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¿Qué nos pasa con Venezuela? Apuntes para una respuesta por Leonardo Ruiz

¿Qué nos pasa con Venezuela? Apuntes para una respuesta por Leonardo Ruiz
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¿Qué nos pasa con Venezuela que no ocurre con otros países? Esta pregunta se ha paseado por columnas de prensa, programas de opinión, noticieros y desde luego las redes sociales. Algunos rápidamente lo responden apelando al pasado democrático de los gobiernos democráticos venezolanos que fueron faros de luz cuando la región estaba cubierta de dictaduras. Otros lo vinculan a la obscenidad del abuso y el maltrato del Estado contra un pueblo desarmado que intenta cambiar su destino por vías democráticas. Y otros esgrimen que con las dictaduras de China y Arabia Saudita no tenemos reparos, pero con Venezuela…

Escribo desde Uruguay así que el foco lo pondré en este país, cuyo gobierno además ha ganado un rol sobresaliente levantando la bandera de la defensa a la democracia, su principal patrimonio y carta de presentación.

Tres puntos pueden resumir esto que nos (o les) pasa: 1) vínculo histórico; 2) negocios y ayuda económica; 3) recepción de migración.

Primero, la democracia venezolana (1959-1998) demostró una actitud y compromiso que en el mundo de hoy serían raros o al menos exagerados. Presidentes venezolanos demócratas sufrieron atentados encargados por dictadores, y otros decidieron confrontar duramente a las dictaduras del Cono Sur. En Uruguay el episodio de ruptura de relaciones diplomáticas por el secuestro de la maestra Elena Quinteros en las puertas de la embajada venezolana en Montevideo (1976) es un ejemplo nítido. Esto muestra una una lealtad sin ambigüedades con la causa democrática y esto caló hondo en quienes luchaban por ese camino en todo el hemisferio.

Segundo, la petrochequera de Hugo Chávez apoyada en la prosperidad de las materias primas entre 2005 y 2015 desplegó un arco de lealtades ideológicas muy bien equipadas por donativos, apoyos y “cooperación”. Este dinero salía de la caja de PDVSA y terminaba en el bolsillo de empresarios, movimientos sociales, partidos y colectivos afines. El libro Petrodiplomacia del periodista Martín Natalevich (2024) aporta rigurosas crónicas que cuentan cómo funcionó esto durante la era progresista uruguaya. Esa bonanza, la más larga vivida en Latinoamérica, se dilapidó en pozos de corrupción y contratos que llegaron a todos los países de la región. Cuando la economía venezolana quebró (fue el único Estado petrolero que se empobreció en los años del boom), aparecieron los reclamos por las sanciones económicas que desde Europa y USA pusieron en 2018 a jerarcas del chavismo. Cualquier cosa ha servido para excusar el descalabro de un país que fue rico y derrochador.

Tercero, la ola migratoria venezolana ha sido la más grande que ha conocido este continente. Ocho millones de personas salieron del país en los últimos diez años, dejando vacías buena parte de las ciudades y pueblos. Una fuga de cerebros irreparable y pérdida de recursos humanos que como correlato ha traído crisis de gestión importantes a los países del vecindario. Vale preguntar ¿cuántas oleadas migrantes similares tuvo Latinoamérica de chinos y saudíes?

Los países de la región conviven desde siempre con el tema Venezuela, ya sea como actor crítico de las dictaduras, como proveedor durante el auge petrolero, o hasta que llegaron cientos de miles de familias en búsqueda de refugio.

Actualmente en el Cono Sur existe aún una pequeña resistencia a llamar las cosas por sus nombres. Como diría la historiadora Ana Ribeiro en Diálogos en espejo (2023), “supondría que se les viniera abajo una cosa muy grande”. Y esos voceros participan en la prensa y en los espacios de opinión. Desde su trasnocho aún influyen, y desinforman y reescriben la historia para acomodarla a su conveniencia.

Hugo Chávez nunca tuvo una vocación democrática. Se sometió a elecciones relativamente limpias, pero para ser demócrata hay que tolerar al disidente y no lo hizo. Encarceló, persiguió, reprimió, y se le aplaudió durante muchos años. Quien suscribe proviene de una generación que desde que tiene uso de razón solo ha visto abusos desde el poder y una discriminación letal contra el opositor. Esta generación convirtió la angustia y el desasosiego en un rasgo identitario. Observamos una generación que ha puesto su esperanza en la movilización constante y que ha perdido tantas veces que ya no le teme a nada.

