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Sartre: ateo por amor a la libertad. por Miguel Pastorino

Sartre: ateo por amor a la libertad.  por Miguel Pastorino
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Jean Paul Sartre (1905-1980), filósofo, novelista y dramaturgo francés, fue uno de los grandes exponentes del existencialismo y del marxismo humanista. Fue un icono cultural en Francia y escribía en las cafeterías del barrio latino de París donde conversaba con sus alumnos. Siempre fue un referente para la juventud francesa y pensador clave del mayo del 68. Se involucró en política, recibiendo la influencia marxista, especialmente por el auge que tuvo el marxismo a partir de la guerra de independencia de Argelia (1954-1962). Sus dos obras filosóficas más importantes son el Ser y la Nada (1943) y el existencialismo es un humanismo (1945). Pero su filosofía está especialmente dispersa en sus novelas y obras de teatro, que son más claras y ágiles que sus textos específicamente filosóficos. Se le criticó bastante por su pesimismo, y por su concepción individualista de la libertad, por lo que llegaron a calificarlo de “intelectual burgués”. Pero en su acercamiento al Partido Comunista buscó reconciliar su existencialismo profundamente individualista con el materialismo histórico de Marx en la obra “Crítica de la Razón dialéctica” (1960), bastante compleja en su articulación, donde explica que el existencialismo es la antropología para entender al ser humano, pero para entender la historia necesitamos el materialismo histórico porque la realidad es dialéctica. Cuando se consiga el fin de la lucha de clases, así se podrá alcanzar la libertad planteada en su existencialismo.

El eje de su filosofía es la noción de libertad inseparable de la responsabilidad personal, donde el ser humano se construye a si mismo con sus decisiones. La libertad para Sartre es el elemento constitutivo del ser humano, no simplemente una capacidad. Para defender la libertad entiende que es necesario negar a Dios y solo en el ateísmo el hombre puede experimentar la auténtica libertad. Sus afirmaciones radicales y elevadas de la libertad nacen en una época en que se experimentaba con dureza la fragilidad de la vida, el absurdo de la existencia, ante la amenaza de los sistemas totalitarios. Dios aparece como un ser contradictorio, adversario del ser humano y amenaza para su libertad.

Aunque sus críticos encuentran serias contradicciones, idas y vueltas en sus planteos sobre Dios, Sartre llevó coherentemente su ateísmo hasta las últimas consecuencias: “El ateísmo es una empresa cruel y de largo aliento: creo haberla llevado hasta su fin”. Reconoce que “es muy incómodo no creer en Dios”.

Su madre era católica y le educó en la fe en privado, porque sus abuelos eran luteranos. Se manifiesta decepcionado por el mal ejemplo de sus abuelos, pero también que la religión no le dio lo que él esperaba: “en el Dios al uso que me enseñaron no encontré al que me esperaba en mi alma; necesitaba un Creador y me dieron un gran Patrón; los dos eran uno, pero yo lo ignoraba; sin ese equívoco yo habría sido fraile”. Y confiesa más de una vez que el conocer cristianos que vivieran mal su propia fe, que no hablaran de Dios, que la usaran para ostentar, que fueran incoherentes con lo que decían creer, le decepcionó muchísimo. “Yo corría el riesgo de ser una presa de la santidad. Mi abuelo me quitó las ganas para siempre”.

Una anécdota de su infancia que le marcó mucho en su “teoría de la mirada”, la narra así: “Había jugado con unos fósforos y quemado una alfombrita. Estaba tratando de arreglar mi destrozo cuando, de pronto, Dios me vio, sentí su mirada en el interior de mi cabeza y en las manos; estuve dando vueltas por el cuarto de baño, horriblemente visible, como un blanco vivo. Me salvó la indignación; me puse furioso contra tan grosera indiscreción, blasfemé, murmuré como mi abuelo: maldito Dios, maldito Dios, maldito Dios. No me volvió a mirar nunca más”.

 

No hay creador: La existencia precede a la esencia.

 

El carpintero al hacer una mesa se deja inspirar por un concepto, por una idea y una técnica que es anterior a la obra en sí, es la “esencia” de la mesa. De ese modo Sartre entiende que muchos han creído que el ser humano tiene una esencia conforme a la cual deberá ir configurando su existencia, su modo de actuar, de vivir. Y eso sería así si hubiera un Dios creador. Pero Sartre enfáticamente dice: “¡No hay Dios!” y el hombre existe antes de ser definido por un concepto o una naturaleza previa. El hombre surge en el mundo y se encuentra arrojado a la existencia y luego se va definiendo posteriormente, a medida que se va construyendo. Al comienzo el hombre no es nada, porque carece de una esencia previa que lo obligue a ser de determinada manera. El hombre es como él quiera ser, tal como se vaya realizando. Cada ser humano es un proyecto que se levanta sobre la nada y descansa sobre la libertad de quien va eligiendo.

Sartre imagina a Dios creando al hombre a la manera de un artesano que produce un objeto, manipulable al gusto de su creador. Por ello para Sartre la idea de un dios creador es la negación de la libertad humana. El hombre tiene que ser el único creador de su vida en nombre de su libertad y responsabilidad, y por lo tanto ha de ser el creador de sus propios valores según los cuales dirigir su vida. Está convencido de que el rechazo de Dios es condición absoluta para la realización humana.

Escribe en El existencialismo es un humanismo: “Todo está permitido si Dios no existe, y, en consecuencia, está el hombre abandonado, porque no encuentra en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse. El hombre está condenado a ser libre”.

