¿Seguimos soñando con el mundial 2030?
En plena fiebre mundialista tenemos la oportunidad de ver lo que implica la organización de un campeonato mundial de futbol. Desde los estadios, el transporte, las locaciones para las selecciones y toda la tecnología imprescindible para los medios de comunicación. Ya en Brasil para 2010 se gastaron miles de millones de dólares, que trajeron aparejadas innumerables denuncias de corrupción, y en muchos casos terminaron en infraestructuras que jamás volverán a ser utilizadas. Se acaba de definir que los próximos mundiales en lugar de 32 selecciones deberán albergar a 48, de modo que serán mayores los requisitos para los países anfitriones. La semana pasada se votó que el mundial 2026 lo organizaran México, Canadá y Estados Unidos, tres países con un potencial económico muy importante.
Mirando la realidad regional, y no hablamos del fiasco de la selección argentina en Rusia, vemos un desafío enorme para organizar el mundial del 2030 con nuestros vecinos. ¿Justifica seguir hablando de este tema? ¿Es tirar la poca manteca de que disponemos al techo? ¿No tenemos problemas acuciantes a resolver en nuestro país en lugar de encargarnos de un mundial de futbol? ¿Puede ser prioritario invertir en estadios ante la situación de viviendas indignas en que se hacinan miles de compatriotas? ¿Es más fuerte el chovinismo nacional o el afán de lucimiento de algunos gobernantes que el realismo político? ¿Vamos a hipotecar la economía uruguaya para armar dicho evento? ¿Billetera mata mundial?
¿Qué podría malir sal? Por Alvaro J. Amoretti
Claro que podemos. No puede ser tan complicado. Apenas hay que hacer de nuevo el Estadio Centenario, construir al menos otro escenario FIFA con capacidad para 40 mil personas sentadas, asegurar alojamientos, concentraciones y campos de entrenamiento de primer mundo para las selecciones que jueguen en nuestro país y pensar, de paso, en qué haremos con todo eso una vez que la Copa del Mundo de 2030 haya quedado atrás.
Tiene que ser fácil convencer al mundo de que nosotros, que no podemos cuidar ni un cajero automático, seremos capaces de garantizar la seguridad de mandatarios, dirigentes, mega estrellas, periodistas y aficionados durante su estadía en Uruguay. Que a esa gente nadie le va a robar el celular por la calle, ni a romper el vidrio del auto, ni a arrancar una cartera o un bolso, ni a arrebatar una cámara fotográfica, ni a balear por 5 dólares. Que nuestros servicios de Inteligencia están perfectamente preparados para detectar a tiempo y abortar cualquier intento de ataque terrorista. Y que nuestras autoridades van a poder hacer todo eso y, a la vez, mantener la seguridad de todos los ciudadanos que viven en el país. Claro que se puede. Nadie puede dudarlo.
Recursos hay. Hoy pareciera que no, porque tenemos un déficit fiscal cercano a cuatro puntos porcentuales del PIB. Porque no hay dinero para la educación, para la salud, para construir viviendas o para todo lo que pide el PIT-CNT. Pero falta tiempo y todos sabemos que las cosas se van a arreglar. Cuando llegue el momento, habrá plata para eso, para todo lo que demande una Copa del Mundo y hasta para mejorar nuestra infraestructura, tener un transporte público del nivel que esperan quienes nos visitarán y quizá hasta para construir un subterráneo en Montevideo o hacer finalmente la demorada vía rápida en el amplio cantero central de Avenida Italia. Por supuesto que sí.
Hay que convencerse. Podemos. Claro que podemos. Tenemos todo lo que necesita para ser sede de una Copa del Mundo. Y lo que no tenemos, aunque sea mucho, lo vamos a hacer. Juntos, como hacemos todo. Organizados, como es nuestro estilo. Rápido, porque así somos. Y bien hecho, porque si algo nos caracteriza es nuestra cultura de trabajo, nuestras ganas inquebrantables de hacer las cosas como deben hacerse, y nuestra determinación a la hora de saltear cualquier obstáculo.
Sabemos cuáles son nuestros grandes diferenciales. Hacer grandes obras públicas sin gastar más de la cuenta. Trabajar día y noche, sin parar por cualquier nimiedad ni andar mirando el reloj. Convocar siempre a los mejores, vengan de donde vengan, sin mirarles el pelo o el color de la camiseta. Y avanzar dejando de lado intereses particulares o mezquinos corporativismos. Señores de la FIFA, los uruguayos estamos prontos para ser sede de la Copa del Mundo 2030. Denos la oportunidad de demostrarles que estamos a la altura del mayor acontecimiento global.
Después de todo, ¿qué podría malir sal?
VOLUNTARISMOS, ¡NO! por Isabel Viana
La pregunta es si Uruguay debe o no persistir en la intención declarada de organizar la Copa Mundial de Fútbol “Centenario 2030” con Argentina y, eventualmente, Paraguay. El conjunto de interrogantes apunta claramente a la inconveniencia de hacerlo, y algo similar parece decir el sentido común… tan poco presente en algunas bien intencionadas macro iniciativas de nuestros gobiernos.
Las buenas intenciones no bastan. Los voluntarismos, tampoco, aunque emerjan de las altas voluntades presidenciales. Lo demuestra lo invertido en propuestas no debidamente evaluadas ni planificadas, como el puerto de aguas profundas, la regasificadora, antes, el gasoducto, la planta de Punta del Tigre, las obras a realizar para posibilitar que UPM2 medite si se va a instalar o no en nuestro país. Todas esas obras han implicado ingentes gastos que sólo demostraron la inviabilidad de esa forma de encarar una iniciativa.
Para organizar un Mundial, Uruguay cuenta con el enorme capital de la adhesión de su población a consumir futbol y a vivir los partidos con la intensidad de estar presenciando gestas.
