La corrupción no es un problema reducido a los actores políticos, sino que quienes están en cargos de representación son un reflejo de los valores dominantes de una sociedad y de los criterios naturalizados para la toma de decisiones. Sin lugar a duda, tiene mayor responsabilidad quien puede provocar daños a mayor escala y por ello ponemos el foco en quienes nos representan y cuyas decisiones impactan sobre muchas más personas. La mentalidad dominante admira a quienes consiguen sus objetivos, persiguiendo sus intereses egoístas, por medios deshonestos, siempre y cuando no sean descubiertos. Hoy no se condena el egoísmo, sino que se enaltece, aunque se usen otros términos para elogiar a quien primero piensa en sí mismo antes que en el bien de los otros. Las crisis económicas y políticas son precedidas por una crisis moral.
El respeto a los demás es mucho más que buenos modos, sino que es condición esencial para el desarrollo de los vínculos humanos y para la convivencia social. Cuando falta el respeto a los otros, asoma el desprecio, el prejuicio, la intolerancia y diferentes formas de violencia. Varios analistas de la sociedad contemporánea ven en las faltas de respeto uno de los síntomas de una sociedad enferma, de una crisis de la civilización. Y de hecho, todas las injusticias y corrupciones se deben a la falta de reconocimiento del valor de la vida de los demás, del reconocimiento de su dignidad inherente, en una palabra: del respeto por el otro porque es persona, independientemente de su condición, su identidad, su posición social o su situación vital. Así lo definió Erich Fromm: “Respeto es la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse porque la otra persona crezca y se desarrolle tal como es”. Toda injusticia manifiesta una radical falta de respeto hacia quien la padece. Y cuando la falta de respeto se extiende a todos los niveles de la vida, desde la familia, la educación, el trabajo, y los medios de comunicación, no es de extrañar que la conducta política sea naturalmente irrespetuosa de la dignidad de los más débiles y atropelle naturalmente la vida humana.
Según un especialista en historia del Derecho, Aniceto Masferrer, la raíz fundamental de la falta de respeto a la dignidad de los otros tiene su causa en la hipertrofia del subjetivismo, de esa actitud narcisista que busca satisfacer el ego en todo lo que hace, dice o piensa, lo cual le lleva a creerse superior al resto y por ello a despreciar todo lo que no sea él mismo. En una sociedad hiper-emotivista donde los sentimientos personales tienen la última palabra, lo único que importa es “no herir los sentimientos”, pero la dignidad humana pasa a ser relativa.
“Sin respeto no cabe la confianza y el diálogo, claves en una sociedad plural y democrática. Y una sociedad que adolezca de un clima de respeto, confianza y diálogo, carecerá también de la paz y la justicia. Es una sociedad enferma. El resto constituye, pues, una condición imprescindible para una convivencia social pacífica y justa” (Masferrer, 2022, 144)
Etica pública y conflicto de valores.
La ética pública es el conjunto de creencias y valores compartidos y asumidos mayoritariamente por una sociedad, y son esos valores intangibles los que sostienen la confianza en las instituciones. Pero un problema que se ha agudizado es que, en sociedades polarizadas, adversarios políticos presumen de ser liberales, tolerantes y abiertos, al mismo tiempo que acusan a quien piensa distinto de dogmático, intolerante y peligroso. Es decir, se predica una actitud liberal que no se practica. Se es tolerante solo con quien piensa del mismo modo, o se presupone que solo los adversarios quieren imponer su moral, mientras que los propios son neutros y no imponen ninguna visión ética. Todo esto es muy ingenuo, pero pasa desapercibido muchas veces en las discusiones públicas, porque toda propuesta política se sostiene en presupuestos antropológicos y éticos. No hay proyectos de ley que no tengan una perspectiva moral de la vida como trasfondo. Pero los valores éticos de una sociedad no debería configurarlos el Estado, sino los propios ciudadanos. Lamentablemente en contextos de supuesta laicidad del Estado se imponen agendas morales como pretendidamente neutras, lo cual genera cada vez más conflictos sociales de resistencia a la imposición del Estado de una determinada perspectiva moral sobre cuestiones en las que no hay un consenso social. “La pluralidad se ha convertido en un paradigma teórico y formal, pero que no se materializa fácilmente en un auténtico respeto a la discrepancia” (Masferrer, 2022, p. 81).
Para que exista un sano debate de ideas y una madurez democrática, se necesitan ciudadanos más lúcidos y críticos, que cuando asuman cargos de gobierno no sean adolescentes crónicos enfrascados en batallas emocionales y blindados en su reputación de “iluminados”, sino que aprendamos todos a convivir con las diferencias y a crecer aprendiendo también de lúcidas oposiciones, a reconocer y respetar a los otros como seres merecedores de nuestra valoración, aunque sean adversarios políticos y no pensemos como ellos. El problema está en una inversión a largo plazo en toda la vida social y educativa, en fortalecer otros ideales que apasionen y no todo se reduzca a ampliar la libertad individual y vivir para sí mismo sin importar que sucede con los demás. Un primer paso es tomar conciencia de la crisis ética de sociedades que van perdiendo la confianza en los otros y donde el individualismo los va aislando y haciendo imposible pensar junto a otros el bien común.
Hannah Arendt y la recuperación de la política
Hannah Arendt (1906-1975) fue una de las grandes pensadoras del siglo XX, admirada y despreciada, pocas veces bien comprendida. Hoy cobra cada vez más actualidad y despierta más interés en los estudiosos de las ciencias sociales y de la filosofía política. Era consciente de que no era fácil ubicarla: “La izquierda piensa que soy conservadora y los conservadores piensan que soy de izquierda o inconformista o quien sabe qué. Pero a mí todo eso me tiene sin cuidado. No creo que las preguntas reales de este siglo puedan iluminarse con ese tipo de cosas”. Aunque pensaba con profundidad, radicalidad y rigurosidad, rehusó ser considerada filósofa, y expresó que su profesión era “la teoría política”.