El ateísmo para Sartre es condición fundamental de la libertad, porque no hay valores que legitimen nuestra conducta, sino que estamos solos con nuestra libertad. Estamos condenados a ser libres, a tener que decidir e inventar cada instante de nuestra existencia. La vida del hombre es una pasión inútil, un proyecto vacío, un sufrimiento sin utilidad alguna. El fracaso y la inutilidad de la trascendencia humana quedan confirmados por la relación con los otros, que es siempre conflictiva. El hombre es un ser para el otro, pero en el fondo siente la existencia del otro como un límite a su libertad, por eso “el infierno son los otros” dirá el personaje Garcin en su obra “A puerta cerrada”. Y si el otro es una amenaza a mi libertad, cuanto más lo será el Otro con mayúscula, cuanto más Dios y su mirada omnipresente sería humillante y opresora para una vida libre y responsable ante sí. Finalmente, una vida humana que se vive permanentemente en conflicto con el otro resulta ella misma absurda en cuanto que está condenada a la muerte, de modo que, tras expectativas y proyectos, nos precipitamos en la muerte, en el absurdo total.

“Dios no existe. No existe. ¡Alegría! ¡Lágrimas de gozo! ¡Aleluya! ¡Todo se acabó!… Os he liberado. ¡Ya no hay cielo ni infierno! ¡Solo está la tierra! (Sartre, Las Moscas, acto III, escena II).

Un dios del que todos deberíamos ser ateos.

Muchos críticos de Sartre entienden que se ha peleado con una caricatura del dios cristiano o con una versión demasiado infantil y determinista, con un “ojo que todo lo ve y controla”. De hecho, la concepción de la libertad y la responsabilidad que tiene Sartre es la misma que tienen otros filósofos existencialistas judíos y cristianos. Lo cierto es que, habiendo diferencias en sus visiones metafísicas y antropológicas, la concepción de la libertad que tienen es muy similar. Otros pensadores no necesitan negar a Dios para afirmar la libertad humana y su responsabilidad. Porque de hecho en el cristianismo el ser humano es libre y responsable de construir su propia vida y no hay determinismo posible con la idea de libre albedrío, salvo en algunas teologías de origen calvinista donde se defiende una idea de predestinación fatalista.

El escritor católico Julien Green después de asistir a una obra de Sartre (Las Moscas), escribe el 20 de enero de 1951: “El ateísmo del autor suelta aquí las riendas y no dudo de que puede perturbar a muchos espectadores, pero el dios que nos presenta Sartre es tan mediocre y limitado que fácilmente se comprende el ateísmo del autor respecto a un dios de ese formato. Si Dios fuera el dios de Sartre, yo sería veinte veces ateo, yo sería un ateo fanático de semejante dios. Pero, como tantas veces sucede, se ha equivocado de persona”.

Dios, ateísmo y libertad.

Para el judaísmo y el cristianismo Dios es la fuente y la garantía de la libertad humana, no su obstáculo. Dios crea al hombre libre, incluso para rechazarle o ignorarle. Pero hay que reconocer que experiencias religiosas concretas han sido y son actualmente negadoras de esta libertad fundamental y provocadoras de ateísmo, como en la propia vida de Sartre.

De hecho, analizando más profundamente sus escritos, Sartre estaba mucho más de acuerdo con el sentido cristiano de la libertad de lo que creyó y la riqueza de su filosofía, desplegada especialmente en novelas y otras de teatro, a menudo olvidada, es de una gran lucidez y profundidad. Tiene un estilo que provoca al lector a pensarse a sí mismo y al mundo en el que vive, a comprometerse con la realidad en la que se encuentra sin excusas y a asumir el peso de la responsabilidad ante las propias decisiones. Sartre en su negación de Dios, paradójicamente exalta un imperativo fundamental de la vida cristiana: ser responsable, hacerse cargo de la propia vida, hacerse cargo de las propias decisiones sin echarle la culpa a un destino prefijado por dioses o fuerzas sobrenaturales, asumir la propia existencia como proyecto en construcción. Y es que en la búsqueda de la libertad y de la felicidad, algunas formas de ateísmo, de negar una caricatura de lo divino son un paso liberador y honesto en busca de la propia condición humana y de alejarse críticamente de mentalidades que infantilizan.

En la vida de todo filósofo su experiencia concreta con la religión fue determinante en sus reflexiones sobre el tema. Al igual que Feuerbach, Freud, Marx o Nietzsche, el ateísmo de Sartre es un punto de partida, un postulado previo a cualquier análisis, y no una conclusión de su filosofía existencialista. Muchos otros filósofos existencialistas judíos como Martin Buber o Víctor Frankl, y cristianos como Gabriel Marcel o Lev Shestov, o incluso agnósticos como Karl Jaspers, llevaron la reflexión filosófica a preguntarse por el problema de Dios en una visión mucho más abierta, humanista y liberadora de la religión que la que Sartre conoció.

A pesar de la oposición que Sartre vio entre su concepción de la libertad y la creencia en alguna forma de divinidad, su análisis sobre la libertad tiene una gran actualidad y valor antropológico, tanto para creyentes como para ateos. Es más, tanto la visión existencialista de Sartre y la judeocristiana sobre la libertad son igualmente ajenas a toda forma de determinismo y visión fatalista de la existencia.  Y es que la libertad como la presenta Sartre es una verdad incómoda, porque nos recuerda que las circunstancias o nuestras pasiones nos condicionan, pero no nos obligan a tomar determinadas decisiones. No le podemos echar la culpa a ningún dios, ni a los astros, ni a la biología, ni a los demás, de nuestras decisiones. La libertad no se puede eludir: “El hombre no es otra cosa que lo que él se hace”.

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