Es también un capital el que en el 2030 se cumple el centenario de la primera Copa Mundial de Futbol, realizada en nuestra tierra y ganada por el equipo uruguayo. Vale que queramos festejarlo. Montevideo fue designada como sede del primer Mundial de Futbol en mayo de 1929. De inmediato se designó a la comisión Administradora del Field Oficial (CAFO). En julio de ese año se designó al Arq. Juan A. Scasso. ES también capital uruguayo la hazaña de haber planificado y construido el Estado Centenario en menos de un año, salvando todo tipo de dificultades. El Estadio se inauguró el 18 de julio de 1930, conmemorando el centésimo aniversario de la Jura de la primera Constitución de nuestro país. En estas épocas en que todo requiere la presencia de técnicos y fondos extranjeros, es muy bueno recordar esa obra fue pensada, ejecutada y financiada por uruguayos. Sería muy grato que se pudiera repetir la hazaña de un país que se hizo así responsable de albergar una competencia mundial.
Para hacerlo seriamente hoy es necesario un nivel de planificación y capacidades de ejecución que parecen ausentes.
Por lo pronto es imprescindible un balance serio, responsable y debidamente auditado de factibilidad de llevarlo a cabo, en relación con las demandas contemporáneas de una copa mundial. No sólo habrá que construir estadios: habrá que pensar en alojamientos adecuados para delegaciones y público, en movilidad (aeropuertos suficientes, rutas adecuadas, trámites ágiles que habiliten movimientos internacionales, etc.), hacer previsiones para la alimentación de miles de personas y, sobre todo, coordinar todos esos campos de actuación para generar las condiciones para la satisfacción de las demandas previsibles.
Es también imprescindible analizar la economía del evento y sus finanzas. Se mueve mucho dinero en una copa Mundial. Para poder reclamar y defender los beneficios del país, es necesario un riguroso análisis de antecedentes (otros países y otros mundiales recientes) y la elaboración de un estudio económico y financiero serio y detallado, donde se detallen los posibles gastos y ganancias para el país y para los privados involucrados. El dinero que se invierta debiera ser recuperado y sumársele ganancias, para que la operación valga la pena.
Es necesario también evaluar el futuro de las obras realizadas: cuales serán aprovechables para en la vida futura del país y cuales serán pesadas cargas en adelante (por su sub uso presumible y sus requerimiento de mantenimiento).
Necesitamos también conocer (con plena transparencia) y evaluar la seriedad de la propuesta Argentina y, si se acepta su ingreso al grupo organizador, de Paraguay. Si se rompe una pata de ese trípode, el conjunto cae.
No se trata de voluntarismos, chauvinismos o pasiones. Hay que separar el éxito o fracaso de nuestro futbol en competencias mundiales de un emprendimiento de esta escala.
Sólo debe analizarse seriamente, por parte de quienes tienen la responsabilidad de construir el futuro del país, si el evento es bueno para o si no lo es, para poder tomar decisiones adecuadas.
Ni un Joule en el mundial por Alejandro Sciarra
El 27 de setiembre de 2017, se nos pedía desde VOCES que escribiésemos sobre este mismo asunto. Hoy, nos piden que revisemos nuestra posición.
Cuando escribo, intento hacerlo para no arrepentirme. Dejo de lado emociones (cuando puedo), intento ser justo y coherente. Y si bien cambiar de opinión es sano (aunque en Uruguay sea pecado), no será este el caso, por lo que reescribiré exactamente lo escrito hace nueve meses y agregaré una pequeña conclusión.
“La experiencia uruguaya en organización de un mundial de fútbol se remite a 1930 y trece equipos. Hoy son cuarenta y ocho y algún que otro cambio de realidad.
Si organizar una Copa Mundial es un sueño, o un delirio… ¿Quién no tiene sueños delirantes? Claro que hospedar un mundial es un sueño.
Pero Uruguay no cuenta hoy en día con un sólo estadio que cuente con las condiciones requeridas por la FIFA para un encuentro mundialista. Todos los estadios requerirían inversiones verdaderamente importantes. Ni cuenta hoy con la capacidad hotelera (Montevideo cuenta con trece mil camas y la FIFA exige sesenta mil solo para delegaciones), ni con capacidad de transporte aéreo suficiente (FIFA exige que los traslados de selecciones entre sedes sean por aire).
Sin ánimo de entrar en análisis de costos y simplemente para tener una referencia, Alemania (que ya contaba con una infraestructura demencial) debió gastar en 2006, entre 48 y 280 millones de euros en la remodelación de cada uno de sus estadios (sólo en estadios). Si queremos habilitar cuatro estadios en distintas ciudades, porque debemos tener una sede por ciudad, el costo será y no tengan dudas, de varios cientos de millones de dólares. Y esto sin empezar a hablar de mejoramiento de espacios públicos, seguridad, transporte, recursos humanos y demás. Recordemos que Uruguay tiene un PBI de aproximadamente 52.000 millones de dólares. Co-organizar un mundial con Argentina nos costaría al menos US$ 1.000 millones. Hablamos de reventarnos casi el equivalente de un 2% del PBI en un mes de fútbol. Y de qué hacemos con esos estadios después, ni hablemos…
Pero más allá del esfuerzo económico que supondría, asumo que si queremos organizar un evento de esta magnitud, queremos además, que resulte de calidad. Y acá va la opinión personal que supongo el Editor pretende. No contamos con idóneos. En 2010, en Zurich, Blatter anunció a Qatar como sede del mundial del año 2022. Doce años antes.
Uruguay empezó con este bolazo, para variar, con una “cumbre” Mujica-CFK en 2011. ¿Saben cuánto se avanzó? Exacto. Eso que están pensando.
No hay gente con experiencia en el tema trabajando ya en esto. ¿Alguien está negociando ya mismo con las marcas, para que comiencen a poner la plata, o la idea es sacarla del bolsillo de la gente? Porque si esto no se empieza con tiempo, y piensan ir cuatro o cinco años antes a pedirle a CocaCola, a Adidas, a Nestlé que desembolsen sus millones de golpe… Tengamos en cuenta que la fiesta nos costaría más que la capitalización de ANCAP.
