Home Política Recuerdos y reflexiones a 75 años de la caída de Berlín  Julio A. Louis  
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Recuerdos y reflexiones a 75 años de la caída de Berlín  Julio A. Louis  

Recuerdos y reflexiones a 75 años de la caída de Berlín   Julio A. Louis   
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No tenía un año cuando estalló la segunda guerra mundial. Mi primera infancia transcurrió durante la misma y en un hogar de socialistas. Recuerdo la inquieta pregunta a mis padres: “¿los dusos son malos?”. Y me explicaban lo que se puede a un niño de esa edad: “No los rusos no son malos, los malos son los alemanes, los nazis”. Ya con cinco años, y en brazos de mi madre para que pudiera ver, con asombro observé en la Plaza Libertad un mar humano celebrando la liberación de París (1944). Y en un costado, cientos de alumnos del Liceo Francés con boinas rojas, blancas y azules, componiendo la bandera francesa.

La historia, como el ser humano, es una mixtura de razón y de pasión. Y aún al término de mi vida, me emociona oír hablar del Ejército Rojo, ver la bandera de la hoz y el martillo, y escuchar la Internacional, con ese “¡Arriba los pueblos del mundo, de pie los esclavos sin pan!”

La caída de Berlín el 2 de mayo de 1945, era prácticamente el fin de la Segunda Guerra Mundial, con la derrota de las potencias imperialistas fascistas, dos días después que Hitler se suicidara el 30 de abril. Quedaba solo Japón. La URSS que por razones geopolíticas (no abrir dos flancos a la vez) no había declarado la guerra a Japón (ni éste a ella) declara ahora sí la guerra y se dispara una carrera entre ella y Estados Unidos para ver quien vencía a Japón. Se ha explicado que las bombas atómicas estalladas contra Hiroshima y Nagasaki, más que contra los japoneses, ya aislados y vencidos, fueron bombas de advertencia que Estados Unidos lanzó contra la URSS, su futura potencia enemiga.

¿Cómo reaccionaba el mundo tras la algarabía por la derrota definitiva de ese nazi-fascismo? Volvamos a mis recuerdos infantiles. Un septuagenario vecino, batllista convencido, en 1945 puso en su casa un cartel de latón con tres figuras: Roosevelt, Churchil y Stalin, y las palabras “El triángulo de la paz”, lo que para mis seis años como para todo el pueblo uruguayo, era un homenaje a los vencedores. Dos años después, lo ví limando la imagen de Stalin ante mi asombro, porque uno de los “buenos”, de los vencedores, se transformaba en enemigo.

En el curso de mi vida he comprendido que la historia es zigzagueante, y que no siempre la humanidad avanza. Sí, el ser humano ha pasado de vivir en las cavernas en el paleolítico a la civilización actual. Sin embargo, mientras en el paleolítico se vivía la igualdad de la pobreza en el salvajismo, cuando no se producía, sino que se extraía de la naturaleza los recursos para alimentarse y vestirse, hoy vivimos en la inmensa desigualdad entre la extrema riqueza de la clase poseedora de los medios de producción y de cambio y la también extrema pobreza de gran parte de la humanidad; desigualdad que, en vez de disminuir, no cesa de aumentar.

Después, la Revolución Rusa se desvirtúa bajo el dominio de la burocracia, capa de trabajadores privilegiados, que sirve a la clase y que, a la vez, se sirve de ella. Luego la URSS actúa como otro imperialismo, pues en el “campo socialista”, en los años de reconstrucción de la posguerra, prevalece por su elevado desarrollo de las fuerzas productivas (años después la superan Checoslovaquia y la República Democrática Alemana o RDA). Y en tanto prevalece impone formas económicas, políticas y militares de tutela, las que son resistidas y motivan, incluso, rupturas: Yugoslavia al comienzo, China y Albania después. Por entonces se fundamenta la “división socialista internacional del trabajo”, entre países exportadores de productos complejos y simples, correspondiente en rigor al predominio del trabajo intelectual sobre el manual. Esta realidad se acompaña de agresiones y dominio sobre las “democracias populares”; a su vez, la humanidad vive la guerra fría entre las dos nuevas grandes potencias (EEUU y la URSS), la que no ha estallado en una tercera guerra mundial porque se ha impuesto, según la acertada definición del líder laborista galés Aneurin Bevan, “la paz del miedo”.

Pese a todos sus defectos, la URSS en pocos años supera su atraso y se convierte en potencia económica, política y militar, es pionera de la conquista del espacio, erradica el hambre, la miseria, el analfabetismo y la desocupación y asiste a la mayoría de las revoluciones liberadoras del Tercer Mundo. Aunque en pocas décadas, el “socialismo real” o “socialismo en estado larvario” se desfleca para desembocar en la derrota de la URSS y del supuesto “campo socialista”.

Así llegamos a 2020. Otra potencia (la República Popular China) pretende avanzar al socialismo en un proceso complejo que hemos expuesto desde las páginas de “Voces” en 2018. El dominante Partido Comunista sostiene que para crear las condiciones que posibiliten el socialismo, se debe jugar con las reglas capitalistas, en tanto imperan en el planeta, extrayendo lo positivo y desechando lo negativo.

Mientras tanto un capitalismo decrépito es responsable de las desigualdades y también de la destrucción del planeta, la “Madre Tierra” de los aborígenes americanos. Pero también en China se ha forjado un desarrollo a expensas de la agresión al medio ambiente. Y en 2020, la pandemia del coronavirus tiene mucho que ver con la ruptura del equilibrio ambiental.

Nunca la humanidad ha estado tan necesitada de sustituir al capitalismo, que no será destruido mientras la conciencia de los pueblos no pegue nuevos saltos de calidad.  Corresponderá a las nuevas generaciones defender los aciertos y superar los errores de las que las hemos precedido, elaborando políticas adecuadas.

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