“No hay que tener miedo de los robots. Hay que tener miedo de los humanos
usando estas tecnologías de un modo no ético”: Shannon Vallor (1)
La inteligencia artificial -derivada de sistemas computacionales- es un desarrollo que altera íntegramente la sociedad. “En todos los momentos de grandes cambios tecnológicos, las personas, las empresas y las instituciones sienten su profundidad, pero a menudo están abrumadas por los mismos, por la pura ignorancia acerca de sus efectos”, asevera Manuel Castells, de la Universidad del Sur de California. Su tema es la instalación en sociedad de lo ligado a la robótica.
Las acciones no se circunscriben a lo laboral, sino que trascenderá terrenos; por ejemplo, la incursión en ámbitos militares con el desarrollo de más drones y teletropas, adhiriendo a su evolución para quedarse y cambiar el mundo. Tampoco es especulación pura pensar en aplicar la herramienta a los procesos judiciales: ya hay iniciativas en tal sentido. En definitiva, la aplicación -mediante robótica- muda y modifica gran parte de la existencia social.
La hispana Luz Rodríguez (2) desde su cátedra sostiene que el trabajo es muy importante, pero mucho más lo son los trabajadores y, por el momento, no existe la adecuada capacitación que requiere el mañana distinto.
Tras este inicio sinóptico, debe entenderse que los dichos nuevos instrumentos se vienen aplicando en la interfase contemporánea del capitalismo. Mientras, el futuro no se proyecta bien para el trabajador, cuando se predice que en los siguientes 15 años avanzará la robotización causando daños al movimiento sindical, a los asalariados y a un sinnúmero de profesiones individuales. El resultado ineludible -desde mi punto de vista- será el de la ampliación de la zanja entre el pequeño grupo que anhela y colabora por ofrecer un ilusorio camino al mundo sin trabajo humano -hoy una utopía conservadora- y otro mayor de los desocupados o aquellos que viven de labores marginales, eventuales, temporales, precarias.
El filósofo italiano Franco Berardi –Bifo-, refiriéndose a los trabajadores de tiempo parcial, sin horario, los llama «precarios»: el vocablo alude al tipo que no puede contornearse mediante reglas respecto a salario y duración de la jornada. “El capital no recluta gente, más bien compra paquetes de tiempo, separados por sus intercambiables y ocasionales sueldos […] El tiempo de trabajo se divide, se reduce a mínimos fragmentos que pueden ser acoplados y esta compactación hace posible que el capital cree constantemente condiciones de salario mínimo”, manifiesta. Empleos ocasionales, considerados en el presente al margen de cualquier aceptación, serán la norma -probablemente- que ocupe el tiempo de enormes masas de pobres y empobrecidos. En pocas palabras, todo hace suponer que en el futuro se incorporen robots al campo del trabajo como instrumento de la época al servicio de una provechosa modalidad capitalista.
El proceso de aplicación robótica, margina a los empleados en favor de herramientas mecánicas de forma que rindan o produzcan lo mismo o más, multiplicando el desarrollo del capital fijo al desechar el capital variable, representado por trabajadores humanos ante los que el patrón debería atenerse a reglamentos consensuados por normativas locales e internacionales. Al deshacerse de tal responsabilidad se incrementan los ingresos al no pagar sueldos y disponer de jornadas sin límites de tiempo; en resumen, crece la tasa de la ganancia. El «día de trabajo» es todo el día, uno tras otro, y el tiempo un concepto amplio.
Por ahora, los sindicatos observarán un frente caracterizado por avances tecnológicos en el proceso productivo y enfrentarán -al mismo tiempo- luchas contra el desempleo, la ocupación precaria y las desigualdades. Sin embargo, harán bien en ampliar su radio de acción a otro espacio que surge y amenaza con aplastar el mundo laboral; derivados de la inteligencia artificial puedo identificar dos: la robótica y la digitalización que la actual Covid-19 ha impulsado, siendo esto envuelto -desde posiciones retrógradas- en medios globalizados que, en ciertos casos, suman opiniones a cuestionamientos negativos sobre aquello que sea organizado sindicalmente.
Como paradoja, en medio de la debilitada situación de algunos, se deberá acoger el mayoritario temor de amplios sectores a perder empleos. Esa aprensión se confirma con las cifras prepandemia del Foro Económico Mundial al indicar que en el quinquenio culminado en 2020 desaparecieron 5.1 millones lugares de trabajo; en tanto, autores conservadores propatronales adelantan y festejan que en la presente década la mitad de los contratos serán ocupados por máquinas.
Según mi creencia, tengo la sensación que el trabajo- algo insustituible- cambiará al asalariado por un artefacto, en varios ámbitos, ofreciendo en ellos exclusivamente minitareas -seleccionadas entre enormes ejércitos de reserva- facilitando pagos reducidos a esos microtrabajadores que no tendrán donde recurrir.
Tal vez la operación que contrarreste la acción del sistema sea aquella que los mismos adelantos tecnológicos permiten: las formas comunicacionales. Así, quizá, aprovechando el ejercicio de est[RMR1] a herramienta -sin transitar por malos usos actuales que la devalúan- con sapiencia se podrá acceder a un renovado espacio, de orden digital, de agremiación.
En relación con el agrupamiento habitual, tradicional, exponen la formación de un rompecabezas laboral que prácticamente imposibilita el surgimiento de una propuesta común. Sin embargo, una forma de expresión conjunta, acotada y renovada tiene a su favor la no limitación del tiempo, del espacio y gran libertad ideológica, sirviendo a los más -que podrán ocuparla-, donde el colectivo pueda conseguir manifestarse sindicalmente, encontrando en esa vía el canal que le sirva de respaldo y convocatoria.
(1) Universidad de Santa Clara (California), Fundación para la Robótica Responsable
(2) OIT, docente española en la Universidad Castilla-La Mancha
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