Festejar está bueno. Pero si tengo que decidir entre la educación de mis hijos y tirar la casa por la ventana por mi cumpleaños, mejor festejo en familia.
Y cuando escucho a Vázquez soñar con ser sede del mundial, y lo veo poniendo así sea solamente “un Joule” de su energía en esto, sueño con que vaya a poner ese Joule en la lucha contra la droga que está destrozando generaciones, o en la educación, porque si un 80% de los uruguayos no termina el liceo, la crisis educativa es de proporciones catastróficas.”
Cuando escribí esta nota, un nuevo ser humano comenzaba a gestarse. Hoy ya es un neonato. ¿Saben cuánto se avanzó en la organización del Mundial? Por supuesto que nada.
Hace un par de semanas, el CODICEN anunciaba que en octubre de 2019, se inaugurará una escuela en Casavalle. Sí, en octubre del año que viene (un mes antes de las elecciones). Ante un periodista que llamaba la atención sobre el hecho, el Consejero de ANEP Pablo Caggiani aclaraba que la escuela “se está gestionando hace diez años”. Señores, diez años para hacer una escuela cuya inauguración se anuncia con un año y medio de anticipación. ¿Siguen creyendo que de aquí a doce años podemos organizar un mundial de fútbol?
La garra no es charrúa por Andrés Copelmayer
El gran campeón olímpico y mundial de fútbol, Don Juan Peregrín Anselmo, nos enseñó a los gurises del barrio que la “garra charrúa” no era uruguaya ni indígena sino oriental y migrante. Ya retirado en su humilde casita de Felipe Cardoso, disfrutaba vernos chambonear con la globa. En la languidez de aquellas gloriosas tarde de verano, después del fulbito, este autodidacta poeta de la vida nos juntaba para contarnos historias. Pícaro, usaba el crepúsculo para bajarnos línea, sabiendo que esperábamos ansiosos su fascinante clase nocturna sobre las estrellas. Sentado siempre en el mismo cajón de madera, según él para recordar que donde se crió no había sillas, una tarde nos contó que la garra no era charrúa sino que parió artiguista. Para ser más claro, con un ticholo en la mano, nos dijo que la garra surgió en el éxodo oriental, cuando la pueblada tenía que ¨sacarle jugo a un ladrillo¨ para comer. Según Don Peregrín, los inmigrantes europeos que llegaron al puerto de Montevideo con una mano atrás y otra adelante, consolidaron el paradigma de que tener garra es hacer lo imposible por sobrevivir ante la adversidad. Algo de cierto hay. Aún hoy miles de uruguayos nos motivamos más con lograr lo imposible que resolviendo lo fácil. Parafraseando la nueva canción de Jorge Nasser “Parque Saroldi”, esa sencillez del: ¨yo te la paso a vos, vos pasamela a mí”, nos complica la existencia. Alienados por el magnetismo de superar la lógica de tiempo y espacio, con falsa modestia, nos excita la megalomanía de ganar lo imposible y con gloria. Es un delirio organizar un mundial de fútbol con 2 sedes, en Montevideo y Maldonado, tal como se ha propuesto. Según información que me brindó el arquitecto Carlos Arcos (proyectista y director de obra del estadio mundialista de Curitiba); reacondicionar el Estadio, el Campus y la infraestructura y logística de ambas ciudades; implicaría un costo mayor a los 3.000 millones de dólares. No estamos en condiciones de realizar una inversión de esa naturaleza, que ya se verificó tiene bajos retornos económicos y sociales. Sin embargo, el mundial del 2030 no es cualquier mundial. Es el 100 aniversario de una gesta política, social, arquitectónica, diplomática y deportiva. Tributo a un Uruguay innovador, atrevido, inspirado y libertario. Nuestra década del 20 fue la de los «años locos». Con el liderazgo de don Pepe Batlle llegó la prosperidad económica, mejores condiciones de vida, y un fluido intercambio con el exterior, transformadores de la sociedad uruguaya. Montevideo concentró la población y los cambios. Nuevos barrios con asfalto, espacios verdes y edificios. Surgieron el Parque Rodó, el de los Aliados, el monumento a Artigas en la Plaza Independencia y el Palacio Legislativo. Deleitados con la narrativa vanguardista de maestros como Paco Espínola, Juana de América, Morosoli, Justino Zavala Muniz y Liber Falco; el impulso educativo imperante construyó la Facultad de Medicina, el edificio de la Universidad y el Instituto Vazquez Acevedo. También importaba la salud y el estilo, construyéndose el Hospital de Niños y el Militar. En 1928 se inauguró el icónico Palacio Salvo. El espíritu reformista, democrático y modernizador, propició el desarrollo de las clases medias en un país cuya economía permitía una intensa movilidad social. Esto cambió los hábitos austeros de consumo y surgieron las grandes tiendas y los “reclames”. La mujer ganó en derechos y libertad. Se cortó el pelo a la garçon, usó pantalones, comenzó a fumar, a estudiar y a trabajar con salario, y se fue a la playa sin preguntar. Movimiento colectivo y transversal que fecundó la justa conquista del voto femenino. En medio del fervor por las orquestas, el cine y el teatro; el espectáculo popular predominante comenzó a ser el fútbol,que atraía multitudes. En esta década Gardel ganó fama internacional, popularizó el tango y se anticipó una punta de años a Los Beatles, generando movidas culturales de masas, alimentadas de una idolatría pasional sin límites. Como nos recuerda la historia, el Mago también cantó para los futuros campeones del 30 concentrados en la sede de River Plate.
Por eso soñar con coorganizar el mundial 2030 sería un tributo antropológico y social a una generación destacada de uruguayos. Hombres y mujeres que ganaron la copa, lograron la hazaña de construir el estadio en tiempo récord, y privilegiaron la unión del deporte por sobre las heridas de la guerra y las hambrunas de las crisis socio económicas que afectaron Europa y EEUU. Por mérito propio nos posicionamos en el mundo como un país dinámico y progresista, por lo cual ser sede del Mundial 2030 excede la significación marketinera de globalizar nuestra marca país.
