La pregunta es relevante y también válida para cualquier persona, aún si no siendo militante frentista. Al fin y al cabo, son el lema más votado. Su influencia sobre el futuro del país es una realidad y por eso interesa imaginar cuál pueda ser su propio futuro.
Empecemos por recordar cómo se gestó el Frente, allá a comienzos de los 70. Sus objetivos básicos eran constituir un eje de izquierda democrático, con chances de llegar al poder. Lo cual conllevaba una doble implicancia: por un lado, hacia adentro, con el compromiso de todos sus integrantes de respetar el funcionamiento del sistema, evitando posiciones extremas y por otro, hacia afuera. No olvidemos que a esa altura el MLN estaba a full, enfrentado violentamente contra sucesivos gobiernos democráticos. El mensaje del novel Frente Amplio era claramente anti-tupamaro. Todos sus integrantes, (en el caso de Erro, con poca convicción), estaban en contra de la sedición y en algunos casos, como el del Partido Comunista, se sumaban discrepancias ideológicas importantes.
El Frente inicial tenía una fuerte impronta social demócrata, muy identificada en personalidades como Juan Pablo Terra y Zelmar Michelini. Los grupos no socialistas ni comunistas eran clara mayoría.
Con el correr de los años, los equilibrios internos del Frente fueron cambiando y no de forma adjetiva. La Democracia Cristiana desapareció, como lo hicieron el sector de origen blanco y el de origen colorado, éste con la salida de Batalla en 1989. En su lugar aparecieron Astori y la Vertiente Artiguista, pero sus fuerzas han tendido sistemáticamente a menguar, (a pesar del acto de magia electoral que se mandó la Vertiente en la última elección).
En 1989 los tupamaros cambian de estrategia, (sin jamás haber renegado de su conducta) y resuelven continuar su lucha desde adentro del juego democrático, alcanzando en poco tiempo la minoría mayor y un rol protagónico en el Frente.
Sobre todo, a partir del gobierno Lacalle Herrera, el Frente se abroquela en la oposición, sin acompañar prácticamente ninguna iniciativa gubernamental y con un discurso social-populista, al tiempo de construir, con gran habilidad, una posición política batllista-estatista-egalitaria, entroncando con la posición de la central sindical. Todo ese mix va construyendo, o reconstruyendo, una subcultura, en buena medida por oposición a un adversario también construido, (también con gran habilidad). En algunas cosas, esa izquierda evoluciona, dejando atrás viejos espejismos como la reforma agraria, los controles de cambios y la nacionalización de la banca, pero en general la impronta será conservadora, en búsqueda del santo grial, perdido el algún momento de los 50.
Al aproximarse su oportunidad electoral, el Frente, de la mano de Vázquez, armó un fuerte maquillaje centrista, fabricando el Encuentro Progresista y fotografiándose Vázquez con Astori en la puerta de entrada de la sede del FMI en Washington. Movida habilísima y exitosísima.
Así inició el Frente quince años de gobierno, que vale la pena analizar, para ver si, como suele ocurrir, la responsabilidad y el ejercicio del poder marcó al partido y a sus dirigentes.
¿Tuvo efectos el gobierno sobre el Frente?
Algunos, pero no transformadores. Claramente no evolucionó como lo hizo el PSOE con Felipe González o el Laborismo con Blair. No se modernizó.
Fue prudente en materia macroeconómica, (salvo los últimos años), pero no buscó ni aceptó los cambios que la realidad mundial le planteó al país. En un momento de su primera presidencia pareció que Vázquez se dejaba tentar por lanzar al país a la competencia, con el famoso tren del TLC, pero predominó la convicción conservadora de Polo Gargano. De ahí, el resto fue un discurrir por derroteros voluntaristas y distribucionistas, evitando confrontaciones con la cultura dominante y sus principales adalides: los sindicatos y las corporaciones.
Protegidas de la realidad cambiante del mundo, áreas claves para la sociedad, como la educación y el trabajo, quedaron sumergidos en un espejismo discursivo, abroquelados en la resistencia a todo cambio. Como suele ocurrirle a quienes viven en un voluntarismo de ideologías utópicas, los aspectos prácticos de los gobiernos frentistas han sido entre regulares y malos. A su incapacidad de gestión se fue pegando el desgaste y la corrupción que suelen acompañar al poder, agudizados por la soberbia y falsa confianza que da el contar con mayorías absolutas regimentadas.
Todo eso agravado por una fabulosa incapacidad de hacer y de hacer hacer de Mujica, (fabulosa, porque consiguió -hasta el día de hoy- enmascararla en su fábula personal), y por el laissez faire de Vázquez, que llegó a niveles de Nirvana en su segunda presidencia.
Conclusión, el Frente salió del gobierno más o menos como había entrado: no más sabio, aunque sí más viejo. Alejandro Vegh, con su típica ironía, solía decir que el problema de los dirigentes frentistas era su vejez inexperiente.
¿Dónde está hoy?
Tiene una composición interna que ha agudizado los desequilibrios: el MPP como primera fuerza y un Partido Comunista que reitera su habilidad de camaleón gatopardesco, concentran la mayor parte del poder. ¿El resto? Un Partido Socialista que no consigue salir del túnel del tiempo; Astori en los descuentos y un salpicón de aspirantes, ninguno muy nítido ni muy convincente, a recrear un ala social demócrata. Muy difícil imaginar qué saldrá de todo eso, máxime cuando el Señor resuelva pedirle cuentas a Mujica de sus cuentos (y aventuras).
¿Cómo usará el Frente estos años de oposición?
¿Para reflexionar, mirando la realidad del mundo y buscando colocarse en ella? ¿O confirmando su sustrato cultural, mirando la realidad, (sobre todo electoral), del Uruguay y buscando continuar controlándolo con su relato y la reinvención de su pasado?
Todavía es temprano, pero todo indica que el Frente Amplio continuará siendo una fuerza política enfocada a intentar anclar al país en lo más conservador de su cultura, al tiempo de jugar todos sus boletos (y poner todas sus energías), en el fracaso del gobierno.
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