Estaba convencida de que lo importante en la comprensión de la política no es estudiar las regularidades como hacen algunas filosofías y ciencias sociales. Pero a partir de la experiencia totalitaria descubre que hay fenómenos que no se comprenden desde esquemas anteriores de pensamiento. Se trata de “acontecimientos”, circunstancias que obligan a repensarlo todo, abandonando esquemas anteriores ya sean filosóficos o sociológicos. Para ella la teoría política es lo contrario de una ideología política, porque implica reflexionar sobre los acontecimientos singulares que irrumpen en la vida de los pueblos. En cambio, la ideología trata de confirmar regularidades prefijadas, no ayuda a comprender, sino que secuestra los hechos en un encuadre dogmático.
Recuperar el sentido.
Para Arendt no todo espacio público es inmediatamente un espacio político, lo cual nos muestra la complejidad y profundidad de su reflexión, pero intentaremos presentarlo de la manera más sintética posible.
Distingue tres actividades fundamentales para los humanos: la labor, el trabajo y la acción. Cada una de ellas se desarrollan en un espacio propio: la esfera privada, la esfera social y la esfera pública. La labor sostiene la vida biológica y se orienta por las necesidades, es la razón por la que construimos una segunda naturaleza, un mundo donde vivir. En cambio, la acción es la capacidad de introducir novedad, un nuevo comienzo, solo posible mediante el diálogo y la negociación con otros, por eso la condición de la acción es la pluralidad y la política. Porque para que exista la acción se requiere de un mundo compartido, la presencia de los otros con los cuales dialogar y discernir. Para que exista acción, para que haya libertad es necesaria la esfera pública donde se constituye el quién y lo que cada uno es, es espacio donde se rompe con el anonimato. Para Arendt la política forma parte fundamental de lo que somos, lo propio de lo humano lo encuentra en lo público, no en lo privado. Porque para ella lo más propio de la condición humana es la capacidad de introducir novedad en el mundo, de aparecer ante los otros. Para el pensamiento liberal la libertad es una condición natural, originaria en el ser humano, en cambio para Arendt es algo que hay que construir. Para ello es necesario caer en la cuenta de que la historia no tiene un guión prestablecido y que hay que hacerse cargo de lo recibido y de lo que creamos para las generaciones futuras.
Entre lo público y lo privado
La política no es para Arendt un peligro para la libertad, sino su posibilidad, porque gracias a la vida política los seres humanos pueden modelar el mundo mediante la palabra. Pero cuando se viven tiempos de oscuridad los seres humanos se encierran en la intimidad y pierden la capacidad de pensar sin darse cuenta.
La distinción que hace Arendt entre esferas pública y privada se basa en la tradición de la polis griega, donde la esfera privada se identificaba con la familia, con el hogar, donde no hay libertad ni igualdad, sino una comunidad de necesidades vitales, un refugio ante las inclemencias del mundo, frente a la dureza de la exposición pública. Y un grave problema para la política es cuando los intereses propios de la vida privada se extienden al espacio público y ocupan el lugar de lo que debería ser lo común. Lo público en cambio es el mundo compartido, un mundo creado por acciones, un espacio de memoria y de transformación.
Para Arendt la clásica distinción entre esfera privada y esfera pública se ha desdibujado en la modernidad por la aparición de otra esfera: la social, producto de las relaciones de mercado en una economía capitalista y por la aparición de la sociedad de masas, con modelos de conducta que le son propios. Para ella el crecimiento de la esfera de lo social hace que los intereses privados adquieran interés público y así la economía se adueña de la política. La nueva esfera de lo social afecta a la esfera pública y a la privada, y así lo político queda atrapado por lo social y lo privado queda reducido a la intimidad.
Una ciudadanía lúcida y comprometida
La crisis actual de la política está relacionada para Arendt con el eclipse del mundo común y que las personas se sientan extrañas a ese mundo público compartido, y así triunfa la sociedad de masas y el animal laborans, llevando al conformismo, el desprecio por la política y a la soledad de los individuos. El consumo ocupa el lugar de la acción, reducido todo a la satisfacción de necesidades.
Para Arendt la sociedad moderna es una sociedad de “laborantes” que “exige de sus miembros una función puramente automática, como si la vida individual se hubiera sumergido en el total proceso vital de la especie”. La acción, la vida política, se ha convertido en una experiencia para unos pocos privilegiados. En el olvido de la esfera pública como tal, entendida filosóficamente y no socialmente, Arendt se pregunta si tiene sentido hoy la política.
Porque para ella la dificultad para recuperar el sentido y la dignidad de la política, arraigada en la tradición griega, son la apatía y el conformismo ciudadano, la primacía de la individualidad por encima del mundo común. Se pregunta: “¿Qué estructuras políticas hay que puedan preservar la participación cívica sin la presión de los partidos?”. Si bien no propone un abandono de la democracia representativa, señala fuertes limitaciones del sistema que dejan a los ciudadanos fuera de toda acción política. La respuesta a la crisis para ella está que haya más vida política, con participación comprometida e intensa de la ciudadanía en los asuntos públicos.
Para Arendt la política si quiere recuperar su dignidad requiere una ciudadanía libre y crítica, dispuesta a mostrarse en público, deliberar y actuar, comprometida con el mundo y el mantenimiento de la pluralidad.
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*Este artículo es un extracto de dos anteriores publicados en la revista Diálogo Político (dialogopolitico.org): “Recuperar el sentido de la política” (Agosto, 2023) y “Es posible una regeneración de la política” (Noviembre, 2023).
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