Para resolver el dilema de querer y no poder, apelo a la definición de ¨garra¨ de Don Peregrín: no cejar en intentar que el ladrillo destile zumo. He dialogado con quienes postulan a Uruguay como sede del mundial 2030 junto a Argentina y Paraguay. Entendí que con las exigencias de la FIFA, hay una sola opción: jugar la carta secreta de ¨la gran Pelegrín¨. O sea, participar si y solo si se nos permite organizar exclusivamente dos partidos en el Estadio. El inaugural y la final. Ello implica hacer 3 grandes inversiones: remodelar el Estadio Centenario y sus alrededores; ampliar la terminal de buses; y modernizar la movilidad e infraestructura vial y de Montevideo. De todos modos esta última inversión capitalina, ya en curso, es impostergable para mejorar la calidad de vida de la gente que habita la ciudad, con o sin mundial. Igual es mucha money. Evocando a Don Peregrín, imaginemos por un instante que el ladrillo es la FIFA, y el jugo es el dinero que necesitaríamos que aporte para la costosísima remodelación patrimonial del Estadio Centenario. En este punto confío en la capacidad oriental dirigencial para convencer a las autoridades FIFA de poner el huevo y la gansa. Siendo una de las mayores empresas del mundo, puede aportar sin dolor migajas de los 734 millones de dólares de ingresos que obtuvo en el ejercicio 2017, para remozar nuestro estadio y erradicar para siempre la eterna lagarta que regularmente se mastica el pálido verde césped de nuestro máximo escenario deportivo. ¿Por qué razón FIFA pondría el dinero? Simple, el Estadio Centenario es el único declarado por esta organización Monumento al Fútbol Mundial. Espacio simbólico devenido en patrimonio intangible de la humanidad, donde la competencia deportiva entre países sublima el hambre de poder, la sed de conquista y el fuego de las armas. Si logramos que Uruguay solo organice el partido inaugural y la final, y que la FIFA aporte el jugo necesario para pegar los ladrillos que restauren al Estadio; el costo se reduciría muchísimo. Cálculos preliminares sobre la inversión que demandaría la construcción del resto de la infraestructura vial y urbana requerida, estiman disponer de unos 500 millones de dólares. Cifra más accesible, enmarcada en una inversión que incluiría algunos retornos económicos y sociales, colaborando también a revalorizar nuestra autoestima en su justa medida. Ni cracks ni parias. 500 mill. de dólares: ¿son mucho o poco dinero para Uy? Depende del parámetro comparativo. Es demasiado si se considera que con ese monto se construirían 250 escuelas de tiempo completo con equipamiento de avanzada. Pero esos mismos 500 mill serían rentables si se tiene en cuenta que es la suma que todos los uruguayos aportamos anualmente para sostener el déficit de la Caja Militar. Régimen que injustamente privilegia con beneficios extraordinarios exclusivamente a los oficiales retirados de mayor rango.
Confío que prime la garra oriental y migrante de Don Peregrín Anselmo, que nos permita exprimir miel al ladrillo del mundial 2030.
¿Gol en contra? por Melisa Freiría
Antes que nada, pienso que serían contados los países donde la organización de un mundial sea su prioridad; sin embargo se postulan las candidaturas a ser sede, a pesar de conllevar riesgos importantes y escasos beneficios en lo que refiere a lo económico.
Es lógico a la hora de evaluar la conveniencia de realizar estas enormes inversiones, pensar en las materias pendientes que tenemos hoy en día y que no se han podido resolver desde hace más de diez años, como es la reforma educativa, por citar un ejemplo; sin perder de vista los desafíos que seguimos teniendo como país en vías de desarrollo, en materia de pobreza, inclusión y desigualdad.
Sabemos que ser sede implicaría cumplir con los estándares establecidos en cuanto a seguridad, hotelería, infraestructura, servicios de salud, movilidad, etc.Algunos de los cuales ya plantean problemas hoy en día en nuestro país y supondrían un desafío enorme. Cabe preguntarsede dónde vendrían los recursos para las inversiones necesarias, ya que además la FIFA establece también algunas condiciones que buscan exenciones fiscales y fuerte participación del sector privado. Si tomamos como referencia las experiencias pasadas, esto último en Brasil significó serios problemas de corrupción, y en general se produce un endeudamiento a futuro que lo terminan padeciendo otros gobiernos, y toda la sociedad. El reparto de las ganancias también viene pactado con la FIFA y suele ser esta multinacional la que se lleva la mayor parte y no el anfitrión, que organiza el evento en buena medida financiado por toda su sociedad.En este punto creo que las inversiones realizadas deberían beneficiar directa o indirectamente a todos, no solo a unos pocos.
Igualmente, tenemos que dimensionar que Uruguay puede ser la excepción a esta regla de “mucho esfuerzo y magros beneficios”. Compartiríamos la sede y sólo tendríamos a cargo dos estadiossin la responsabilidad de albergar a las 48 selecciones con los complejos deportivos, hoteles y estadios que eso requeriría. Pero sí reviviendo y haciendo honor a aquella primera sede mundialista donde supimos dar la vuelta.
La organización de un mundial no es una inversión más. Eventos de esta magnitud traen aparejados ciertos cambios en las dinámicas sociales, políticas y económicas. En los años previos se producen shocks de empleo, crecimiento del PBI, y más importante aún, un derrame positivo sobre toda la economía que no sólo tiene que ver con números. No olvidemos que el desempeño de la selección durante un Mundial tiene un efecto en la aprobación de la gestión de su Gobierno, y que el país en cuestión pasa a estar en el ojo de todo el mundo. No hay propaganda de “Uruguay Natural” que se pueda comparar a ser sede de un evento de estas dimensiones internacionales. Pienso que se debe planificar profundamente y diseñar una infraestructura que se pueda aprovechar para otras actividades sin quedar obsoletas. En ese caso quizás la mayor ganancia que podríamos obtener de todo esto, es fomentar de manera única la “marca país”, el turismo no sólo en el mes del mundial sino que a largo plazo, el reconocimiento como uno de los países más prometedores de la región y con una historia desafiante detrás.
