida de la familia en Carnaval, que era mucho más corto, quizás más genuino? Pero hoy es así, muy uruguayo, belleza que alegra los corazones, y a no asustarse por las tendencias políticas, las murgas le cantan a la realidad, en su coreografía general todas suben con su verdad al escenario, y juntas son lo que es el país, como en Londres el speakers’ Corner del Hyde Park, en absoluta libertad cada uno dice su verdad subido a un cajón.
Hemos perdido cosas valiosas. Algunas a la fuerza, otras por ingenuidad. Cuando perdimos la democracia pocos dudaron que fuera necesario volver a ella para recuperar el país. No es banalidad pensar que se afeó. Aquel poema de Ruben Lena, con la música de Braulio López: Isla Patrulla, lo dice casi todo: «Hasta la casa más pobre tiene su jardín en flor». Da qué pensar. Eso perdimos. Son las ganas de vivir, las ganas de hacer del pequeño rincón humilde un lugar posible para soñar con otra realidad. Sólo sumidos en el desconcierto podemos no querer vivir por sueños.
Este pequeño país ha creado un cancionero fabuloso, muy particular, muy de aquí. Si dejamos de lado las batallas partidarias, que la mayoría de las veces sólo dejan dolor, podemos hacer una lista enorme de grandes creadores populares, de altísima calidad, en casi todos los géneros. Pensemos en los que ya no están y los que siguen cantando, en la melancólica urdimbre de La casa de al lado; en A Don José, cantado por todo un pueblo; en los hermanos Fattoruso y los hermanos Ibarburu; música y más música, hecha con pasión y poca plata, tratando de romper la red, como quería el Choncho Lazaroff, heredera del diablo de Maracaná.
Qué pesado techo está sujetando lo hermoso del Uruguay, dividido por batallas perdidas entre hermanos, ¿para qué si cuando llegan se comportan como el que habían desplazado en la fantasía del poder?
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