“Señor Director: Leonardo Flamia dijo en Puro Rock que Benedetti está senil. ¿Cómo permite usted esto? Es de una impertinencia intolerable. ¿Qué tipo de periodistas contrata para estos asuntos?”
El párrafo con que comienza esta nota corresponde a la sección Llamadas al director del diario La República del 14 de enero de 2001. Fue una de varias respuestas, todas en ese tono, a un artículo que, quien escribe, había publicado en el suplemento Puro Rock del mencionado diario algunos días antes. Pero no era gratuito lo que, por aquel entonces un veinteañero Leonardo Flamia, había escrito. Benedetti, en el mismo diario, se había despachado con algunos juicios en que asimilaba la juventud con el rock, y a este género musical con la estupidez. Y más allá de lo que cada uno pueda pensar de cualquier género musical, afirmar que la juventud uruguaya de fines del siglo XX mayoritariamente escuchaba rock, y que por eso mismo era estúpida, simplemente ilustraba que quien lo decía no tenía idea de a qué se estaba refiriendo. Solo recordar que hace veinte años había un solo lugar en donde regularmente había toques de rock (el desaparecido Pub Perdidos, en Durazno y Yaguarón) y que prácticamente no se programaba esa música en las emisoras radiales sirve para entender que el autor de Gracias por el fuego estaba hablando de cosas que desconocía. La realidad en que vivía don Mario y en la que vivíamos quienes intentábamos defender la cultura rock montevideana a fines de los 90 y principios de los 2000 definitivamente no eran la misma. Los puentes estaban rotos.
Era pertinente hacer esa aclaración biográfica respecto al vínculo personal con este autor porque una de las cosas más interesantes de Nociones básicas para la construcción de puentes, espectáculo en que Jimena Márquez intenta acercarse a la obra de Benedetti, es que reúne a un grupo de creadores y creadoras de alrededor de cuarenta años (años más, años menos) que no temen asumir que parten de cierta distancia con la obra del autor de La borra del café. La distancia no es radical, salvo en un caso puntual, sino que el presente del elenco está lejos del momento en que frecuentaron a Benedetti. Y desde asumir esa distancia se construye un espectáculo en que la obra y la vida de Benedetti van apareciendo desde el respeto, sí, pero sin pleitesía.
Si damos un paso más, la distancia deja de ser de este grupo de creadores para ser generacional, hay algo que parece distanciar a la famosa generación del 45, a la que pertenece Benedetti, y la generación que nació a fines de los setenta y principios de los ochenta. Esa distancia se cristaliza en la obra cuando se plantea la autoridad, o no, para hablar de los años de dictadura. “Vos no podés hablar porque no la viviste”. Ese juicio, tantas veces dirigido por veteranos de izquierda hacia militantes más jóvenes, aparece como uno de los ejes de la distancia entre las generaciones. Ya no se trata de un escritor contra una determinada manifestación cultural, o de un escritor y la sensibilidad de un grupo de artistas que se reúne para rescatar su legado. Se trata de dos generaciones que tienen dificultad para encontrarse, incluso si determinadas ideas de emancipación social de hecho sí los encuentran en el mismo espacio.
Trazada la anterior distancia, se cuelan en el espectáculo situaciones individuales que acercan o alejan al elenco de Bendetti. Particular es la distancia entre Leandro Núñez, el actor que debe encarnar a Mario, porque su rechazo, escondido detrás de justificaciones no del todo convincentes, emerge luego directamente vinculado a la biografía del actor. Y si bien el de Núñez es el caso más explícito, el encuentro, o reencuentro, de cada integrante del elenco con Benedetti pasará por un reencuentro consigo mismos.
Pero así como hay situaciones personales y generacionales que facilitan o bloquean el acercamiento, también es cierto que hay algunas distancias que van más allá de lo generacional. Florencia Zabaleta lleva la voz cantante del reclamo hacia un espectáculo que recuerde a Idea Vilariño antes que a Benedetti. Y así naturalmente aparece una carta de Idea en que, desde el respeto de la amistad por supuesto, se critica la obra poética de Mario. La crítica a la verborragia superflua cuando lo central de un poema se concentra en unos pocos versos es tan certera como eficaz para valorizar algunos versos de los poemas criticados.
La obra se estructura como la bitácora de los ensayos para hacer un rescate a Benedetti que no logra concretarse. Dos actores y dos actrices que parten de asumir la dificultad para construir un espectáculo al que sin embargo están obligados por ser funcionarios municipales. El puente entre esta situación y la crítica mordaz que Benedetti realizó en su obra a la clase media de funcionarios públicos es el primero que se establece y el humor aquí es clave. Desde allí irán apareciendo momentos de la vida del autor y de su obra, con particular relevancia de Contra los puentes levadizos, una invitación a romper la lógica de encerrarse en las fortalezas de las certezas propias para establecer puentes con las diferencias, sean estéticas, sean generacionales.
Nociones básicas para la construcción de puentes termina siendo un acercamiento a la obra de Benedetti desde la dificultad, y por eso mismo es valioso, porque evita caer en lugares comunes, en el encumbramiento marmóreo, y también en la crítica injustificada. Desde esas dificultades se rescatan pasajes de la obra de Mario menos conocidos, y se establece una invitación, porqué no, a pensar en las razones por las que algunos puentes continúan levantados innecesariamente.
Nociones básicas para la construcción de puentes. Texto y dirección: Jimena Márquez. Elenco: Florencia Zabaleta, Stefanie Neukirch, Leandro Núñez y Fernando Vannet.
Funciones: sábados 21:00, domingos 18:00. Teatro Solís.
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