Difícil y Ojalá por Gonzalo Perera
- Desde Suecia 1958 en adelante, nunca se realizó dos mundiales consecutivos en el mismo continente. La FIFA acaba de aprobar como sede del Mundial 2026 a Canadá, México y USA. En caso de asignar la sede 2030 a Argentina, Paraguay y Uruguay, estaría rompiendo esa tendencia. La cual no es antojadiza: el deporte más global, y los inmensos negocios que van junto a él, requieren que la gran fiesta del Mundial recorra todo el planeta para generar euforias, adhesiones, nuevos seguidores del deporte y nuevos clientes para muchos productos.
- Más allá de esta tendencia, la decisión sobre sedes es básicamente materia de estrategias de marketing. Los mercados que para el fútbol sean aún emergentes o no consolidados y con gran potencial económico, son los sitios ideales en tal sentido. No es nuestro caso.
- La publicidad actual de FIFA muestra a aficionados al fútbol de diversas culturas adoptando buenas conductas. Evidente esfuerzo de FIFA por romper la sombría imagen que quedó como legado de la era Havelange-Blatter, Quizás por eso, tomar una decisión más idealista y de fuerte apuesta, como realizar el Mundial 2030 donde todo comenzó, podría ser posible. Pero FIFA requiere certezas sobre las capacidades organizativas, financieras y económicas, y la situación actual de Argentina no es señala previsibilidad y tranquilidad. En definitiva, es difícil que el Mundial 2030 se haga en nuestros lares.
Ahora bien, suponiendo que fuera posible, la pregunta es: ¿Es deseable?
Los mundiales suponen gigantescas inversiones, en general de origen diverso que generan gran cantidad de plazas de trabajo fundamentalmente en construcción y adecuación de infraestructura (deportiva y general) que sobrevive al evento. El mundo entero se entera del país, se generan aluviones de visitantes. Puede ser un gigantesco impulso a diversos sectores de la economía con impacto directo en trabajadores, pequeños comerciantes, etc.
Se puede decir que el dinero que se vuelca a un mundial tendría mejor destino si se invierte en Educación o Salud. Eso es indiscutible. Pero es una falsa oposición, pues los actores privados que invierten en FIFA y los Mundiales, no invierten en políticas sociales. La oposición real se daría en los fondos que el Estado debería comprometer para hacer viable el Mundial. Sinceramente no imagino al Uruguay actuando al respecto de manera aventurera.
Y en realidad, habría que plantear todo el tema en otros términos. El enorme esfuerzo que hizo Uruguay en 1930 apoyando (a niveles astronómicos para la época, tras la crisis de 1929) el sueño de Jules Rimet , amerita que la FIFA haga en Uruguay el mundial sin pedirle casi nada a cambio, buscando financiación ad hoc. Eso sería estricta justicia y un mínimo de buena memoria. Virtudes ambas escasas en el mundo, por lo que tal gesto parece una enorme utopía. Pero de utopías vive el hombre, y suele avanzar gracias a las mejores aproximaciones a ellas que logra viabilizar.
T L C G O L por Esteban Pérez
La cultura del pueblo se compone de muchas cosas que tallan su idiosincrasia. Una de ellas es, sin lugar a dudas, el fútbol; aún aquellos que desde una visión intelectual desdeñan la emotividad futbolera, si ponen con sinceridad su mano en el corazón lo sentirán latir en forma diferente cuando juega la celeste. La potencialidad de esa característica del pueblo uruguayo trasciende los mundiales y los clásicos de los tradicionales rivales. A un eminente médico, por segunda vez presidente de la República, se le ocurrió apostar al boxeo como forma de combatir la drogadicción. Pero desde nuestro punto de vista le erró el bizcochazo porque el boxeo, si bien sirve para descargar violencia, es también un deporte individual que enseña a lastimar al contrario.
Mientras el Presidente impulsaba este método, desde siempre y a lo largo y ancho del país, en cuanto campito se presta para ello, muchos uruguayos dedican honorariamente su tiempo libre en promover el baby-fútbol. El fútbol es un señor deporte para aprovechar nuestra idiosincrasia formando a nuestros niños y niñas, no sólo deportivamente, sino a trabajar en colectivo, a lograr triunfos no individuales sino producto del esfuerzo común, integrador, generador de amistades y jornadas de convivencia entre botijas de distintas localidades. También en torno a las canchitas, los adultos deben organizarse para cubrir los gastos haciendo que no hayan jugadores de 1ra. Y de 2da., porque el bolsillo no permite que todos coman igual y tengan el correspondiente calzado.
¡Qué oportunidad se está perdiendo el MEC de apoyar como parte de la educación, esa titánica tarea que vemos en los barrios y villas pobres, llevado adelante como se pueda por parte de padres y vecinos!!!
Daría para mucho más el desarrollo de este tema enfocado desde el siguiente punto de vista: el fútbol herramienta para crear comunidad y cimiento de poder popular.
La clase dominante no sólo de nuestro país sino del mundo, hace también su lectura de este fenómeno en torno al fútbol, ya no como aporte liberador sino como instrumento de dominación: utiliza el fútbol como poderosa arma de enajenación a través de la cual promueve el consumo de “marcas” y moviliza cada cuatro años enormes capitales ociosos, afectando todos los resortes de la economía, desde el transporte, la educación, el turismo y todo lo que se nos pueda ocurrir.
Es también utilizado como forma de ahorcar a pueblos que con idiosincrasia parecida a la nuestra, prestan su territorio para la mayor fiesta futbolera, como fue el caso de Brasil que se endeudó y corrompió corriendo atrás de los faraónicos estadios que se le exigían. Las derechas del mundo han sabido aprovechar las grandes instancias deportivas cuando necesitan tener anestesiados a los pueblos, a los efectos de darles un guascazo en los bolsillos o llevar adelante políticas entreguistas.
