Es una excelente idea y producirá neto beneficio la iniciativa de rememorar las circunstancias y los sucesos que acompañaron el rechazo popular en 1980 del proyecto de reforma constitucional presentado y respaldado por las autoridades del régimen militar de la época. Fue un caso prácticamente sin antecedentes en el mundo: un pueblo sometido a un régimen de dictadura militar, aparentemente ablandado por el rigor y la duración de la misma, que encuentra dentro de sí recursos para oponerse a un proyecto que se ofrecía como una forma de salir pero que era, en realidad, una forma de entrar. Fue una hazaña cívica que el Uruguay no debe olvidar.
En tren de contribuir a la preservación de esa memoria heroica del pueblo uruguayo se me ha ocurrido que puede ser original reproducir aquí algo de lo que yo escribí durante los meses anteriores a la fecha del plebiscito. Los que manteníamos una línea de resistencia a lo que se había abatido sobre el Uruguay buscábamos todos los resquicios posibles para que el país, callado y aguantando, no se entregara en su fuero íntimo. Para mí esa posibilidad me la brindaba la pluma y alguna revista que se animaba a publicar mis escritos. Casi todos los medios de prensa en que yo escribí en aquellos tiempos fueron clausurados, temporal o definitivamente. Todo lo que escribíamos debía ser cauteloso, con inteligencia astuta para afirmar sin parecerlo, diciendo entre líneas lo que todo el mundo sentía, pero estaba prohibido proclamar. El artículo que voy a transcribir a continuación apareció en una revista llamada La Plaza en junio de 1980. Decía así:
“Muchas veces los hombres o los pueblos protagonistas de grandes hechos históricos no captaron en su momento todas las repercusiones o la importancia de lo que estaban haciendo. Después de todo, no lo hacían para quedar en la historia –reconocimiento que viene después de muchos años, si viene- sino por algo inmediato, urgente y valioso de sus realidades presentes. Pero, si bien es cierto que la trascendencia o importancia de muchas actitudes que luego fueron decisivas pudo escapar en un primer momento a sus autores, también es cierto que ningún pueblo, ninguna nación, ningún grupo de hombres hace algo positivo y valioso para sí y para su futuro estando distraído, desinteresado, desganado y como por pura casualidad.
Abundante prueba de esta hay en la historia, la cual muestra a través de los siglos, instancias de oportunidades increíblemente perdidas. Pueblos que llegaron a encrucijadas decisivas y no se dieron cuenta; no se dieron cuenta de que en ese momento podían elegir: ni siquiera se dieron cuenta de que hubiera algo para elegir. Naciones hechas al rigor del vasallaje y que, un día, tuvieron al alcance de la mano las llaves de su destino y no atinaron a usarlas.
Usted, uruguayo, ¿no siente que este año se abre una oportunidad? ¿Un momento privilegiado, del cual, de aquí a muchos años, cuando se haya hecho historia se va a decir: ¿aquel año fue el momento en que fue posible dar un paso significativo, se presentó la oportunidad? O también puede ser que se diga –y sería lástima grande- el 80 fue el año en que se perdió la gran oportunidad; venía todo para que se diera, pero…
Este tiempo que empieza a vivir el Uruguay sin darse mucha cuenta de que es importante, de que es distinto, encierra en su entraña una oportunidad decisiva. No porque vaya a haber plebiscito, o algo así. O porque nos vayan a dar permiso para hacer cosas que antes no estaban permitidas. Se trata de otra cosa. De una confluencia sutil de detalles que, por esas vueltas de la vida o de la historia, hacen que los uruguayos estemos un poquito más cerca. ¿Más cerca de qué? Yo diría: más cerca de sentirnos capaces, de sentirnos dueños.
Los pueblos tienen lo que podríamos llamar un enorme sentido práctico. Un sentido práctico casi campesino, que los lleva a no hacer nada, a guarecerse y encerrarse en sí mismos cuando no ven posibilidades concretas de hacer algo con éxito. Pero si se dan cuenta que después de un invierno tan largo, el río de los acontecimientos, con tantas tormentas y temporales, ha ido cambiando su cauce, y donde no había paso ahora parece que hay, entonces comienza a germinar la decisión. Es el momento en que pueden empezar a pasar cosas, y nacen las ganas no ya de que pasen cosas sino de hacerlas pasar: ganas de levantar las riendas caídas y empezar a empuñarlas.
Si sabemos sacudirnos de encima el letargo, si empezamos a escuchar y a mirar con atención, nos iremos preparando para aprovechar la oportunidad que se perfila. Si todavía seguimos distraídos, encerrados en nosotros mismos con el viejo miedo de ayer, entonces perderemos la oportunidad. Y al perderla habremos perdido mucho.
Decíamos al comienzo: hay pasos modestos, decisiones mínimas, que luego, años más tarde, la historia recoge como trascendentes y de gran importancia. Más importantes de lo que los mismos protagonistas creyeron en su momento. Pero tuvieron esa trascendencia porque tuvieron lugar en el momento en que se presentó la oportunidad. Las oportunidades que se aprovechan rinden un dividendo insospechado; las que no se ven y, por no verlas, se dejan pasar…tardan mucho en volver”.
Hasta aquí este texto viejo pero que conservo con cariño. Un puñadito de orientales se dio cuenta en aquellos meses de que se había entreabierto una rendijita y nos pusimos a hacer lo que cada uno podía desde el lugar en que estaba. Han pasado muchos años: después de esa época yo he tenido cargos y algún reconocimiento; sin embargo, lo galones que atesoro y las condecoraciones que guardo con estimación son los que en aquellos tiempos de riesgo la gente común, el ciudadano de a pie, confería en silencio, casi que con la mirada. Los otros socios de aquellas épocas que luego tuvieron cargos más importantes y recibieron honores más subidos que yo, estoy seguro que sienten lo mismo.
Publicado en El Telégrafo; Paysandú. Oct.2005.
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