Por momentos uno tiene la sensación de que la insensatez se adueña de todo lo que se mueve y piensa. Por ejemplo: todos coincidimos en que la crisis actual en Medio Oriente, un capítulo que comienza con el ataque terrorista del 7 de octubre, es de alta complejidad, pues se combinan múltiples factores, casi todos que tienden a la atomización de las partes involucradas y muy poco a la convergencia. Aunque hay una larga historia previa.
La construcción de alianzas fue siempre una experiencia frustrante y circunstancial, así como la intromisión de las grandes potencias de la guerra fría, incluso con sus cambios de perspectiva. Para no pocos, y aunque en el fondo no es tan así, quedó subyacente la percepción de que la guerra de baja confrontación era un estado natural de la convivencia en esa zona del mundo. Y ello no es así. La tentación a la colaboración es más atractiva que el impulso belicista. Para ello, hay que aportar positivamente y cultivar el principio de win-win, ganar-ganar. Algo que es mucho más difícil que la lógica del odio y las ventajas oportunistas de los cultores del odio.
A la espera de un acuerdo
La furia desatada el 7 de octubre mostró al mundo una cara oscura de Hamas, que buena parte del mundo occidental prefería no enterarse ni mucho menos asumir. Tan brutal fue esa jornada de sangre y muerte, que el mundo debió reaccionar. Es cierto que algunos grupos decididamente negaron o ignoraron esa muestra de barbarie, pero la inmensa mayoría fue reconociendo el tenor del terrorismo y expresando su rechazo o por lo menos, su desagrado por esos hechos. Pero el gobierno de Benjamín Netanyahu volvió a mostrar su pésima comprensión de la política internacional y llevó a Israel a una situación de mayor aislamiento, algo que para muchos ya era difícil de superar.
Así como Bibi ha mostrado y demostrado a lo largo de su extensa actuación política una inteligencia táctica de alta efectividad, su performance en la política internacional es desarreglada, petulante y aislacionista.
En estos días Estados Unidos, con tensos debates de cúpulas del Senado y Representantes estadounidenses, le han invitado a hablar frente a ambas cámaras. La invitación, a título expreso, pone énfasis en “la solidaridad de EE. UU. con Israel”. Las lecturas en ambos países fueron diversas, pero casi todas coinciden que “es un respiro bienvenido, una apariencia de normalidad y un recordatorio de las estrechas relaciones que Israel tiene con Estados Unidos”.
El texto de la invitación a Netanyahu lleva la firma del presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, el líder republicano del Senado, Mitch McConnell, y el líder demócrata de la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries. Explican que para «construir sobre nuestra relación duradera y resaltar la solidaridad de Estados Unidos con Israel, lo invitamos a compartir la visión del gobierno israelí para defender la democracia, combatir el terrorismo y establecer una paz justa y duradera en la región».
Pero hay señales claras que quedaron expuestas en la definición de esta invitación: primera, el intenso y duro debate, llevado con gran reserva, a la hora de consensuar la invitación y el alcance de esta; segunda, de Netanyahu se espera conocer de manera directa y clara, comprometida, la dirección de Israel, más allá de la «victoria total» sobre Hamas y el día después de la guerra. Pero, obviamente, a los socios de su coalición no les ha gustado nada que Bibi salga al exterior a hablar de esos temas.
Es que la conducción de la guerra en Gaza por parte de Netanyahu no ha sonado convincente. Las diferencias han sido crecientes, y el punto más crítico ha sido la incursión en Rafah.
No obstante, el apoyo de Estados Unidos ha sido consistente, incluso discrepando y formulando correcciones. No sólo desde la Casa Blanca, también de los dos grandes partidos. Por ejemplo, senador Lindsey Graham (R-Carolina del Sur), estuvo la semana pasada y el representante Ritchie Torres (D-Nueva York, Distrito 15) visitó Israel unos días antes. El apoyo bipartidista es sólido, tanto que ahora le confieren a Netanyahu un honor sin precedentes: es el primer gobernante extranjero en hablar ante una reunión conjunta de ambas cámaras legislativas.
La iniciativa
Pero no hay que ver aislados los hechos. Esta información bicameral y bipartidista va de la mano de la visión de la Administración Biden, que empuja por negociaciones que permitan una tregua de largo plazo, liberar rehenes, devolver los cuerpos sin vida, el retiro de las tropas israelíes de Gaza, y definir un plan de reconstrucción.
Aún no hay una definición desde el lado israelí ni de Hamás. Sí hay señales: Benny Gantz solicitó que se defina “lo antes posible” una reunión para discutir la propuesta de Estados Unidos. Gantz es uno de los hombres fuertes de este gobierno. Integra el gabinete de guerra y es un referente político clave.
Su discurso es más prudente que el de Bibi. Al fundamentar su consideración positiva a la propuesta de Biden, destacó la necesidad de un acuerdo para recuperar a los rehenes, al tiempo que hizo explicitó su reconocimiento a los Estados Unidos por su compromiso con la seguridad de Israel.
Hasta ahora, martes a la tarde, voceros sin identificar de Hamas manifestaron su disposición a un intercambio de los rehenes por presos palestinos en cárceles israelíes, siempre que el acuerdo incluya el fin de la guerra en Gaza.
Este lunes pasado Mike Herzog, embajador de EE. UU. en Israel ubicó con claridad meridiana la visión de su gobierno sobre el conflicto: “Es una guerra de percepciones y narrativas. Es una guerra contra aquellos que quieren deslegitimar al Estado de Israel. Es una guerra crítica, y tenemos que pensar en esto estratégicamente, a largo plazo. Para nosotros, esta guerra es existencial. Toca los nervios existenciales” (Jerusalem Post, del 4/6).
El Plan Biden de 3 fases (1. Alto el fuego completo por 6 semanas y resolución definitiva de los secuestrados, y aumentar la ayuda humanitaria); 2. Retiro israelí total de Gaza, cese de hostilidades permanente; y 3. Plan de reconstrucción de Gaza, con apoyo de EE. UU. y la comunidad internacional, a 3 y 5 años, socios regionales que garantizarán el no rearme de Hamas.
Quizás sea ésta la mejor oferta. Quizás no supere los rencores. Quizás después de Oslo, sea ésta la mejor opción, la posible. Y sin quizás, tiene que llegar con un compromiso democrático de renovación.
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