La dictadura cívico-militar supo también organizar el Mundialito para ahogar los gritos de los torturados y la angustia de los familiares de los desaparecidos. Los sucesivos gobiernos blanqui-colorados nos han “vacunado” en las fiestas de fin de año o en eventos deportivos de envergadura. El Frente Amplio en el gobierno se ha convertido en eficiente enfermero vacunando al pueblo uruguayo y a los frenteamplistas de a pie, con la puñalada artera del TLC y seguramente en el transcurso de los próximos días, vendrán otras sorpresitas…
Si las clases dominantes utilizan los eventos deportivos para dominar a los pueblos, ¿a qué clase social, en los hechos concretos representa hoy el Frente Amplio?
Fútbol, negocio y cultura por Oscar Mañán
Los candidatos del Cono Sur a organizar el mundial 2030 son países donde el fútbol es un activo cultural mayor que en cualquier otra parte. El problema resulta la estabilidad económica, y tal vez política, difícil de prever con tal horizonte. Un evento de tal naturaleza exige una planeación estratégica de muchos años, pero dado el nivel de endeudamiento, los déficits fiscales, hoy día no lo hacen predecible. Además, cuestiones geopolíticas y nuevos competidores (Marruecos, Inglaterra-Gales-Escocia-Irlanda, y la misma China) lo alejan aún más.
Los mundiales exigen una infraestructura y un esfuerzo económico al servicio del show mediático, y de la más grande multinacional del deporte (FIFA) y sus filiales que se hace difícil evaluar en toda su magnitud. Los datos disponibles apuntan que el costo de la organización mundialista de Alemania 2006 fueron 3,4 mil millones de dólares (mmd), para Sudáfrica 2010 los montos se elevaron 4,2 mmd y en Brasil 2014 logró su climax.
El mundial brasileño fue el de mayor costo, un país continente, cuya economía es la novena del mundo por su producto. El detalle muestra que demandó 13,2 mmd (28,6 mil millones de Reales). Por supuesto, la movilidad urbana, infraestructura de estadios, aeropuertos, seguridad, puertos y telecomunicaciones son los grandes rubros del gasto.
Boggiano, M. (2014). ¿Cuánto costó el Mundial Brasil 2014? Disponible en: http://www.cartafinanciera.com/tendencia-actual/cuanto-costo-el-mundial-brasil-2014/
Para Rusia 2018 las estimaciones preliminares arrojan costos por debajo de los brasileños, en el entorno de los 12 mmd, de los cuales 6,8 mmd los puso el gobierno nacional, 1,6 mmd los gobiernos regionales y 3,4 mmd el sector privado.
La evaluación no estaría completa si no se consideran los retornos por el efecto multiplicador propio de la inversión (particularmente en la construcción) y el derrame que el turismo aporta al país. El evento ruso, involucra 11 ciudades que albergarían 1,5 millones de extranjeros que se movieron para llegar y se calcula que dejarían en el país algo más de 5 mmd. Además las mejoras en infraestructura, aeropuertos, estadios, comunicaciones son activos que permanecen y que tuvieron un efecto dinamizador en el empleo, el consumo y contribuyeron a posicionar al país como destino más visible y seguro.
Otro tema es la aceptación a nivel popular que tales eventos tienen, en especial, cómo la población lo interioriza y lo evalúa dentro de otras necesidades que le son propias. Justamente, en el caso de Brasil, el 87% de la población veía de manera negativa la organización del evento y sostenía que los montos de inversión podrían haberse utilizado en otras urgencias. El evento mundialista dañó la estabilidad política y cuestionó la aptitud del gobierno de Dilma Rousseff: demasiadas erogaciones económicas y un efecto adverso por el fracaso futbolístico.
Imaginen Uruguay, si el valor histórico es lo que lo hace candidato, tanto el Estadio Centenario como el Gran Parque Central deberían alojar partidos. Montevideo tiene déficits de movilidad urbana preocupantes, sin un transporte público eficiente, con un urbanismo caótico para el tránsito dado los pocos accesos a la ciudad, una terminal de buses en el centro y una conectividad muy pobre con otros países (hasta el puente aéreo con Bs As es deficitario). Por supuesto, Maldonado, Rivera, tal vez Colonia, podrían ser sedes, ya que los participantes serían a partir de 2026, 48 países, que podrían movilizar 3 millones de personas.
Todo indica, que la inversión sería, particularmente para Uruguay un desafío inimaginable hoy, y difícil con una planeación estratégica a 10 años. Para Argentina, seguramente le implicaría un nivel de endeudamiento parecido al reciente asumido con el FMI para respaldo presupuestario (7,5 mmd), pero tiene varias ciudades con capacidad locativa para estos efectos. Paraguay tendría un par de sedes, donde la infraestructura deja aún mucho que desear.
Una gran dosis de voluntarismo por Max Sapolinski
La intensidad con que los uruguayos vienen presenciando el Mundial de Fútbol, reaviva de alguna manera las interrogantes sobre una eventual candidatura conjunta de Uruguay con Argentina y Paraguay para celebrar el campeonato del 2030, justamente cuando se celebre el centenario de la primer justa mundialista.
Como todos los temas de actualidad, y más cuando el fútbol está incorporado a ellos, las posiciones se polarizan. De un lado están aquellos que se obsesionan por poder tener en casa un evento de tal envergadura. Por otro, en algunos casos prudentes, en otros conservadores, en algunos temerosos cuestionan fuertemente la eventual designación. De hecho, para quienes buscamos tomar una posición fundamentada, se vuelve difícil ubicarnos al margen de las opiniones contrapuestas.