Nicolás Maduro intensificó la intolerancia chavista a niveles desconocidos. Tan así que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se ha referido a lo que ocurre en Venezuela como “Terrorismo de Estado” (16/08/24), ni más ni menos. Lo afirma un órgano continental conformado por gente muy diversa, de distintos partidos, orígenes, profesiones y creencias. ¡Terrorismo de Estado!, de solo mencionarlo se le eriza la piel a cualquier persona que tenga un mínimo de respeto por la vida.

Los números de la represión y la violación de derechos humanos en Venezuela no tienen nada que envidiar a las dictaduras del Cono Sur. No es un pequeño ensayo ni una maqueta respecto del pasado. Venezuela tiene tantos o más muertos, torturados y desaparecidos que los regímenes de los setenta y ochenta. Para muestra un resumen:

Según el Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile, las víctimas de la dictadura superan las 40.000 personas. Más de 3.000 personas murieron o desaparecieron entre 1973 y 1990.

En Argentina la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, que sirvió de base al histórico Juicio a las Juntas, registró denuncias de 8.961 desaparecidos entre 1976 y 1983.

En Uruguay la Secretaria de Derechos Humanos para el Pasado Reciente indicó que la cifra oficial confirmada de personas detenidas o desaparecidas entre 1968-1985 es de 192 ciudadanos.

Ahora miremos Venezuela:

Según la ONG Provea, 9.138 personas resultaron heridas y 320 fallecidas en el contexto de manifestaciones contra el gobierno entre los años 2002 y 2020. Desde 2014 a 2024 más de 15.800 personas han sido objeto de detenciones por motivos políticos; de los cuales 270 continúan detenidos, según Foro Penal Venezolano.
En la actual crisis poselectoral entre el 28 de julio y el 16 de agosto de 2024 se han producido más de mil arrestos arbitrarios, más de cien de menores de edad y se confirmaron 25 asesinatos. Mientras tanto el Ejecutivo anunció la construcción de dos campos de “reeducación” para los detenidos.

Como contexto a la violencia política, los números de la violencia general en la sociedad son aún más pasmosos. De acuerdo con la Universidad Católica Andrés Bello entre 1999 y 2018 se registraron más de trescientos treinta mil muertos por violencia (previa a las sanciones, crisis del gobierno interino y crisis actual poselectoral). En promedio, 40 personas murieron por día, en su mayoría jóvenes en condiciones de pobreza.

Finalmente, tan local es en Uruguay y todo el Cono Sur el tema de Venezuela, como lo es el cubano en México o el nicaragüense en Costa Rica. Solo que esos otros dos autoritarismos nunca llegaron a tener el mismo peso económico.

Aún con todo lo expuesto existen sectores políticos que apelan a la reescritura de la historia para encajar sus credenciales democráticas en un relato que excluye las luchas de otros demócratas que son perseguidos y apresados. Por ejemplo, en Uruguay uno no ve que quienes marchan por Palestina se solidaricen con los muertos venezolanos, también desplazados y víctimas de una guerra, la del Estado contra los ciudadanos como lo dice la CIDH. Ni la central sindical que se movilizó contra el gobierno de Milei por las reformas económicas argentinas se manifestó en solidaridad con los trabajadores presos en Venezuela. Tampoco la federación de estudiantes universitarios emitió una opinión por la liberación de dirigentes estudiantiles asesinados, secuestrados y confinados en centros de tortura como El Helicoide. Son omisiones de las que se debe dejar constancia porque cuando la vida está en peligro no puede haber dos opiniones. Por encima de la vida no están las ideas. Proteger la vida es la idea principal.

Es prioritario reivindicar las señales de los demócratas y ayudarlas a que sean más contundentes que el silencio cómplice. El embajador de Uruguay ante la OEA dejó constancia de la imposibilidad de ser neutrales ante una situación que carcome la vida de un pueblo: “¿O qué creen? ¿Que hay ocho millones de venezolanos haciendo turismo por el mundo?”, dijo en un discurso que llegó a todos los rincones del mundo. Ante el terrorismo de Estado, intolerancia y denuncia. Más aún cuando es en un país hermano, acá cerca en el vecindario, con quien compartimos vínculos históricos y una diáspora repartida en nuestros barrios y ciudades.

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