Se manejan las dificultades económicas, los problemas a solucionar (que no son pocos), la pequeñez y dependencia de nuestro mercado. Todos ellos puntos a tener en cuenta. Sin embargo, por otro lado, nos preguntamos si no podemos volver a ser un país de emprendurismo, más similar al Uruguay de la primera mitad del Siglo XX que al cascoteado país de inicios del siglo XXI. En aquellos ya lejanos tiempos de entre 1920 y 1950, los desafíos se encaraban con convicción y se alcanzaban logros determinantes.
Está de más decir, que un proyecto de tal envergadura, como bien lo comprendieron los promotores de la idea, es imposible de alcanzar si no es en sociedad con los países vecinos, que sin duda deberían hacer el mayor esfuerzo.
Tengo la impresión que hasta el momento el tema se ha tratado con una gran dosis de voluntarismo y poco análisis fundado.
Para poder generar una posición definitiva, se debería contar con un profundo estudio tanto de las proyecciones económicas, como de las necesidades de infraestructura y sacrificios fiscales que se generarían en caso de alcanzar la designación.
No me parece mal, que las autoridades competentes hayan tenido la iniciativa de alojar un evento de una importancia tal que empalidece cualquier otro acontecimiento de índole social, cultural o político. Lo que sí creo que es vital es conocer una proyección seria y acabada que contenga beneficios, sacrificios, fortalezas y debilidades. Sin estos elementos, y sin conseguir un consenso amplio entre todos los actores, corremos el peligro de entrar en un espiral complicado, como el que se suscitó en Brasil en el 2014. La conjunción de la creatividad y el análisis profundo debieran ser elementos insoslayables para tomar la mejor decisión. Como dice el refrán: “Si ves las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo”
Un mundial de la vivienda por José Luis Perera
Un país con gran poderío económico, puede darse el lujo de organizar un Mundial de fútbol, ya que no solo dará algunos dividendos económicos durante el mismo, sino que añadirá prestigio al país y tal vez hasta gloria deportiva.
Otra cosa es para países no tan poderosos y para los cuales el esfuerzo económico puede ser tremendo.
La organización de los mundiales cada vez requiere más inversiones, y el retorno de las mismas no es tan claro. Por otra parte, el movimiento de dinero es de tal magnitud que, como siempre, atrae la corrupción.
Antes del anterior mundial, Dilma Rousseff dijo que el país no se vería afectado por el préstamo que obtuvo para las inversiones en el mismo, que solo suponía el 0.16% del PBI brasileño. También decía la aseguradora Euler Hermes que la Copa añadiría un 0,2% de crecimiento al PBI.
Y la consultora internacional Ernst and Young estimó un impacto económico que multiplicaría por cinco la inversión realizada: «Nuestro cálculo es que habrá un efecto cascada en toda la economía brasileña. A la inversión en infraestructura (…) hay que añadir el impacto en el consumo, la recaudación impositiva y los negocios que se hacen y se harán gracias al Mundial», decían.
Y negocios hubo y habrá en torno a los mundiales, donde ganan los de siempre y muchísimo dinero.
Sin embargo, Brasil tuvo apenas una expansión de 0,1% de su PBI en 2014, escapando apenas de una recesión (su peor desempeño económico desde 2009, cuando encogió 0,2% por los efectos de la crisis económica internacional).
Esto quiere decir que el mundial no tuvo ningún efecto, o que tuvo un efecto negativo? No, tal vez lo que quiere decir es que apenas logró que no hubiera recesión. Nada más. Es decir, un impacto mínimo.
Como dice el mexicano Hernán Gómez, profesor del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y analista político especialista en América Latina: “Creo que los países se hacen una expectativa equivocada de lo que van a obtener con un Mundial, especialmente países en vías de desarrollo, que están en un camino a convertirse en países que pasan de un grado de bajo a un grado más alto de desarrollo”…“De alguna forma siempre quieren usar este tipo de actos o eventos para mostrar que son grandes y poderosos y a mí me parece que es una forma equivocada, especialmente cuando es un país que todavía tiene carencias tan grandes, sociales y de educación”.
Por ahora Rusia ostenta el galardón de “el mundial más caro de la historia”, con 14 mil millones de dólares, pero el próximo seguramente lo superará, ya que participarán 48 selecciones y lo organizarán un triunvirato de países poderosos.
Supongamos que hoy estuviéramos en 2030, y que organizar el evento implicara 15 mil millones, y que Uruguay invirtiera la tercera parte (5 mil millones), casi un 7% de su PBI en un evento deportivo. Un verdadero disparate. Máxime si tenemos en cuenta todo lo que se podría hacer con ese dinero.
Una inversión de esa magnitud, en construcción de viviendas, terminaría con el déficit habitacional, por ejemplo, y generaría mano de obra de una escala varias veces superior a cualquier inversión extranjera que nos muestran como espectacular. Sin contar además el uso de materiales nacionales de todo tipo y el impacto social.
Maduremos: hagamos un gran Campeonato Mundial 2030 por Carlos Luppi
Los campeonatos mundiales de fútbol constituyen una de las grandes batallas simbólicas del siglo XXI (no en vano Henry Kissinger, el mayor geoestratega norteamericano desde hace 55 años, artífice de la alianza con China Popular que ahora intenta destruir Donald Trump, ha estudiado al fútbol y su relación con las sociedades); involucran temas económicos de importancia, y hacen a la autoestima de las naciones, en plena era de la información.
Argentina, Uruguay y Paraguay se han ofrecido para organizar el Campeonato Mundial de Fútbol 2030.
En mi opinión, debemos luchar por obtener esa honrosa designación y llevarla a cabo con la perfección y profesionalismo que se exige en este tipo de competencias, como lo está demostrando en estos momentos la Federación Rusa que lidera Vladimir Putin.
Debemos abordar esa gigantesca tarea por motivos geoestratégicos, económicos y sociales.
- Dentro de los motivos geoestratégicos incluyo: la imperdible posibilidad de posicionar a nuestra región en el mundo, mostrándola como responsable, confiable y segura (lo que está consolidando Vladimir Putin ahora mismo); el logro de una articulación que configurará un MERCOSUR real y no el «a medias» que padecemos; y las consolidaciones nacionales y supranacional que surgirán necesariamente del esfuerzo conjunto.
Estamos a punto de ponernos en marcha hacia un TLC con Chile que nos abrirá una imprescindible puerta hacia los mercados del Pacífico. Será muy bueno consolidar al mismo tiempo la región, y acaso sea doblemente bueno que sea sin Brasil, que siempre pensó en sus propios términos imperiales.
- Desde el punto de vista económico, resulta muy claro que sometería a los dos países pequeños (para Argentina no es problema contar con diez estadios mundialistas, aun en la pavorosa crisis en la que está sumida hoy, hipótesis de la que me hago cargo), al esfuerzo de construir uno o dos estadios, a un costo aproximado de US$ 1.000 a 1.500 millones, 2,6% de nuestro PIB.
Sin duda es mejor construir la red ferroviaria desde Paso de los Toros a Montevideo, pero no son objetivos que se contrapongan.
John Maynard Keynes es el único economista del siglo XX y lo que va del XXI que derrotó recesiones globales (e impulsó el Estado de Bienestar), desde la Gran Depresión de 1929 hasta la Gran Recesión 2007 – 2010. Leámoslo con cuidado y sobre todo veamos sus luchas en el mundo real. No sólo nunca asesoró a dictadores genocidas como Augusto Pinochet o Jorge Rafael Videla, como Milton Friedman, sino que sus tesis beneficiaron a trabajadores y capitalistas. Vamos a vivir el resto de nuestras vidas en el capitalismo y debemos buscar el mejor capitalismo posible, el más expansivo e inclusivo, no el de los dirigistas de derecha que condujeron económicamente las dictaduras argentina, chilena y uruguaya en la década del ´70, y que tanto vemos en el Uruguay de hoy.
- Desde el punto de vista social, estamos viendo como el fútbol levanta los mejores valores de nuestra juventud, tan necesitada de rumbos. Hagamos del deporte no un «opio de los pueblos» sino un motivo de orden y autoestima, sobre todo entre los jóvenes.
No creo que organizar un Campeonato Mundial y llevarlo adelante a la perfección sea tarea fácil, ni muchísimo menos.
Todo esto (organizar un Mundial a la perfección) implicará un inmenso esfuerzo colectivo, lo cual es bueno, tanto por motivos de cohesión social como de profesionalización de individuos y colectivos.
Habrá que terminar con toda forma de corrupción, controlar la delincuencia y suprimir para siempre la «viveza criolla», que no tiene espacio en el siglo XXI.
Mientras lo hacemos, podemos ir también elaborando el proyecto nacional de desarrollo autosostenible del que carecemos.
Es una excelente ocasión para llegar a ser naciones adultas, y tenemos algunos años para intentarlo.
¿Cuándo vamos a comportarnos como naciones adultas y asumir esos roles?
¿Vamos a seguir pensando por lo bajo que somos o estamos rodeados de «estados fallidos»?
¿Somos capaces de asumir un gran esfuerzo colectivo de perfeccionamiento nacional, comportándonos como la Comunidad Espiritual que nunca hemos dejado de ser?
Soy muy optimista al respecto, y creo que estamos ante una gran oportunidad de maduración individual, nacional y regional.
Asumamos la gigantesca faena, sin ningún voluntarismo tonto, sin dejar nada al azar y sabiendo que nos aguardan inmensos esfuerzos.
Aprovechemos la ocasión.
Los trenes generalmente pasan una sola vez.
UNITED BY FIFA por Fernando Pioli
La posibilidad de organizar un mundial en conjunto con otros países sudamericanos parece ser la nueva utopía. La opinión pública se divide entre quienes sostienen en forma mayoritaria que es una pésima idea y un grupo de idealistas que piensa lo contrario. Los antecedentes de los últimos dos mundiales hechos fuera de los países que conforman la élite técnico-económico-política (Brasil y Sudáfrica) no son auspiciosos. Las circunstancias de construcción de los estadios y las consecuencias posteriores a la finalización del evento han sido conflictivas.
Ahora bien, es muy de nuestra mentalidad colectiva asumir que las cosas no se pueden hacer antes de intentarlas. Se trata de una especie de subdesarrollo mental intersubjetivo en virtud del cual asumimos nuestro destino a no poder resolver nada como sociedad.
El argumento de que no se está en condiciones de hacer semejante gasto cuando hay carencias de infraestructura se puede superar con el supuesto de que no es un gasto sino una inversión, que obras de esta magnitud dejan un legado material y simbólico, que la mano de obra requerida y el evento en sí mismo moviliza la economía de un modo inédito. En definitiva, que si fuese algo para perder plata nadie organizaría un mundial, porque si hay algo que a nadie le gusta es perder plata.
Lo que nos pesa es otra cosa, nos pesan los límites que nosotros mismos nos ponemos como colectivo. Nos pesa la sensación de que vamos a hacer todo mal y que el mundial se va a chupar la guita que precisábamos para otras cosas, tal como ha ocurrido en tantos otros emprendimientos recientes. En definitiva, esta sensación tiene algo de asidero, justo es decirlo. Si observamos los antecedentes locales y regionales el panorama es devastador.
Sin embargo, esta actitud es coincidente con nuestra incapacidad. Al asumir que no podemos generamos las condiciones simbólicas y materiales para no poder. Pronunciamos la profecía y después nos encargamos de cumplirla. Nos parecemos a los miembros de una familia de jubilados que se reúne los sábados de tarde en un club de bochas y que en vez de jugar a las bochas se dedica a quejarse de modo constante de una realidad que nos están dispuestos a cambiar. Esta situación es un mal endémico que nos persigue a través de varias décadas de frustaciones y que nos impide levantar la cabeza. No sé si habrá un círculo más vicioso que este, porque este es bastante vicioso. Así que bienvenido mundial 2030.
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